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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

1929: repetición y fantasma

Se puede sintetizar una serie de rasgos culturales y psíquicos que aún persisten en el inconsciente político

El colapso de 1929 no solo fue la consecuencia de horrorosas decisiones económicas y políticas. Fue, ante todo, una tragedia psicológica colectiva, alimentada por la euforia, la codicia, la negación y el mito del progreso infinito. Andrew Ross Sorkin, en su reciente obra 1929. The inside story of the greatest crash in Wall Street history (1929. La historia secreta de la mayor crisis bursátil de la historia de Wall Street), reconstruye los eventos de la implosión desde una perspectiva más íntima que en estudios precedentes, revelando cómo la mentalidad de los protagonistas (banqueros, especuladores, políticos y ciudadanos) fue tan determinante como la gobernanza providencial de los factores. Si hacemos una reflexión crítica de sus conclusiones, podemos sintetizar una serie de rasgos culturales y psíquicos de aquel fenómeno y época que aún persisten en el inconsciente político de nuestros días, pudiendo retornar un ciclo de repetición neurótico atenuado por el misterio de la oikonomía (referida al origen teológico de la mentalidad económica occidental: unión de la administración diligente de una casa con el plan divino de la salvación).

El primer antecedente que tendremos en cuenta es el referido al pánico de 1907 (que traería la posterior creación de la Reserva Federal). Aquella crisis de confianza en el sistema bancario instaló en el sentimiento nacional de EE UU un resentimiento cuasireligioso contra Wall Streett: el “money trust” se había preocupado de enriquecer a sus élites a expensas de los estadounidenses corrientes. Woodrow Wilson construyó su campaña presidencial de 1911 acusando al sistema financiero de ser el único monopolio del país y aprobando una comisión de investigación en el senado cuyo principal objetivo fue J. Pierpont Morgan. La estrategia de defensa de este fue trasladar a los medios de comunicación una narrativa para desinflar la presión sobre el desproporcionado poder acumulado en unos pocos banqueros y fondos, y desviar el peso de la culpa sobre un sistema regulatorio que estaba pobremente administrado por el Gobierno.

Sorkin deja un reflejo genial de la mentalidad de J. P. en un extracto de su interrogatorio en la comisión. Así, a la pregunta: “¿Acaso el lograr un crédito no se basa principalmente en el dinero o las propiedades?”, la respuesta de Morgan fue iluminadora: “No, lo primero es el carácter”. Entonces, “¿un hombre con carácter, sin nada que lo respalde, puede obtener todo el crédito que quiera, y un hombre con propiedades no puede?”. Sin titubeos: “Es justo lo que sucede. Es la regla de los negocios”. Era una mentalidad en el litoral de la tergiversación neurótica.

Para J.P., el carácter era más importante que el capital, como si un hombre con atributos debiera ser confiable incluso aunque careciese de activos líquidos, mientras que uno sin ellos no merecería confianza, aunque fuera rico. En efecto, tras la secularización de la economía, todavía persistían las raíces cristianas de que la actividad económica está emparentada con la actividad de Dios. En tal lógica, el devenir económico siempre estaría dotado de sentido, aunque sea ininteligible a primera vista o, dicho de otro modo, la providencial dispositio con la que gobierna Dios la historia del mundo produciría que un mal aparente, incluso el caos, lleve al bien general.

Las reformas de Wilson prepararon el terreno para lo que deseaba el pueblo: acceso al Edén. John K. Galbraith recreó con agudeza esta ansiedad en su obra clásica El crash de 1929 (1954), describiendo cómo las masas de la clase media compraron compulsiva e irracionalmente propiedades en Florida entre 1925 y 1928. Terrenos de escaso valor que adquirieron a un precio absurdamente alto con la esperanza de que podrían revenderlos para complejos hoteleros y familias adineradas. A pesar de huracanes y tierras pantanosas, Florida se transformó en el símbolo del jardín de las delicias en la esfera terrenal. Tuvo lugar el contagio del miedo a quedarse fuera (Fear Of Missing Out, FOMO) en el sentido de dejarse atrapar por el deseo mimético de invertir simplemente porque los chicos listos o sus vecinos lo hacían, a la vez que se compartía socialmente una disonancia cognitiva sobre el valor real de lo que se compraba (decisiones basadas en rumores, titulares y emociones, no en un análisis racional) porque el miedo a perder la oportunidad superaba el miedo a perder dinero.

Para Sorkin y Galbraith, este factor fue tan decisivo como el de la mentalidad de invulnerabilidad de la que presumieron los líderes financieros de los principales bancos. Este rasgo psicológico expondría la creencia en la infalibilidad del sistema (su propia presciencia), dado que había sido perfeccionado técnica e institucionalmente y, en otra vertiente más opaca, su certeza mística en que una mano invisible (el objeto a que sirve de señuelo para cubrir toda falla) terminaría por autorregular las disfuncionalidades. Hasta el martes 29 de octubre, se repitió el acto de fe por el que dicho objeto guiaría el destino de los hombres más allá del principio de realidad freudiano.

La imagen de la mano invisible en La riqueza de las naciones (1776) ensalza que los fines del individuo dentro de la actividad económica no radican “absolutamente en sus intenciones”. Como propone el filósofo Giorgio Agamben, hay una larga genealogía teológica en esta metáfora que discurre por los tratados de San Agustín, Santo Tomás y Lutero como demostración de que continúa siendo la mano de Dios la que reina en la oikonomía moderna y secular. Así es como la repetición compulsiva se hace carne más allá del placer.

La repetición en Freud es una forma de dominar simbólicamente lo traumático. En una neurosis, la compulsión a repetir un acto para volver a experimentar un desenlace fallido que producirá displacer viene a ser una manifestación de algo que fue reprimido (ramificaciones del complejo edípico que no se quieren recordar). Lo que se repite o revive produce un goce entendido como un exceso de placer, es decir, un placer que alcanza un umbral insoportable y pasa a ser tramitado como dolor, puesto que el trauma inicial fue reprimido para esconder que nunca fue satisfecho el deseo que estuvo presente. Las cicatrices de una compulsión de repetición se relacionan con la pérdida de amor, sellada dentro de un sentimiento de inferioridad que sería compensado con el agigantamiento del narcisismo. Toda esta dinámica pronostica un destino del que no se podría escapar.

La estructura de la crisis mostró que los actores financieros repitieron patrones de comportamiento ni racionales ni nuevos: especulación descontrolada, fe ciega en el mercado, negación de señales de advertencia creyendo que esta vez será diferente, y uso irresponsable del crédito. Fueron repeticiones de deseos inconscientes: omnipotencia, control e invulnerabilidad. El mercado se transmutó en un escenario fantasmático donde la alucinación equivalía a la fantasía del éxito infinito. Freud demostró que la repetición es igualmente una forma de resistencia frente al aprendizaje: el sujeto repite en lugar de recordar, pues no accede al saber que ya posee (renegando de la teoría platónica de la anamnesis).

Sorkin advierte en sus conclusiones de un riesgo de repetición de ciclo en el presente derivado del sobreendeudamiento, la apología de la criptoeconomía y de las eficiencias de la IA y el consumo mantenido asimétricamente por las clases más ricas y no por el conjunto de la sociedad, que trata irracionalmente de imitarlas. A lo que añado la presencia de un fantasma que condiciona el desenlace y que permitiría descifrar las causas por las que el propio sujeto individual y colectivo se perjudica en sus decisiones económicas.

El concepto de fantasma en Jacques Lacan organiza el deseo del sujeto. No se trata de una ilusión o imagen superficial, sino de una formulación x que da un sentido al modo en que el sujeto se relaciona con su falta primordial y con el Otro. El fantasma de los actores de Wall Street, Gobierno y ciudadanía, hipnotizada por la promesa de riqueza, organizó en la década de 1920 el deseo en torno a un objeto imposible: la seguridad y confianza absolutas en un sistema edénico esencialmente incierto. La paradoja radica en que, igual que en la vida se busca la costilla perdida en la creación del Otro (para tener o ser su amor), del mismo modo se desea mantener vivo el fantasma, ya sea la ausencia de amor, ya sea la falta de poder, saber o reconocimiento. Un crac siempre es un malentendido que, como el pecado original, no se puede borrar, solo repetir.

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