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Tribuna
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El escándalo contable

En las últimas horas la palabra más utilizada para valorar alguno de los recientes acontecimientos que sacuden a la opinión pública es la de escándalo. Existe escándalo si tal término lo entendemos como desenfreno o desvergüenza. Por el contrario, no deben conturbarnos ni consternarnos, acepciones estas también admitidas por la Real Academia como significado de escándalo. Aunque parece un tópico, resulta ser cierto que lo que estamos conociendo en el manejo de los sistemas contables para reflejar lo que no es, o incluso lo que nunca existió, no es un escándalo, sino simplemente la consecuencia natural de dos premisas.

La contabilidad no ha sido nunca una ciencia exacta. He escrito en otra ocasión y vengo enseñando a mis alumnos en la Universidad, que la contabilidad tiene zonas limítrofes y comunes con los géneros literarios. Tampoco esta opinión debe escandalizarnos. Bastaría pensar que los ingleses, pioneros en esta modalidad analítica, ya dijeron en el XVIII, en plena discusión parlamentaria (cabalmente valorando un episodio 'escandaloso'), que la calificación correcta de la contabilidad era la de una 'aritmética política, creativa e imaginativa'. No una ciencia exacta.

A esta apreciación hay que añadir que quienes tenemos experiencia en nuestro recorrido por el mundo empresarial podemos afirmar que hemos vivido situaciones que parecen insólitas pero que son ciertas, y más numerosas de lo deseable. Estoy en condiciones de poder afirmar que en más de una reunión de consejos de administración he podido vivir la experiencia de que en el comienzo de la reunión se presentan unos estados financieros de los que se deducen pérdidas y que tras el debate sobre los mismos y aceptación de ciertas sugerencias verbales, la reunión termina con la aprobación de unos documentos de los que se deducen beneficios.

Debo aclarar al lector que en esas reuniones nadie ha salido de la sala, nadie ha entrado, a nadie le ha tocado la lotería ni la primitiva, pero el verbalismo ha permitido pasar de pérdidas a beneficios, con el consiguiente 'beneficio' de que los administradores están ya en condiciones de poder exigir participar en los beneficios y repartirse las asignaciones estatutarias. Por tanto, escandalizarse a estas alturas de lo que ha ocurrido es una actitud propia de presuntos ingenuos, que quizá tenga como finalidad desviar la mirada hacia lo que ya ha acaecido para no contemplar lo que sucede en otros lugares.

Esta premisa enlaza con otra. El sistema ha encomendado la verificación de la verdad contable a controles externos que son pagados por quienes necesitan exhibir esa verdad. La realidad reflejada es puramente una verdad convencional, que en ocasiones no coincide con la verdad verdadera. Es entonces cuando surge la catástrofe, pero no la tragedia, pues Antígona murió hace muchos años, y hoy es Ulises el prototipo del hombre, que como sabemos admite comportamientos, actitudes y ángulos muy diversos en la conducta.

Sorprende también que se hable ahora de escándalo. No es esta la reacción cuando se producen situaciones derivadas de conductas erráticas. Los resultados de esos comportamientos siempre son los mismos: convertir en ricos (multimillonarios en euros) a los autores. En estas mismas páginas el lector ha podido volver a ver la foto de un trío de aprovechados que en 1998 exhibían su éxito que ha terminado en escándalo. Me refiero a la foto en la que aparecen Bernard Ebbers, de Worldcom; Juan Villalonga, de Telefónica, y Bert Robert, de MCI, al anunciar su alianza, en marzo de aquel año ¿Dónde están hoy? Ya lo pueden imaginar. Tengo ante mí el brillante escrito-denuncia de la SEC, de 26 de junio, contra Worldcom. Lo que se pide es razonable, enérgico y necesario. Especialmente lo son los puntos D y E del documento de 7 páginas. Ya veremos lo que pasa.

Hoy hay que decir que ni la contabilidad es una ciencia exacta, ni la verificación de la misma es una verdad. Aquélla es aritmética política y ésta es una verdad convencional. Los mecanismos legales, los sistemas contables, los regímenes de control funcionan cuando la conducta de las personas que manejan, interpretan, controlan a aquellos se ajustan a las reglas de la razón y de la ética. Pero, claro, uno también duda si es posible hacer compatible comportamientos éticos con exitosos resultados económicos. Parece que no. Al menos, no siempre.

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