Hogares a los setenta
Una vez superados distintos quebraderos de cabeza que surgen a lo largo de la vida, como decidirse por una carrera, suscribir una hipoteca, tener hijos o cambiar de trabajo, podemos caer en la tentación de creer que ya hemos tomado las grandes decisiones de nuestra vida. Pero en muchos casos en la etapa de madurez aparece un nuevo y gran dilema: qué hacer con nuestros mayores cuando alcanzan cierta edad y necesitan cuidados que los hijos no pueden darles por sus circunstancias personales.
¿Llevar a su padre o su madre a una residencia para la tercera edad le convierte a uno en peor persona? A veces, no hay otro remedio, porque las familias españolas no son ni sombra de lo que eran, y hoy en día lo normal es que trabajen todos sus miembros fuera de casa y habitualmente durante la mayor parte del día. Si además el anciano en cuestión necesita asistencia médica, la solución más factible es acudir a una residencia.
Sin embargo, a la dificultad moral y sentimental de tomar esta decisión se añaden otras no menos importantes que son la escasez de residencias disponibles, ya sean públicas o privadas, y sus elevados precios.
Según los datos oficiales del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, en España sólo hay 2,7 plazas en residencias por cada 100 ancianos mayores de 65 años, lo que obstaculiza enormemente la posibilidad de ingresar en uno de estos centros. El número total de residencias en la actualidad es de 3.159 en toda España y ofertan 176.992 plazas.
Evidentemente esto no es nada si se tiene en cuenta que el 16,32% de la población española (6,5 millones de personas) tiene más de 65 años. En 2020, cuando la generación del baby boom empiece a alcanzar la edad de jubilación, la población mayor de 65 años representará más del 20% del total.
A esto hay que añadir que el 32% de los mayores de 65 años no se valen por sí mismos y esta cifra alcanza el 50% en el caso de las personas que superan los 80 años.
Y aunque la realidad muestra que el cuidado del 30% de los mayores corre a cargo de sus propios hijos e hijas -esta cifra se eleva al 40% cuando los padres son mayores de 80 años-, la progresiva integración de la mujer en el mercado laboral y la configuración de las ciudades y las familias dificultan enormemente el cuidado de los mayores, sobre todo cuando éstos necesitan atenciones médicas o sanitarias continuadas.
Todos estos datos muestran una clara evidencia que es que el sector de las residencias de ancianos, recientemente emergente en España, cuenta con un claro potencial de negocio boyante en los próximos años.
Pero, desde el punto de vista del cliente, tan importante es tomar la decisión de recurrir a una residencia de ancianos como elegir el centro al que se acudirá. 'Los asilos ya no son lo que eran', se oye decir a cuantos gerentes o directores de residencias de ancianos se pregunte. Empezando por el nombre de los centros, a los que ya nadie quiere llamar asilos, sino residencias para mayores, para la tercera edad o incluso geriátricos.
El primer dilema a la hora de elegir centro es su titularidad, pública, privada o concertada. En principio, la calidad de los servicios, si la residencia cumple los requisitos exigidos por la Administración correspondiente, no tiene por qué diferir mucho en función del tipo de centro. Si bien el precio sí suele ser bastante diferente.
Para empezar, independientemente de si las residencias públicas son más o menos caras, hay que decir, ante todo, que son muy escasas y cuentan todas ellas con listas de espera. Del total de centros existentes en España, sólo el 29% (484) son públicos y ofertan 52.113 plazas, frente a las 11.920 residencias privadas, con 98.851 plazas. El resto son 755 centros de titularidad privada, pero con plazas concertadas, que cuentan con 26.028 camas.
Si pasamos al precio, y partiendo de la premisa de que entre los servicios de una residencia pública y una privada no puede haber diferencias abismales, la mejor opción calidad precio la dan los centros públicos. Una plaza en una residencia pública le cuesta al anciano entre el 75% y el 85% de su pensión -según la normativa vigente en cada comunidad autónoma- y el resto lo pagan las arcas públicas. Sin embargo, el sistema de entrada en estos centros es muy selectivo, por su alto coste para la Administración, y suele quedar restringido a ancianos con altos grados de dependencia física o mental y escasísimos medios económicos personales y familiares.
La siguiente opción, si se sigue el baremo del precio, son las plazas públicas concertadas en centros privados. En este caso funciona el sistema del copago, el anciano paga alrededor de 720 euros al mes y la Administración autonómica donde esté ubicada la residencia pone el resto, que suele rondar 540 euros. Si bien estas ayudas también responden a determinado tipo de situaciones personales del anciano, como el grado de dependencia sanitaria y el nivel de renta.
Las únicas residencias que no exigen requisitos para entrar son las privadas. Pero una plaza en uno de estos centros no baja de 1.200 euros al mes si se trata de una habitación doble compartida y asciende a unos 1.800 euros si la habitación es individual. Si bien el precio en una de estas habitaciones individuales puede llegar en algunas residencias privadas a 2.400 euros mensuales.
Estos precios pueden parecer muy altos a primera vista, pero, cuando se habla con los familiares de los ancianos que viven en estas residencias, la gran mayoría están satisfechos de haber dado el paso y encuentran bien invertido el dinero, porque 'la vida ha cambiado para mejor para los hijos y para el padre o la madre que esté ingresado', señala Laura González, quien decidió hace tres años ingresar a su madre, enferma de Alzheimer en un centro asistido. Entre los ancianos la cosa es diferente. Las opiniones están más repartidas entre los que acogen su nuevo hogar con júbilo y lo afrontan como una nueva forma de vida que les permite relacionarse e incluso enamorarse en muchos casos, y aquellos que no pueden evitar interpretar su llegada a la residencia como un acto egoísta de sus hijos y no encajan tan bien esta decisión.
La última opción
Pero incluso cuando los mayores aseguran que viven encantados en una residencia, la decisión de llevar a un anciano a uno de estos centros es siempre la última opción. Y es que fuentes del sector admiten que costear la estancia de un anciano en una residencia privada es en la gran mayoría de los casos fruto de un importante esfuerzo de las familias de los residentes. 'En la práctica totalidad de los casos, los ancianos pueden estar en la residencia gracias a que varios hermanos juntos pagan la plaza de uno de sus padres', reconoce el responsable de un centro madrileño.
Este elevado coste tiene su razón de ser. La inversión media que debe hacer un empresario u operador de estas residencias privadas por cada plaza o por cada cama, como se denomina en el sector, es de unos 48.000 euros. El coste principal de este negocio es el del personal especializado que trabaja en estas residencias. Un ejemplo de ello es el caso del Grupo Ballesol -uno de los mayores del sector- en el que por cada 100 residentes hay 65 profesionales sociosanitarios en plantilla.
En cuanto al margen de beneficio de estas empresas, suele ser de alrededor del 12%. Aunque la rentabilidad, como en el resto de los negocios, nunca está asegurada. Es más, una de las principales quejas de los empresarios de este sector es que, pese a las voces que critican habitualmente la falta de residencias para la tercera edad, 'los centros no se llenan', asegura Pascual Berlanga, presidente de la Federación Nacional de Asociaciones de Residencias de la Tercera Edad y presidente de la asociación madrileña.
Lo que no aciertan a concretar las fuentes consultadas es cuánto dinero mueve el sector al año. Todos ellos se parapetan en la excesiva atomización de los centros y en su dependencia de las Administraciones autonómicas.
En cualquier caso, si la decisión ya está tomada, es primordial, según los expertos, elaborar un exhaustivo proceso previo a la selección del centro. Este proceso deberá incluir, además de los planes adecuados de financiación, visitas a varias residencias previamente escogidas por su localización o precio. En la mayoría de los centros se proporciona a quien se muestre interesado un tour por las instalaciones en el que los propios gestores recomiendan que se hable con los internos para conocer de viva voz cómo viven y cómo les tratan en esa residencia.
Pero, dado el elevado coste de estas residencias, siempre surgen nuevas posibilidades como la experiencia puesta en práctica por el centro Los Nogales de Santa Eugenia (Madrid) denominado Rentas Vitalicias y que consiste en que el centro tasa el piso de un anciano y, a cambio de ceder su titularidad a los propietarios de la residencia, ésta paga al anciano una renta vitalicia con la que pagarse atención personalizada o le oferta una plaza, también vitalicia en dicho centro. El futuro está por desarrollar en este negocio.