El resurgir industrial, una urgencia estratégica

Estamos siendo partícipes de un momento clave en el sector energético, que nos obliga a responder a las demandas cambiantes de la sociedad y a los desafíos que imponen los distintos escenarios geopolíticos. En este complejo contexto, es fundamental mantener el delicado equilibrio entre garantía de suministro, asequibilidad en los costes y sostenibilidad ambiental. A estas alturas, y con varias lecciones aprendidas, nadie puede dudar de que, junto a otras alternativas, los hidrocarburos continuarán siendo imprescindibles para satisfacer las necesidades energéticas en todas las regiones del mundo. Esta realidad debe estar presente en la elaboración de políticas y regulaciones.
Ante este escenario, resulta esencial reivindicar el papel de la industria en Europa. Nuestro continente atraviesa una emergencia industrial sin precedentes, con una contracción de la producción en los sectores industriales intensivos en energía de hasta un 12% desde 2021. Esta pérdida no solo implica la desaparición de fábricas, sino también la destrucción de empleo de calidad, la erosión del tejido productivo y la merma de la autonomía estratégica europea.
La desindustrialización europea es el resultado de una combinación de factores: precios energéticos elevados, volatilidad regulatoria, competencia global y, sobre todo, políticas que han priorizado la descarbonización sin tener suficientemente en cuenta la competitividad y la seguridad de suministro. Muchas industrias han trasladado su producción fuera de Europa, principalmente a países con menores costes energéticos y ambientales. Nuestro continente pierde empleos y riqueza, pero exporta emisiones, ya que la producción en terceros países suele ser mucho más intensiva en carbono.
Reindustrializar Europa requiere mucho más que buenas intenciones; es fundamental pasar a la acción con políticas que aseguren energía competitiva, estabilidad normativa y reconozcan el papel clave de empresarios e inversores en la creación de empleo y prosperidad. La experiencia reciente nos enseña que la competitividad debe estar en el centro de la agenda europea. Sin ella, no podremos mantener el bienestar, la autonomía ni la sostenibilidad. Si Europa no es capaz de producir, por ejemplo, baterías, acero, cemento o componentes tecnológicos a precios competitivos, dependerá de importaciones de países con estándares diferentes: se debilita nuestra economía y las emisiones solo cambian de lugar.
Es hora de reaccionar y de que Europa ponga en el centro de su agenda la competitividad. La industria necesita confianza, reglas del juego estables y una visión a largo plazo para acometer inversiones que requieren décadas para madurar. Sin el cambio radical de las políticas económicas será imposible mantener el Estado de bienestar, la autonomía y la sostenibilidad. Esto no solo debilita nuestra economía, sino que también pone en riesgo la transición ecológica, ya que las emisiones globales no disminuyen, sino que simplemente se trasladan de lugar.
Apostar por el resurgir industrial de Europa es, en definitiva, una cuestión de supervivencia económica, social y ambiental. Es necesario movilizar inversiones masivas, tanto públicas como privadas, y establecer un marco regulatorio que incentive la innovación, la digitalización y la transición ecológica, pero siempre desde la premisa de la competitividad. Solo así podremos garantizar empleo de calidad, autonomía estratégica y un modelo de bienestar sostenible para las próximas generaciones.
La UE ha empezado a dar pasos en la dirección adecuada, con iniciativas como el Clean Industrial Deal, para impulsar planes de acción sectoriales para la transición de sectores industriales fundamentales como el acero, el cemento y la química. Sin embargo, se echa en falta un plan de acción para la transición del sector del refino, como industria de producción de combustibles y otros productos esenciales. Estoy convencido de que Europa tiene el talento, la experiencia y la capacidad tecnológica para liderar una nueva revolución industrial. Pero necesita convicción, agilidad y una visión compartida, situando la competitividad en el centro de la estrategia europea. Hace algunas semanas, Mario Draghi recibía el Premio Princesa de Asturias 2025 a la Cooperación Internacional y apelaba a la urgencia de actuar ante los desafíos de nuestro continente, “una Europa que actúe no por miedo al declive, sino por orgullo de lo que aún puede lograr”. Pongámonos a ello, nos queda mucho para este resurgir de Europa. Por orgullo de lo que hemos sido y de lo que podemos ser.