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La tribuna de los fondos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Entre mitos y fábulas, la inteligencia artificial lo mueve todo 

Existe una maldición china que dice “que vivas tiempos interesantes”. Sin duda, los estamos viviendo

En la mitología china, el huli jing es un zorro que puede transformarse en humano, generalmente en una mujer muy bella, pero tiene un carácter dual: puede ser benevolente o maligno, dependiendo de la historia. Esta dualidad podría aplicarse a la inteligencia artificial. Será un gran invento o acabará con la humanidad.

La historia de la humanidad es una historia de progreso e innovación. La narrativa actual de los mercados, quizá más que nunca, está dominada por la excitación alrededor de la inteligencia artificial, justo cuando están a punto de cumplirse tres años del lanzamiento de ChatGPT. También en 2025 se han cumplido 70 años desde que, en 1955, el término “inteligencia artificial” fuera acuñado por primera vez en el documento con la propuesta para la Conferencia de Dartmouth. La inteligencia artificial generativa ha abierto las puertas a una nueva era. La máquina no solo hace, sino que piensa, se persigue que razone y, por qué no, que sienta. Estamos experimentando una nueva revolución, una tecnología transformadora, a la altura de lo que en su momento fue la máquina de vapor, el ferrocarril, la electricidad y, ya en el siglo XX, Internet.

La realidad tecnológica y las inmensas posibilidades que abre la inteligencia artificial generativa están fuera de toda duda, pero como ocurre con todas la revoluciones, los contemporáneos de la misma, no son (somos) capaces de visualizar el recorrido real que esta acabará teniendo. Normalmente, las revoluciones que cambian la historia suelen ser mucho más importantes y profundas de lo que se imagina en sus primeros estadios, pero su camino no es lineal. A fases de incredulidad les suceden etapas de enorme excitación, luego llega la desilusión y después, de nuevo el relanzamiento, ya que la tecnología tiende a mejorarse a sí misma, en usos, eficiencia y costes.

Ahora bien, si dejamos la realidad y nos vamos a los mercados financieros, y más concretamente al mercado de acciones, los precios de las compañías que de una u otra manera están ligadas a la inteligencia artificial, han experimentado unos crecimientos espectaculares. Y lo han hecho, además, en un espacio muy corto de tiempo. En este 2025 vuelven a tirar con fuerza de los índices, acrecentando el fenómeno de la concentración hasta niveles nunca vistos en la historia. Atrás quedaron los miedos sobre el efecto disruptivo de Deepseek o del manotazo en el tablero de juego que dio Donald Trump el día de la liberación. No hay noticia que frene el desenfreno o la ilusión por la inversión en IA. Nvidia, la compañía más grande del mundo, ha alcanzado la mareante capitalización bursátil de cinco billones de dólares, pero lo más sorprendente es que anotarse ese último billón solo le ha llevado 70 días. ¿Cuánto es demasiado? ¿Podemos estar ante la siguiente gran burbuja?

Es muy difícil saberlo y tremendamente doloroso para los inversores atrapados en el lado incorrecto. La realidad, que siempre es más compleja de lo que desearíamos, nos permite encontrar argumentos para defender una postura y la contraria.

En un lado, los que defienden que hay una burbuja, se apoyan en unas valoraciones extremas de gran parte de las compañías, especialmente en el segmento de las que, a día de hoy, aún no ganan dinero; en la significativa participación del inversor minorista, incluso a través de posiciones muy apalancadas, que en Estados Unidos ha tocado máximos históricos; en los algoritmos y modelos cuantitativos que usan el factor momentum y en la sensación de FOMO. Inversores con impecable reputación y excelentes resultados en el pasado están teniendo uno de sus peores años de rentabilidad relativa si han tenido una cartera no expuesta a la IA. Muchos de ellos defienden con vehemencia que estamos ante una enorme burbuja. Puede ocurrir que en algunos casos, se sientan como la zorra de la fábula de Esopo, que tras fracasar en sus intentos de alcanzar las uvas del árbol, en lugar de admitir su derrota, exclamaba: “Bah, no están maduras”. En una conferencia de inversores internacionales a la que he acudido recientemente, una de las preguntas a la audiencia fue cuál era nuestro mayor temor en la actualidad. El 33% de los asistentes respondió que su miedo era una burbuja en la IA. Haya o no burbuja, lo cierto es que hay una parte de la comunidad que la teme y otorga una cierta probabilidad a que ocurra, porque la situación actual, además del comportamiento de los precios de ciertas acciones, recuerda a otras épocas. Anuncios de ingentes cantidades de dinero en CAPEX, centros de datos, etc, cuya rentabilidad futura es difícil de estimar y la circularidad en las relaciones y acuerdos entre unas empresas y otras, teniendo a OpenAI en el centro de dicho ecosistema. Algún inversor lo llama en el centro del agujero negro.

En el otro lado, también hay inversores muy inteligentes y exitosos y expertos que defienden que la situación no se parece en nada a la del año 2000 y que no solo no estamos en una burbuja, sino que esto es solo el principio de una tendencia robusta y duradera. Una de las principales razones es que los precios de las principales beneficiadas por la temática han estado respaldados por un enorme crecimiento de los beneficios (que no se ha detenido aún) y que las compañías están sentadas en pilas de caja, que les permite acometer decisiones de inversión sin necesidad de endeudarse o comprometer sus negocios. Además, los líderes están en una posición magnífica para seguir liderando y es muy difícil que alguien les dispute esa ventaja, ya que disponen no solo del dinero, sino del maná de la IA, que son los datos.

¿Qué debería, entonces, hacer un inversor? Lo primero de todo es que un inversor global, sensato y que invierta a largo plazo no tiene por qué elegir estar solo en un lado. Es más, ahora más que nunca, debería recordar que el verdadero motor en la generación de riqueza es el interés compuesto que se logra por igual de participar en los mercados alcistas como por no colapsar en los mercados bajistas. Volviendo a Esopo, un buen símil es su fábula de la liebre y la tortuga. Una liebre y una tortuga participan en una larga carrera. La liebre, de serie mucho más veloz, se burla de la lentitud de la tortuga. Confiada, la liebre se duerme. La tortuga sigue con paso constante y gana.

A largo plazo, un inversor patrimonialista debería preferir ser tortuga, porque lo importante es llegar a la meta a largo plazo. Existen hoy magníficas empresas, con negocios robustos, que cotizan a múltiplos ridículos. Incluso dentro del sector de la tecnología es posible encontrar ideas cuyas valoraciones no sean tan exigentes. Recordar las bondades de la diversificación, la calidad, la importancia de huir de las modas y no perseguir al mercado se vuelve más necesario que nunca, al tiempo en que se puede dedicar una parte de la cartera que esté expuesta a la tendencia más rabiosa, siempre que esta esté correctamente dimensionada para no arruinar el todo si ocurre un accidente.

Termino como empecé, y solo el futuro nos dirá si el zorro huli jing será benevolente o terrible y si estamos o no ante una burbuja de la IA en los mercados. Sin abandonar oriente, existe una maldición china que dice “que vivas tiempos interesantes”. Sin duda, los estamos viviendo.

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