Vuelta a los principios de siempre
Uno de los debates más interesantes que se han celebrado de puertas adentro de la Bolsa en las últimas seis semanas se ha centrado en la capacidad de independencia de los mercados europeos respecto de los estadounidenses al considerar algunos analistas de nuevo cuño que el estreno del euro, como moneda física, iba a suponer un vuelco radical en los hábitos de antaño.
La debilidad en ciernes del dólar, que los sabios justifican por la percepción cada vez más generalizada de que los activos nominados en dólares están muy caros por el efecto moneda, ha vuelto a reabrir la cuestión.
Antes como ahora, los viejos del lugar se han mostrado escépticos y lo único que se atreven a pronosticar es un derrumbe de los mercados financieros si la caída del dólar, un suponer, se produce de manera rápida. Lo deseable, dicen, es que el ajuste se produzca de manera gradual, sin estridencias, para que los diferentes activos y los obligados flujos monetarios desde unos mercados a otros recompongan nuevas estrategias con tiempo suficiente.
Antes como ahora, el debate es baladí, porque los mercados estadounidenses dirigen la contienda. Los informes de situación de las principales firmas del mercado y las predicciones que hacen los expertos a primera hora de la mañana siempre supeditan la evolución y tendencia de los mercados europeos a lo que hagan los estadounidenses en el periodo de coincidencia operativa. Salvo la voluntad, que no es manca, nada ha cambiado en los mercados de acciones.
Contaba ayer un experto en su alocución matinal que Europa no pinta nada en las tendencias bursátiles. Quiso decir, a su manera, que los viejos principios se imponen y que los pequeños paréntesis de autonomía que se producen a veces son eso, simples paréntesis. Y Wall Street no pinta bien.