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La Atalaya
Columna
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La soledad de Arafat

El único signo positivo de los últimos días en torno a Oriente Próximo ha sido la omisión por parte del presidente George Bush del nombre de Al Fatah, el partido de Yasir Arafat, de la lista de grupos y países terroristas mencionados en su discurso sobre el estado de la Unión. Bush aludió a Irán, Irak y Corea del Norte y citó a Hamás, la Yihad Islámica y Hezbolá. Pero dejó fuera a la organización fundada por Arafat, a pesar de que algunos de los autores de los últimos atentados en Israel procedían de sus filas. ¿Puede interpretarse esa omisión como un último síntoma de confianza en el líder palestino por parte de Washington? Es difícil apuntarse a esa tesis, después de la 'profunda decepción' expresada por Bush sobre Arafat a raíz del descubrimiento del alijo de armas compradas a Irán por dirigentes de la Autoridad Nacional Palestina. Simplemente, todavía no hay repuesto para el veterano líder palestino. Pero la red para encontrar una nueva dirección está en marcha en Washington, en Israel y entre algunos sectores palestinos, desilusionados con el liderazgo de Arafat, como exponía esta semana en El País el intelectual palestino y profesor de la Universidad de Columbia Edward Said.

Arafat es un superviviente nato desde que en 1969 tomó las riendas de la diáspora palestina. Ha sobrevivido a siete presidentes norteamericanos y a 12 primeros ministros israelíes. Acorralado por las fuerzas israelíes invasoras del Líbano en 1982, mandadas por el entonces ministro de Defensa, Ariel Sharon, el rais renació gracias a los procesos de Madrid y Oslo. Sin embargo, esta vez no ha elegido bien sus cartas y no ha sabido calibrar el cambio producido en el mundo por el 11-S.

Sus errores en los últimos 10 años han sido de bulto. Desde su apoyo a Sadam Husein en la guerra del Golfo, que le costó le enemistad de Washington y la supresión de la ayuda económica de los emiratos petroleros, hasta el rechazo del plan de paz patrocinado por Bill Clinton en Camp David y Taba, la estrategia de Arafat ha supuesto un rosario de equivocaciones. Toda la lógica y justa simpatía que los sufrimientos del pueblo palestino y la ocupación militar israelí despiertan en la opinión publica se esfuman ante la acción terrorista de los hombres y (ahora) mujeres-bomba contra la población de Israel, que camufla los asesinatos selectivos de su ejército como 'acciones preventivas contra el terrorismo'. El daño que el apresamiento del alijo de armas iraníes ha causado a la causa palestina puede que sea irreparable.

En estos momentos, Arafat se encuentra más solo que nunca y con su actitud ambivalente ha colocado a su pueblo en una situación límite. No sólo Washington y Europa desconfían de sus promesas hasta el punto de que el mediador estadounidense, Anthony Zinni, lo haya calificado en privado de 'mentiroso compulsivo', sino que la ausencia de entusiasmo por su persona en las capitales árabes moderadas es perfectamente descriptible. Ni siquiera países tradicionalmente beligerantes en el tema palestino, como Yemen, Argelia y Siria, se han significado en su defensa. Si a los errores estratégicos del rais se añaden los desmanes ordenados por Sharon contra los palestinos, el futuro inmediato no aparece esperanzador. Porque de lo que ahora se trata es sencillamente de conseguir un cese temporal de la violencia. El milagro es que esa violencia no haya desbordado todavía los límites de Palestina e Israel y se haya extendido como reguero de pólvora al resto de una zona explosiva.

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