¿Seguro que esta vez es diferente?
La mesura puede ser una buena receta para estar preparado para cuando el pulso que mueve la Bolsa entre la codicia y el miedo se rompa


La inteligencia artificial es la gran revolución tecnológica de nuestro tiempo y, al igual que otras revoluciones tecnológicas del pasado –como el ferrocarril o internet– ha desatado una fiebre inversora para la que aún no hay un desenlace cierto. Ocurre que las señales, no necesariamente sutiles, que emite el mercado recuerda a los más veteranos del patio bursátil las señales de burbujas pretéritas. Los incansables máximos de Wall Street y de sus gigantes tecnológicos, al calor de los cuales el resto de los mercados del mundo se anima, también, a subir, en un movimiento general de apetito por el riesgo donde puede más el miedo a quedarse fuera de la fiesta que a perder el dinero.
Incluso los más cautelosos se resisten a pensar en que el cambio del largo ciclo bursátil alcista esté al caer. Sobre todo porque, a diferencia de la fiebre por las puntocom –el símil más recurrente, pues inundó el parqué de empresas infladas en precio ante la prevista explosión de internet–, en la era de la inteligencia artificial los beneficios son ya contantes y sonantes y muy cuantiosos, si bien concentrados en un puñado de empresas. Los motores de la fiebre son en su mayor parte compañías con beneficios milmillonarios, que se pueden permitir las cifras de inversión que, a su vez, hacen que la rueda de los ingresos, las expectativas y los precios de las acciones siga girando, cada vez a mayor velocidad. La resistencia (al menos momentánea) de las cifras económicas al huracán arancelario y la abundante liquidez en el sistema hacen el resto: la complacencia del mercado con el riesgo no se limita a Wall Street, ni a la Bolsa, sino que alcanza casi a cada categoría de activos.
Pero ¿qué pasa si la promesa de mejora de beneficios y productividad que augura la aplicación de la inteligencia artificial no es la esperada o se retrasa en el tiempo? Como en todas las burbujas, la cuestión no está en si la apuesta inversora es acertada o no, sino en el precio que se paga y en el tiempo que se tardará en generar el retorno esperado. En el mercado actual se está ya cerca de atravesar la línea en la que el precio es excesivo, y donde el balance de riesgos es ya peligroso. El S&P 500 necesitaría, en relación a los beneficios que generan sus miembros, un crecimiento del dividendo por acción del 25% anual durante la próxima década para justificar los precios de este momento. La mesura, tras un rally bursátil que empezó en 2009, puede ser una buena receta para estar preparado para cuando el pulso que mueve la Bolsa entre la codicia y el miedo se rompa.