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Tribuna
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¿Qué guerra es la de Irak?

El presidente del Gobierno, José María Aznar, parece bajo el síndrome del tamborcito del Bruch, vive en el entusiasmo del tributo disciplinado a Bush, su anfitrión venerado en los alegres días de Camp David y cada día ofrece nuevos síntomas de sostener una disposición inquebrantable al alineamiento bélico con la Casa Blanca.

Las respuestas dadas en las sesiones de control al Gobierno en los plenos del Congreso de los dos últimos miércoles son de una simpleza y de un maniqueísmo atroces. El primero en interrogar sobre la posición del Gobierno respecto de una posible acción militar de Estados Unidos contra Irak fue el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, para exigir que el presidente consultara a la Cámara cada paso que pudiera dar en nombre de España y de los españoles mientras advertía que el Grupo Socialista rehusaría avalar la implicación de nuestro país en cualquier intervención unilateral de Washington sin el respaldo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Fue entonces cuando Aznar se recreó diciendo que la víspera de esa sesión, el martes día 10, había tenido la oportunidad de comentar la situación con el presidente de Estados Unidos y de fijar la posición del Gobierno español en este caso. Pero los señores diputados se quedaron sin saber cuál era, porque Aznar tan sólo añadió que deseaba una resolución del Consejo de Seguridad y que se requería una actitud muy firme de todas las democracias occidentales para el retorno incondicional de los inspectores sin obstrucción alguna, de modo que se eliminara cualquier cosa que significara amenaza de utilización de armas de destrucción masiva.

Europa jamás ha creído en la guerra sin riesgos y no debe dejarse arrastrar a la guerra sin reglas

Enseguida volvió al estribillo maniqueo de requerir a quien defendiera lo contrario para que dijera si estaba dispuesto a esperar otro golpe o atentado sangriento del terrorismo internacional o del de otro país en cualquier parte del mundo. O sea, que a tenor de la respuesta de Aznar, fuera del alineamiento preconizado sólo acampan los condescendientes con el terrorismo, sobre quienes caerá la sangre de futuras atrocidades si llegaran a producirse.

Antes de ayer correspondió a Gaspar Llamazares, líder de Izquierda Unida, preguntar qué compromisos ha adquirido el Gobierno en la guerra de Bush e Irak fuera del consentimiento del Congreso de los Diputados y en abierta contradicción con la opinión de los españoles que, según los sondeos del Instituto Opina para la Cadena SER, creen ilegítimo en una proporción del 67% el ataque en preparación por Estados Unidos, que aun en una proporción mayor negarían su apoyo a una intervención militar contra Sadam Husein en Irak, y que se oponen al respaldo de España, y todavía más -hasta el 74%- a cualquier participación en esa aventura por la que apenas apuesta el 12%.

Por eso Llamazares reclamaba una comparecencia monográfica de Aznar en la Cámara para que expusiera las pruebas nunca vistas y propugnaba sustituir la falsa disyuntiva que dibuja el presidente del Gobierno entre la libertad y la tiranía por otra más exacta entre una guerra unilateral y el derecho internacional base de las Naciones Unidas. Mas sencillo hubiera sido que Llamazares hubiera replicado al señor presidente diciéndole que entre Bush y Sadam se quedaba con el canciller alemán Gerhard Schröder.

Aquí la cuestión reside en que para ser crítico con la posición de la Casa Blanca sin entrar en zona de peligro es necesario ser norteamericano. Por eso ahora es necesario ser lector permanente de The International Herald Tribune, donde aparecen las opiniones de los mejores columnistas de los Estados Unidos, únicos capaces de disentir sin ser considerados afines a Bin Laden.

Todo lo demás es sospecha o sumisión abyecta. La crisis abierta sólo deja espacio para la adhesión incondicional o la irrelevancia. Ese es el extremo dilema en el que se quiere situar a las Naciones Unidas o la Alianza Atlántica. Por eso se impone la lectura de Jachson Diehl o de Marwan Bishara, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Americana de París. Se impone recuperar la memoria para recordar que el uso de la fuerza por Estados Unidos después de la II Guerra Mundial ha fracasado en sus intentos de neutralizar sus adversarios en Oriente Próximo, en Libia, en Afganistán, en Sudán, en Vietnam o en Corea.

Si se prefiere una firma europea, se recomienda la lectura del número 54 de Cahiers de Chaillot, editado por el Instituto de Estudios de Seguridad de la UE, correspondiente a septiembre de este año, donde Pierre Hassner ha escrito un trabajo magistral titulado Estados Unidos: el imperio de la fuerza o la fuerza del imperio.

Queda claro que el papel de Europa es convertirse en un factor de equilibrio para moderar las oscilaciones americanas y amortiguar las tensiones entre Estados Unidos y el resto del mundo. Porque Europa jamás ha creído en la guerra sin riesgos, y no debe dejarse arrastrar a la guerra sin reglas, y su vocación ha sido la de combinar el riesgo asumido y la regla respetada. Vale.

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