Decepcionante Bush
George Bush quiere emular a Poncio Pilatos, y eso no es posible en una situación bélica como la que vive Oriente Próximo con los tanques israelíes apuntando a la Iglesia de la Natividad, el lugar en el que, según la tradición, nació Cristo. El presidente estadounidense está a punto de perder, si no lo ha perdido ya, todo el prestigio que acumuló durante la crisis provocada por el ataque terrorista del 11 de setiembre pasado. Sus vacilaciones, sus titubeos, sus ambigüedades no son de recibo en unos momentos donde, más que nunca, se necesita el liderazgo de Estados Unidos en una crisis que amenaza con sumir a toda la región en un caos de consecuencias imprevisibles para la paz y estabilidad mundiales. El clamor a favor de una intervención directa de Washington en el conflicto comienza a ser ensordecedor, no sólo fuera, sino dentro de Estados Unidos. El propio The New York Times, nada sospechoso de enemistad hacia Israel, pedía esa intervención el miércoles en un editorial significativamente titulado Estados Unidos debe liderar. ¢Bush no tiene otra elección que acelerar la implicación norteamericana¢ en la búsqueda de una solución al problema, añadía el diario neoyorquino.
En la misma línea se han manifestado influyentes personalidades estadounidenses, entre los que se encuentran antiguos secretarios de Estado, como Madeleine Albright y Henry Kissinger; ex asesores presidenciales de seguridad nacional, como Zbignew Brzezinski y Robert McFarlane; congresistas de ambos partidos y casi todos los antiguos embajadores norteamericanos en países de la zona, conscientes de que la inactividad de Washington pone en peligro los intereses de Estados Unidos en la región, como lo demuestran las recientes manifestaciones populares en las capitales árabes.
El presidente norteamericano parece atenazado por lo que Lawrence Korb, un antiguo subsecretario de Defensa de la anterior Administración, define como ¢el síndrome ABC¢, es decir, ¢el síndrome de Anything But Clinton o Cualquier cosa menos lo que hacía Clinton¢, en una clara referencia a la participación directa de Bill Clinton en el proceso de paz, desde Camp David a Wye Plantation. Un proceso descarrilado, conviene recordarlo en estos momentos, por la actitud maximalista de Yasir Arafat, que rechazó las ofertas puestas en la mesa por Ehud Barak y que le hubieran permitido disponer de un Estado palestino, no ideal, pero sí viable. Su apuesta por el todo o nada provocó en Israel la caída de Barak y la elección de Ariel Sharon.
La coalición internacional contra el terrorismo, hábilmente nucleada por Washington a raíz del 11 de setiembre, se está deshaciendo como azucarillo en café caliente. El clima de resentimiento en las capitales árabes hacia Estados Unidos empieza a ser irrespirable. La indignación se hace notar en Europa y hasta el Vaticano pide una mediación activa a Estados Unidos. Washington tiene que mandar a la zona al secretario de Estado, Colin Powell, para exigir a Sharon no sólo un alto el fuego inmediato, sino la retirada, también inmediata, de las ciudades palestinas reocupadas. Sólo así tendrá credibilidad Arafat para pedir a su pueblo el cese de la violencia. Bush debería seguir los consejos de su padre, quien, a raíz del 11 de septiembre, declaró que, ¢ni en la lucha contra el terrorismo, ni en ningún asunto, puede Estados Unidos quedarse aislado¢.