Las elecciones alemanas
Lo impensable hace sólo cinco semanas, una victoria electoral del canciller Gerhard Schröder el domingo, está a punto de consumarse en Alemania. En poco más de un mes, el líder socialdemócrata ha conseguido remontar en las encuestas la diferencia de siete puntos que le llevaba su adversario de la coalición cristiano-demócrata CDU-CSU, Edmund Stoiber. Salvo imprevistos de última hora, todos los sondeos apuntan a que Schröder repetirá mandato como canciller al frente de la actual coalición roji-verde con los ecologistas del actual ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, el político más popular de Alemania. Una eventual victoria de Schröder supondría no sólo la derrota cristiano-demócrata más humillante desde la dimisión de Helmut Kohl, sino una inyección de optimismo para toda la socialdemocracia europea.
¿Qué ha pasado para que se produzca este vuelco copernicano en las preferencias electorales de los alemanes cuando los problemas reales de Alemania, paro y estancamiento económico, siguen presentes sin ningún atisbo de solución a corto plazo? Las causas son varias, pero se pueden resumir en dos: inundaciones e Irak. Durante las catastróficas riadas que asolaron el este y norte del país, Stoiber actuó como Don Tancredo y durante días permaneció mudo, mientras el canciller se prodigaba por doquier y anunciaba toda clase de ayudas para los länder afectados. Su carisma funcionó una vez más y se llevó por delante gran parte de la ventaja que hasta entonces le sacaba Stoiber. El segundo factor fue la oportunista actitud adoptada por Schröder en el tema de Irak. En contradicción con toda su anterior política exterior, el canciller se mostró rotundamente en contra de cualquier ataque contra Sadam Husein, incluso si la intervención armada contaba con el beneplácito de Naciones Unidas. Stoiber, también opuesto en principio a un ataque, dejaba, sin embargo, la puerta abierta a una reconsideración de la posición alemana, si el Consejo de Seguridad autorizaba el uso de la fuerza. El mensaje pacifista de Schröder tiene un destino electoralista claro: la captación de votos en la antigua Alemania del Este, donde una gran parte de la población no ha decidido todavía si votar a los socialdemócratas o a los antiguos comunistas. Pero resulta chocante en boca de un político como Schröder que, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial ha enviado tropas en misión de combate a Bosnia, Kosovo, Macedonia y Afganistán y que, a raíz de los atentados del 11 de septiembre, manifestaba que 'los días en que Alemania declinaba su participación en misiones militares en el exterior habían terminado irrevocablemente'. La nueva actitud del canciller alemán puede contribuir a su eventual triunfo electoral, pero abre una grave grieta en las relaciones transatlánticas de la UE, que tendrá serias consecuencias en el futuro para la cohesión de la OTAN, que es previsible que al final apoye a EE UU. Claro que Schröder también prometió que no se presentaría a la reelección si no conseguía rebajar el paro de los cuatro millones y ese nivel ya se ha superado. A sólo dos días de los comicios, una recuperación de Stoiber se consideraría un milagro. Su mensaje sobrio y crítico, recordando machaconamente el escandaloso índice de desempleo y el casi inexistente crecimiento económico no ha calado en la sociedad, que, como el avestruz, esconde la cabeza bajo la arena y considera que Stoiber es demasiado pesimista.