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Trump entierra Occidente y la UE no está a la altura

Europa es consciente de la frágil soledad en la que ha quedado, que permite a Putin chulearla con invasiones del espacio aéreo

Lo peor del trumpismo –el original y el de sus acólitos europeos- no es que sea retrógrado, ultraconservador o de extrema derecha. Tampoco lo es su proteccionismo nacionalista o su apuesta por unas reglas internacionales basadas en la fuerza y la arbitrariedad arancelaria. Ni tan siquiera, que dé la espalda a los principales problemas actuales de la humanidad (cambio climático e Inteligencia Artificial), reactivando viejos problemas como la guerra y la desigualdad social, desde una cultura supremacista y machista. Lo peor es que, por todo ello, es un proyecto que quiere acabar con la democraci...

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Lo peor del trumpismo –el original y el de sus acólitos europeos- no es que sea retrógrado, ultraconservador o de extrema derecha. Tampoco lo es su proteccionismo nacionalista o su apuesta por unas reglas internacionales basadas en la fuerza y la arbitrariedad arancelaria. Ni tan siquiera, que dé la espalda a los principales problemas actuales de la humanidad (cambio climático e Inteligencia Artificial), reactivando viejos problemas como la guerra y la desigualdad social, desde una cultura supremacista y machista. Lo peor es que, por todo ello, es un proyecto que quiere acabar con la democracia occidental y devolver al ser humano a una posición subalterna frente a otros poderes que escapan a nuestro control: su modelo es más cercano a la Edad Media o a autocracias como Rusia, Irán o China, que al mundo libre Occidental que venció al nazismo y al comunismo, instaurando la etapa más larga de prosperidad mundial y florecimiento de las libertades y la democracia.

Trump y sus aliados tienen un modelo de sociedad, cuya implantación exige desmantelar la democracia americana y los principios ilustrados sobre los que se fundamenta y que resumió muy bien Kant al señalar que la Ilustración reconocía al ser humano su capacidad para servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Ese es el fundamento, cuestionado por los trumpistas, de los principios de una sociedad democrática basada en los Derechos Humanos.

En sus nueve primeros meses en el cargo, Trump ha dictado cerca de doscientas órdenes ejecutivas, muchas de las cuales han chocado con el poder judicial que, incluyendo la Corte Suprema, las han invalidado o limitado. Lo novedoso es que la filosofía política del trumpismo explicita que, de los tres poderes, el poder ejecutivo está, jerárquicamente, por encima de los otros dos, rompiendo el equilibrio y control cruzado que define la democracia. Así, ante las primeras acciones judiciales, el vicepresidente Vance publicó en la red social X que “a los jueces no se les permite controlar el poder legítimo del Ejecutivo” con lo que proclama su apuesta por una autocracia. Las medidas anunciadas para rediseñar los cimientos del proceso electoral estadounidense y los cambio anunciados en algunas leyes electorales de estados trumpistas para restringir el acceso al voto, caminan en la misma dirección de rediseñar el sistema político americano para aproximarlo a una autocracia. Y son acciones que ya se han emprendido de cara a las próximas elecciones.

El movimiento neoreaccionario que se llama “Ilustración Oscura” que ve en Trump a su líder, rechaza ideas como el cambio climático o la igualdad de géneros o de razas, como el igualitarismo o el progreso y proponen regresar a una autoridad fuerte, con profundas creencias religiosas, que acabe con el consenso cultural y político democrático y con el establishment liberal y progresista que lo defiende. Lo piensan, lo escriben y lo practican, arropando al entorno del trumpismo, dotándole de una ideología que representa un modelo de sociedad jerárquico y viejo, contrario a los valores de la democracia actual.

Esto explica la atracción que Trump siente por otro autócrata como Putin o por qué, en su confrontación con China, se margina todo lo relacionado con la vulneración de los derechos humanos en el país asiático. Y, también, por qué Trump ha dejado caer a Europa, sin ocultar, incluso, su desprecio por lo que considera su debilidad, rompiendo la tradicional alianza EE UU-Europa que configuraba lo que era Occidente unido por intereses, pero, sobre todo, por los valores ilustrados y democráticos con los que Trump, está rompiendo.

Europa es consciente de la frágil soledad en la que ha quedado, que permite a Putin chulearla con invasiones del espacio aéreo en países del flanco oriental. La Presidenta Von der Leyen lo ha reconocido en su reciente discurso del Estado de la Unión al decir que “Europa está en combate” por nuestra capacidad de decidir nuestro futuro y por nuestras democracias, añadiendo “este debe de ser el Momento de la Independencia de Europa” lo que exige hacernos cargo de nuestra defensa y seguridad estratégica, el control de las tecnologías, de la energía, de la economía circular, defendiendo su industrial y reunificando, todavía más, al continente en línea con los Informes Letta y Draghi. Y, junto a eso, necesitamos urgentemente un “Escudo Europeo de la democracia” respetando el Estado de derecho porque “nuestra democracia está siendo atacada” sobre todo, añado yo, desde dentro. Desde las filas crecientes de la extrema derecha europea, quinta columna de Trump y financiada por Putin, con cuyos valores coinciden. Para conseguirlo, “ha llegado el momento de sacudirse los grilletes de la unanimidad” y, añado yo, reforzar el modelo de geometría variable (ya la tenemos con el euro) que sea capaz de aprovechar el vacío internacional dejado por el repliegue trumpista de Estados Unidos: nuestra relación comercial con EE UU es muy importante para Europa (eso explica, según la presidenta, su preferencia por el Acuerdo, aunque fuera humillante el escenario) pero el 80% de nuestro comercio tiene lugar con países distintos de los EE UU, siendo especialmente relevante China ante el que ha señalado que el modelo español de relaciones no le gusta, pero todavía no tiene uno alternativo.

La hoja de ruta de los demócratas europeístas está clara. La sucesión de terremotos agresivos producidos en el orden mundial sitúa las decisiones más allá del debate izquierda-derecha, ya que está en juego la democracia y la autonomía estratégica de Europa. Pero es imposible abordar este problema con los mecanismos vigentes de funcionamiento de la Unión Europea, levantados en otro momento histórico para dar respuesta a otros problemas. Para construir la nueva Europa, dice Von der Leyen que no hay tiempo que perder, aunque, de momento, lo estamos haciendo, asumiendo unos riesgos de los que, algunos, parecen no ser conscientes. Y como acaba de señalar Draghi, la inacción actual amenaza nuestra soberanía. Por tanto: ¿Hay alguien ahí?

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