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Columna
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El día 21 de junio

El 21 de junio es San Luis Gonzaga, día, aproximado, del solsticio de verano y día después de la huelga general. La huelga tendrá, como es de suponer, un éxito relativo o un cierto fracaso. El que una huelga general prospere no es nada difícil. Para unos, porque total es sólo un día, y por si acaso. Para otros, porque no se pueden desplazar al centro de trabajo o no pueden entrar en él. Pero al fin y al cabo, aunque hubiera un parón general ¿Qué pasa? Poca cosa.

La razón de ser de una huelga es forzar una acción de una empresa, de un Gobierno. Si se quiere forzar una conducta el paro debe ser indefinido o reiterado, de otra forma mal puede lograr el objetivo perseguido. Una huelga de un día no fuerza nada. Se queda en un mero testimonio de una protesta que no conduce a nada.

En tiempos no democráticos sirve para expresar por los ciudadanos lo que no pueden realizar en las urnas. En democracia los sondeos de opinión reflejan el sentir de la opinión pública y se traduce en las elecciones. Más aún, una queja, un malestar concreto tiene modos efectivos de plasmación, se puede provocar una iniciativa popular, un referéndum. Lo demás no sirve para nada.

¿Alguien puede pensar que en la hipótesis de que la huelga fuera total, absoluta, el Gobierno cambiaría su criterio? Es que además no debería de modificarlo, los cauces para realizarlo son otros. Es sensato el mensaje de la oposición: si ganan las siguientes elecciones derogarán la medida contra la que se protesta, ya tenemos otro punto de su programa electoral.

Las anteriores huelgas generales, aparte de titulares informativos y su recuerdo no sirvieron para nada. El achacar la pérdida electoral socialista a las huelgas generales no se parece a la realidad ni por asomo. Las medidas contra las que se hicieron ahí siguen. Entonces, para qué hacer una huelga general.

En estos tiempos es ingenuo pensar que los sindicatos negocien a la baja, al recorte. Negociar para subir es factible, para bajar imposible. Nos encontramos, incluso, con casos paradójicos como la última reforma de las pensiones en que un sindicato no quiso acordar el alza -llegando a invocar otra nonata huelga general- y el otro, mayoritario, estaba encantado de haber firmado el acuerdo.

De lo que realmente da la sensación es de que esta huelga, como todas las generales, es un acto reafirmación sindical y no otra cosa. Algunos estarán encantados el 21, se frotarán las manos de satisfacción por el logro del parón, del parón sí pero del objetivo no. El que de vez en cuando se geste una huelga general de un día es lógico, el que triunfe, hasta cierto punto, también. Un grupo de personas medianamente organizado puede perfectamente paralizar un país un día (no voy a relatar los métodos por sobradamente conocidos). Y después qué. Evidentemente es mucho más fácil hacer una huelga general que llevar adelante una iniciativa legislativa popular. Porque el núcleo de los afectados es siempre reducido en relación con el conjunto de la población. Y no hay Gobierno en el mundo al que se le ocurra adoptar decisiones que perjudiquen a la mayoría del país.

Por eso, una huelga general de un día podrá ser general, pero no es una huelga, es una protesta que sólo causa perjuicios y ningún beneficio. Existen otros medios de protesta, manifestaciones multitudinarias, campañas de información masivas.

A los hechos habrá que remitirse luego, ya veremos qué dicen luego los barómetros de opinión, qué respaldo popular mantiene el Gobierno, qué piensan los votantes de la oposición. Qué grado de conocimiento tiene el público de las medidas contra las que se protesta. Como en las huelgas generales anteriores, posiblemente quede y pase a la historia como un fin en sí misma, lo que conduce al calentamiento de cabeza y poco más.

Suponer que una, llamémosle, protesta generalizada -voluntaria o forzosa- todo un día manifestada mediante el no trabajo, también conocida como huelga general, sea un rotundo fracaso es pueril. Supondría la desaparición de los sindicatos, que sería peor que la peor de las posibles medidas contra las que se pudiera protestar.

Resignación, pues, resignación que el 21 es viernes -felicidades a los Luises-, y mañana, como decía la canción, es sábado.

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