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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Alarma en las exportaciones

La nueva caída de la exportación española en mayo, tercera mensual en lo que va de año y sólo interrumpida desde octubre por la subida coyuntural de enero y el repunte estacional de abril, empieza a revestir síntomas preocupantes sobre la evolución del sector exterior de la economía española, cuya fortaleza aparece también amenazada por el estancamiento del turismo.

Más allá de la frágil corrección del déficit, atribuible casi exclusivamente al descenso de los pagos por importaciones energéticas, los resultados de la balanza comercial española durante los cinco meses conocidos de este año (los datos del semestre no se harán públicos probablemente hasta septiembre) aparecen fuertemente influenciados por la atonía de la actividad exportadora que, en otro contexto internacional de precios del petróleo, estarían elevando nuestro desequilibrio comercial hasta niveles históricos.

Es cierto que, como argumentan los responsables de la Administración comercial española, el retraso en recuperación del comercio internacional respecto a las previsiones iniciales está incidiendo negativamente sobre la demanda exterior de España. Los dos primeros clientes de los productos españoles, Francia y Alemania, que absorben en conjunto más del 30% de toda nuestra exportación, continúan con señales de desaceleración en sus economías, que se están traduciendo en descensos superiores al 8% en sus compras en el exterior. Y, por otra parte, la grave crisis en Argentina y en Brasil ha frenado la incipiente expansión comercial española en América Latina.

Pero, junto a estos factores externos, no se puede obviar tampoco la persistencia de causas exclusivamente internas y tradicionales en nuestra política de internacionalización, como la excesiva concentración geográfica y sectorial de nuestro comercio exterior, el empeoramiento en nuestros diferenciales de inflación o la insuficiencia de recursos para las políticas de promoción, que están haciendo aún más profundo el deterioro de las exportaciones españolas y que son, en gran medida, responsables de que el hundimiento de las ventas españolas sea muy superior al de nuestros socios de la UE, con excepción de Italia, e incluso al de las convalecientes Francia y Alemania.

Corroboran esta apreciación los datos de nuestros intercambios comerciales en mayo que reflejan cómo a los descensos que venían mostrando los mercados francés y alemán se han sumado ahora las caídas en Portugal, Italia, Holanda, Bélgica y el Reino Unido, precisamente en el mes que más ha crecido el diferencial de inflación de España con la UE.

Aun estando de acuerdo en que en las economías desarrolladas el precio es una variable poco relevante en la competitividad del conjunto de su oferta exportadora, resulta también evidente que esta variable de los precios cobra mayor importancia cuando se trata de mercados en recesión y para determinados bienes de consumo. Una pérdida de competitividad vía precios que, si no influye en la evolución de las ventas de bienes de equipo o automóviles, sí explica la fuerte caída en las exportaciones de alimentos, especialmente de las frutas y hortalizas.

Finalmente, y por el lado de las importaciones, conviene insistir, una vez más, en la alarmante evolución de las compras de bienes de inversión. Los datos acumulados entre enero y mayo muestran una caída de casi 10 puntos porcentuales en la importación de este tipo de bienes que contrasta con la evolución positiva de las compras de alimentos y manufacturas de consumo en los mercados exteriores.

Un factor este que distorsiona el comportamiento general de la actividad económica y que denota, por un lado, la falta de confianza de las empresas en la recuperación y, por otro, la denunciada fragilidad en el crecimiento de la economía española, sustentada desde hace muchos meses sobre el consumo y la construcción, pero con cifras de inversión reiteradamente negativas, las cuales, salvando el componente estacional de los meses de verano, empiezan a traducirse también en una desaceleración en el empleo.

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