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Columna
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Argentina, ¿última oportunidad?

æscaron;ltima oportunidad de Argentina. Ahora queda cumplir las precondiciones del FMI. Carlos Solchaga recuerda la responsabilidad del organismo internacional para evitar la catástrofe

Ya se sabe que los países, por muchas veces que entren en bancarrota o atraviesen situaciones críticas, no quiebran como las empresas. En los tiempos modernos llama la atención, por el contrario, cómo países considerados prácticamente desahuciados por los mercados internacionales han vuelto en muy poco tiempo a la normalidad y han ido recuperando la confianza de los mismos (véase Rusia sin ir más lejos después de la crisis de 1998).

No obstante lo anterior, sí puede hablarse del último tranvía o la última oportunidad de un país para hacer frente a una grave crisis económica antes de entrar en una crisis política total o con profundas incertidumbres sobre la posibilidad de una resolución pacífica y más o menos ordenada de la misma. æpermil;ste sería el caso de Argentina si, como consecuencia del fracaso de los planes del Gobierno por llegar a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y elaborar un programa de saneamiento financiero y recuperación económica, se viera enfrentada a una dimisión del presidente Duhalde, la salida de Mario Blejer del Banco Central y la caída del Ejecutivo actual. Las dificultades para rellenar el vacío de poder en las circunstancias que está viviendo el país en medio del desprestigio de las instituciones de gobierno y la ausencia de respaldo a la clase política son inimaginables.

Por eso se puede hablar de una última oportunidad después de la reciente derogación por el Senado de la Ley de Subversión Económica, que se añade a la modificación aprobada de la Ley de Quiebras. Tan sólo falta ahora para cumplir las precondiciones del FMI la firma del acuerdo sobre reducción de déficit fiscal con las provincias. En este punto el organismo internacional, habida cuenta de la situación de grave depresión económica, podría flexibilizar sus exigencias en materia de porcentajes de reducción o de alargamiento del plazo para cumplirlas sin que ello pusiera en grave peligro la elaboración de un programa económico creíble.

Realizados estos objetivos, la liberación de recursos por el FMI en una primera fase podría producirse en las próximas semanas. Este organismo debe tener presente que a él le alcanza ya la responsabilidad de atrasar injustificadamente un plan de saneamiento y de los peligros que conlleva de aumento de la inestabilidad política en una situación tan delicada. En mi opinión, el FMI debe movilizar una cantidad suficiente de préstamo, a pesar del fuerte endeudamiento de Argentina con el organismo, como para evitar no sólo la previsible catástrofe argentina, sino la creciente posibilidad de contagio a países vecinos y a otros de América Latina.

Con ese dinero y con las nuevas medidas que garanticen la flexibilización gradual del corralito, como el plan Bonos, las autoridades argentinas podrían estabilizar con credibilidad el cambio del peso recortando las posibilidades de un proceso hiperinflacionista y sentarse a meditar sobre cómo se puede sanear el sistema financiero, hoy con grave riesgo de insolvencia, y cómo se pueden abordar acuerdos para reestructurar la enorme deuda exterior. Dicho de otro modo, aun con el apoyo condicionado del FMI a Argentina le esperan tiempos de enorme dificultad antes de volver a la normalidad. Pero éstos, que serán desgraciadamente inevitables, todavía podrían ser peor y más prolongados si se desaprovechara la actual oportunidad y el país cayera en una situación crítica desde el punto de vista de su estabilidad política y constitucional.

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