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Columna
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Resaca postcarnaval

Las protestas que golpean a Brasil dan pistas sobre las deficiencias del modelo económico del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, y su sucesora, Dilma Rousseff. Ambos aprovecharon el auge de las materias primas, pero han gastado mucho y han tolerado demasiada corrupción. Los precios de la exportación se han reducido, los presupuestos necesitan un recorte y –claramente– la población no es feliz. Aplacarlos con más limosnas solamente empeorará el problema.

Sus quejas se centraron inicialmente en el aumento de las tarifas de autobús, que en parte habían sido impulsadas por los impuestos aplicados a los estados por el gobierno federal. A medida que las protestas crecían, su enfoque se amplió, para incluir los miles de millones de dólares gastados en estadios de fútbol antes de la Copa del Mundo de 2014.

Rousseff sigue siendo popular, con índices de aprobación de alrededor del 55%, pero tanto el mercado de valores como la divisa han caído en las últimas semanas. La inflación en el hasta mediados de junio (6,7%) está por encima del objetivo del gobierno.

Con los precios de las principales exportaciones de materias primas brasileñas muy por debajo de sus picos, las finanzas del país se enfrentan a una contracción que no se había visto desde los años preLula entre 1998 y 2002, cuando el impago de la deuda internacional parecía cercano. Mientras la expansión de la economía ha hecho que la deuda externa sea mucho más manejable, Brasil todavía tiene el mayor gasto público de América Latina en relación con el PIB.

Rousseff ha prometido un plebiscito y, posiblemente, una asamblea para considerar cambios constitucionales. Puede que le tiente tratar de reducir las protestas con modestas ayudas y subsidios que reduzcan de nuevo los costes, pero si no hay un rápido repunte de los precios de las materias primas eso solo haría más probable una mayor austeridad en el hinchado sector público brasileño en los próximos años. Cuando eso suceda, las protestas actuales podrían parecer poco.

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