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Columna
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La ayuda internacional

La ayuda al subdesarrollo consistente en que los países desarrollados aportan fondos para financiar proyectos no funciona. Para Carlos Sebastián el fallo no está en que el dinero aportado sea escaso

Carlos Sebastián

El modelo de ayuda al subdesarrollo consistente en que los países desarrollados aporten fondos para financiar proyectos de inversión no funciona. Y la razón no es, como sugieren algunos, que los fondos sean insuficientes. Tanto los resultados de la teoría del crecimiento económico como el análisis de 40 años de ayuda financiera al desarrollo dejan bastante claro por qué no funciona. Ni la inversión en capital productivo es, por sí mismo, un factor importante para explicar el crecimiento, ni, en general, los fondos aportados por la ayuda internacional se han convertido en inversión productiva. Resulta, en principio, coherente condicionar la ayuda financiera a que los países beneficiarios hayan iniciado una transformación institucional que genere los incentivos adecuados para la actividad productiva y ponga límites a las actividades de desvío de rentas, tan generalizadas en los países subdesarrollados. Pero ¿significa esto que mientras tanto no se puede plantear ningún tipo de ayuda? No. Se pueden hacer muchas cosas que los países desarrollados no parecen dispuestos a abordar.

Se dice que una de las cosas que se puede hacer para contribuir a las actividades productivas de aquellos países es abrir los mercados de los países desarrollados a sus productos. Y se afirma, también, que hay una gran hipocresía en defender al mismo tiempo la ayuda al subdesarrollo y la protección de los sectores ineficientes de los países desarrollados con cuyos productos competirían, muy favorablemente, los países subdesarrollados. Yo estoy de acuerdo con esta denuncia de hipocresía. Sin embargo, el efecto favorable de la apertura de los mercados de los países ricos sobre el crecimiento de los países pobres dependerá de la medida en que éstos sean capaces de trasladar al resto de sus economías la expansión de los (pocos) sectores exportadores que resultarían beneficiados por la apertura de los mercados. Y no siempre han sido capaces.

Se puede, además, realizar programas concretos de ayuda, cuya ausencia resulta vergonzosa. Mencionaré dos tipos de programas relacionados con recientes reuniones internacionales. En primer lugar, la ayuda a la lucha contra el sida y para la erradicación de otras enfermedades. La creación de fondos financieros para hacer llegar a la población africana los medicamentos que reducen la incidencia del sida es posible y necesaria. También la creación de fondos que estimulen la investigación sobre las enfermedades tropicales. Los gestores de estos fondos estarían en condiciones de negociar con la industria farmacéutica, tanto el precio de los fármacos como el esfuerzo investigador en tratamientos de enfermedades tropicales. El caso de Botswana es un ejemplo revelador. Por una serie de factores, sobre los que no me puedo extender aquí, este país ha registrado en los últimos 35 años la mayor tasa de crecimiento del mundo. Sin embargo, el 25% de sus adultos son seropositivos.

Otro área en la que es necesario plantearse una decidida ayuda es la del medio ambiente. Los países menos desarrollados son grandes contaminantes y sus poblaciones son las que más sufren sus efectos. A ello contribuyen factores institucionales (ausencia de democracia local, mala definición de derechos de propiedad, etc.), pero también el verse abocados al uso de la energía más contaminante y a no poder permitirse utilizar métodos más respetuosos con el medio ambiente.

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