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Columna
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G-8

Los resultados de la reunión del G-8 encierran para Carlos Solchaga un grado de hipocresía como para sentir vergüenza ajena y preocupación de que los asistentes a Calgary sean los que dirijan el mundo

Estos días se ha reunido en Calgary (Canadá) el congreso de los siete países económicamente más poderosos que con la asistencia de Rusia -cada día más próxima a una fuerte alianza con los Estados Unidos- ya es denominado el G-8. Rusia se incorporará de pleno derecho en el año 2005, aunque quizá no haya alcanzado todavía en esa época el poderío económico que se le supone.

La reunión se ha producido en medio de fuertes caídas de las Bolsas mundiales y ha sido aderezada por el escándalo contable y financiero de Worldcom, la segunda compañía telefónica de larga distancia de Estados Unidos, que ha tenido un efecto desastroso sobre la confianza de los inversores en todo el mundo aun cuando las consecuencias globales del descrédito de auditores y supervisores seguirán manifestándose durante mucho tiempo. En esta cumbre, los países líderes de la economía planetaria han aprobado un plan de ayuda a los países del continente africano siempre que acrediten su voluntad política de llevar a cabo reformas orientadas a mejorar el funcionamiento y alcance de sus mercados y se comprometan a luchar contra la corrupción.

A la vista de los acontecimientos más recientes ocurridos en los Estados Unidos, las prácticas japonesas de capitalismo de compadreo y bloqueo de las reformas -para no hablar de lo que pasa en Rusia-, tal declaración de intenciones encierra un grado de hipocresía como para sentir vergüenza ajena y una justificada preocupación de que los asistentes a la cumbre de Calgary sean hoy los que dirijan el mundo.

No es que el G-7 o el G-8 hayan sido nunca foros de liderazgo particularmente útiles para la conducción de la economía mundial. Ni siquiera es probable que hayan tenido utilidad alguna para la coordinación de las líneas de estrategia económica de los países que los componen. Sin embargo, la sensación que producen sus reuniones de alejamiento de la realidad o de las preocupaciones de los ciudadanos del mundo empieza a ser cada vez más irritante conforme la incertidumbre crece y se propaga sin encontrar aparentes barreras en este mundo globalizado.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial, bajo fuertes y, en algunos casos, bien fundamentadas críticas a su actuación, están bloqueados, con direcciones particularmente ineficaces y mediocres carentes de respuesta a los problemas actuales o a iniciativas que ayuden a su discusión. Entre tanto, las peores tentaciones en materia comercial reaparecen: rearmes arancelarios, políticas proteccionistas en productos agrícolas por parte de los países más ricos, disminución continuada de la ayuda al desarrollo. La calidad siempre mediocre de la gobernación económica mundial se ha deteriorado hasta tales extremos que no pueden explicarse por el simple descuido, la falta de sensibilidad o la inadecuada dirigencia de quienes tienen responsabilidades en estas materias.

Hay que empezar a pensar en un cambio radical en la filosofía de los Estados Unidos sobre estas cuestiones con una fuerte tendencia a la involución unilateral que no ha encontrado en los débiles y divididos líderes europeos una respuesta que la contrarreste ni siquiera en el terreno de las declaraciones de principios.

En estas circunstancias, nuevas zonas del planeta corren el riesgo de seguir el destino de África: desaparecer de la escena de las preocupaciones internacionales, borrarlas del mapa de los hechos relevantes como algunos en Estados Unidos querrían hoy hacer desaparecer de un plumazo toda América del Sur como ha desaparecido ya América Central y grandes partes del sur de Asia. El capital con creciente aversión al riesgo no quiere ni oír hablar de ellas. Los líderes de los grandes países que concentran su propiedad creen responder a las preocupaciones del capital y de los mercados buscando salidas mezquinas y atendiendo a preocupaciones menores sin querer ver a dónde nos puede conducir el panorama global en su proceso de deterioro.

Sin embargo, situaciones como la actual, cuando la incertidumbre y la preocupación crecen, cuando las dificultades en las zonas menos desarrolladas del planeta sólo se ven como una pejiguera añadida y no como un desafío, son las que requieren una mayor dosis de liderazgo político. Estas son precisamente las situaciones en que la política puede adquirir toda su grandeza y las que justifican su necesidad.

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