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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aznar inicia la cuenta atrás

El presidente del Gobierno clausuró ayer el decimocuarto congreso de su partido, el último al que asiste como tal, con la aparente satisfacción de haber dejado en manos de su equipo de confianza la etapa final de la carrera sucesoria abierta en 1996 tras el anuncio de que no permanecería más de ocho años consecutivos en el cargo. Los cambios introducidos este fin de semana en el comité ejecutivo del PP, al que se incorpora como figura estelar un hijo del ex presidente Adolfo Suárez, y en el que se fortalece el cambio generacional iniciado en el anterior congreso, no aportan claves novedosas sobre quien encabezará el cartel electoral del partido en los comicios de 2004, una incógnita que puede terminar por convertirse en un lastre para la cohesión interna y dificultar la tarea del Gobierno cuando aún no ha cumplido la mitad de la legislatura.

La continuidad de Javier Arenas en la secretaría general, unida a la de Rodrigo Rato, Jaime Mayor Oreja y Mariano Rajoy en las tres vicesecretarías, reduce a simple vista el núcleo de fieles en el que Aznar tiene depositadas sus expectativas. Los intentos del ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, de trasladar los interrogantes sobre la sucesión a un debate asambleario tuvieron el corto recorrido previsto pero han confirmado que Aznar, su antiguo protector, no sólo controla la organización con pulso firme sino que es capaz de orillar sin remordimientos a aquellos que le ayudaron a escalar la cima más alta.

El poder absoluto que el presidente ejerce sobre el PP le ha rendido una excelente cuenta de resultados. Mantiene una cómoda ventaja frente al PSOE, gobierna con una confortable mayoría absoluta apoyada en más de 10 millones de votos, preside ocho comunidades autónomas y gestiona los ayuntamientos de 28 capitales de provincia. Desde el Ejecutivo, controla todos los resortes de mando imaginables, incluido el de la Justicia, y dispone de eficaces terminales en las principales empresas privatizadas. Con este balance no ha tenido problemas para despreciar las formas, aunque tampoco ha creado grandes agravios. El propio Álvarez Cascos, fiel guardián de las esencias del partido, conserva como oro en paño los restos de la carta de dimisión sin fecha que Aznar le entregó a Manuel Fraga en 1990, aceptando una tutela de la que se libraría con la misma astucia que ahora quiere aplicar a su relevo.

La agenda oficial del XIV congreso, sustentada en un rancio axioma ideológico -'la sociedad española ya no es de izquierdas ni de derechas', sentencia Arenas- ha sobrevolado conceptos tan ambivalentes como el del patriotismo constitucional, rescatado sin demasiado éxito del ámbito intelectual alemán por el ministro Josep Piqué, y ha intentado concentrar la atención sobre los logros de la política económica.

No en vano el vicepresidente Rodrigo Rato ha sido uno de los más aplaudidos por los 3.000 compromisarios, sin que el reciente calvario del caso Gescartera haya empañado, de puertas adentro, su prestigio. Desde este punto de vista, el encuentro ha sido una oportunidad perdida para quienes hubieran aspirado a ensayar un mínimo ejercicio de autocrítica o a debatir a fondo la trastienda de algunas de las ofertas y los postulados con los que Aznar cerró ayer el congreso. Desde el emplazamiento a sindicatos y empresarios para flexibilizar el mercado laboral, hasta el llamamiento a CiU a entrar en el Gobierno. Sin olvidar el futuro del País Vasco, un problema de primera magnitud que el PP ha sorteado, una vez más, con duros reproches al PNV y un homenaje audiovisual tan selectivo como partidista a las víctimas de ETA.

Aznar cumplirá el mes que viene 49 años y confiesa sentirse en la cresta de la ola. El itinerario con el que este fin de semana ha comenzado su cuenta atrás es probable que le resulte más complicado de lo que parece. Alguien tan veterano en el PP como el presidente madrileño, Alberto Ruiz Gallardón, ha ironizado sobre las dificultades para ser 'delfín' en una 'piscina de tiburones'. Aznar, con su secretismo, tal vez no haya ayudado ni a fomentar la paciencia ni a serenar la ambición de los aspirantes.

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