Un mes que transformó la vida de Estados Unidos
Todo en Estados Unidos tiene un antes y un después de la ofensiva terrorista del pasado 11 de septiembre. Antes, la principal preocupación de los estadounidenses era una crisis económica que confiaban en capear con ayuda del Congreso y la Reserva Federal. Aún con la desaceleración del PIB, EE UU era el líder mundial indiscutible en materia económica, política y militar. Y los ciudadanos se sentían seguros.
Cuando las Torres Gemelas se derrumbaron, el país entró en una dinámica de dolor, incredulidad, miedo y desorientación que sigue creciendo día a día aun hoy. Acorralados entre el sentimiento de vulnerabilidad y el deseo de venganza, los ciudadanos estadounidenses se han aferrado a la bandera como símbolo de unidad. Pero el miedo y la incertidumbre son palpables de punta a punta del país.
En Washington DC, el presidente George Bush declaró una "guerra mundial contra el terrorismo" cuyas consecuencias son imprevisibles. Ello permitió colocar al país en estado de emergencia nacional y transformar completamente las prioridades políticas y presupuestarias del Gobierno. Antes de los atentados, el Congreso hablaba de reforzar la educación y garantizar el futuro de las pensiones. Después de la ofensiva, el único tema de debate es cómo librar dos guerras paralelas: la lucha contra el terrorismo y contra la recesión.
Despidos y ayudas
El gran Gobierno federal, tan denostado cuando Wall Street estaba por las nubes, vuelve a ser importante ahora que las industrias reclaman ayudas billonarias.
Los llamamientos al patriotismo no han impedido que las compañías anuncien cientos de miles de empleos, ni que los inversores vuelvan a desplomar las acciones.
El Congreso prepara un plan de estímulos fiscales que rondará los 100.000 millones de dólares (109.000 millones de euros) y que seguramente llevará el presupuesto de nuevo a déficit.
La Reserva Federal ha continuado una agresiva bajada de tipos que ha llevado ya los interbancarios del 6,5% de principios de año al 2,5% actual. Pero prácticamente todos los economistas creen que la recesión es ahora inevitable. En el terreno político-militar, la crisis ha servido para que Bush abandone su discurso aislacionista y reclame el liderazgo mundial en la primera gran batalla del siglo XXI. Pero eso sí, ahora con el apoyo de sus aliados.
El Consejo de Seguridad de la ONU vuelve a ser un foro necesario para los intereses del país. El comercio es un arma de guerra que será utilizada con la misma determinación que los cazas B-2.
Dentro de EE UU, el Gobierno reclama leyes que recortarán los derechos civiles y reforzarán los poderes ejecutivos del presidente. En la calle, los ciudadanos se debaten entre el temor a perder el puesto de trabajo y el terror a un ataque terrorista bacteriológico. Políticos, inversores y ciudadanos muestran una determinación férrea a ganar las batallas contra el terrorismo y la recesión. Pero todo el mundo reconoce que nada volverá a ser igual.
Franklin Delano Roosvelt, el presidente que lideró al país desde la Gran Depresión hasta la II Guerra Mundial, dijo en 1933 que "lo único que tenemos que temer es el propio miedo". Y el miedo es palpable en cada rincón de Estados Unidos. Al menos, todavía, un mes después de la tragedia.