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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sesgos cognitivos y autocontrol: por qué nos cuesta tanto ahorrar… e invertir bien

Existen factores más allá de los ingresos o la educación financiera que actúan en contra de la racionalidad de nuestras decisiones económicas

Ahorrar e invertir son pilares fundamentales tanto para la estabilidad y el bienestar financiero a largo plazo de las familias como de cualquier economía. Pero la realidad es que una gran parte de la población brega por mantener estos hábitos de forma constante y rentable. La mayoría de las ocasiones culpamos a la falta de ingresos o a la escasa educación financiera, pero sin ser elementos a descartar la realidad es que existen factores más profundos que actúan silenciosamente en contra de la racionalidad de nuestras decisiones económicas; y es aquí donde los sesgos cognitivos y el autocontrol intervienen para ponernos las cosas más difíciles. Estos dos elementos, estudiados ampliamente por la Psicología Económica, nos ayudan a entender por qué las personas, incluso siendo conscientes de qué es lo que deberían hacer de manera más sensata, terminan actuando de forma irracional.

Durante mucho tiempo, la teoría económica clásica asumía que los seres humanos somos agentes racionales que disponemos de toda la información necesaria para tomar decisiones óptimas en materia económica. Sin embargo, esta visión ha sido matizada por décadas de investigaciones que demuestran que las personas casi nunca actuamos racionalmente, ya que nos enfrentamos a limitaciones cognitivas y emocionales que distorsionan nuestras decisiones tomando en muchas ocasiones, decisiones poco convenientes. Por tanto, podemos asegurar que disponemos de una racionalidad limitada donde los sesgos cognitivos actúan como una disfunción que afecta a nuestro cerebro para simplificar la toma de decisiones, pero que pueden llevarnos a errores sistemáticos. En el ámbito del ahorro y la inversión, varios de estos sesgos juegan un papel clave.

Uno de los más estudiados es el sesgo del presente, que consiste en darle más valor a las recompensas inmediatas que a los beneficios futuros. Por ejemplo, preferimos gastar una cantidad de dinero hoy en una cena o una compra impulsiva que ahorrar esa misma cantidad para nuestra jubilación, aunque sabemos que lo segundo es más beneficioso a largo plazo. Este sesgo explica por qué nos cuesta tanto postergar la gratificación y priorizar el ahorro o la inversión ya que nuestra mente no está naturalmente preparada para pensar en el largo plazo. Otro sesgo relevante es la aversión o miedo a la pérdida. Este fenómeno, identificado por los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky, explica cómo las personas sienten más intensamente las pérdidas que las ganancias de una misma cuantía.

En inversión, esto se traduce en un miedo irracional a perder dinero, lo que puede llevarnos a evitar riesgos incluso cuando el potencial de retorno es favorable, o a deshacernos de inversiones prematuramente ante una caída del mercado. Otro factor bastante habitual es el exceso de confianza, por el cual muchas personas sobreestiman su capacidad para predecir el mercado o para elegir buenas inversiones. Este exceso puede llevar a tomar decisiones impulsivas, como invertir en productos que no se comprenden bien o asumir riesgos innecesarios sin suficiente análisis. Por último, el sesgo de anclaje ocurre cuando nos basamos demasiado en la primera información recibida, aunque sea irrelevante. En finanzas, esto puede significar tomar decisiones basadas en el precio inicial de una acción, una cifra sugerida en un anuncio o en consejos poco fundamentados, en lugar de realizar un análisis racional.

Más allá de los sesgos, el autocontrol es un factor decisivo en la gestión financiera. Ahorrar e invertir implican posponer recompensas inmediatas en favor de beneficios futuros, y eso requiere disciplina. Pero en un entorno de consumo constante, promociones agresivas y facilidades de crédito, mantener el autocontrol financiero se convierte en un desafío diario. El famoso “experimento del marshmallow” del psicólogo Walter Mischel, en el que se ofrecía a niños un dulce inmediato o dos si esperaban unos minutos, demostró que quienes eran capaces de retrasar la gratificación tendían a tener mejores resultados en distintos aspectos de su vida años después, incluida su salud financiera.

Muchas personas tienen acceso a la información necesaria para tomar buenas decisiones financieras. Saben que deberían ahorrar un porcentaje fijo de sus ingresos, diversificar sus inversiones, no endeudarse en exceso y planificar su jubilación. Sin embargo, saberlo no basta. La brecha entre el conocimiento y la acción se explica, en parte, por los sesgos mencionados y por la falta de autocontrol. Además, existen factores contextuales que amplifican estas debilidades cognitivas ya que el entorno de consumo estimula el gasto constante, la complejidad del sistema financiero desalienta la toma de decisiones informadas y la presión social incentiva a gastar para mantener cierto estatus. En este contexto, actuar racionalmente requiere más que conocimientos técnicos: exige autoconciencia, planificación y estrategias conductuales.

Para contrarrestar estos obstáculos, es necesario combinar educación financiera con herramientas prácticas inspiradas en la economía conductual. Una estrategia efectiva es la automatización del ahorro, configurando transferencias automáticas a cuentas separadas, lo que reduce la necesidad de tomar decisiones activamente cada mes y evita caer en el sesgo del presente. Otra técnica es el uso de cuentas mentales, es decir, dividir el dinero en diferentes apartados con propósitos específicos, como gastos fijos, ahorro, inversión o emergencias, lo cual facilita un mayor control del impulso de gastar. Establecer metas concretas y medibles, como “ahorrar 1.000 euros en un año para un viaje”, en lugar de un vago “ahorrar más”, también fortalece la motivación y hace más visible el progreso. Revisar regularmente las emociones asociadas a nuestras decisiones de inversión ayuda a identificar patrones irracionales, como la reacción exagerada ante una caída temporal del mercado. Finalmente, contar con asesoramiento financiero profesional puede aportar objetividad, reducir el impacto de nuestros sesgos personales y ayudarnos a mantener una estrategia a largo plazo.

Ahorrar e invertir bien no es solo una cuestión de ingresos o conocimientos, sino también de comprender cómo funciona nuestra mente. Los sesgos cognitivos y la falta de autocontrol nos empujan a actuar en contra de nuestros propios intereses financieros. Reconocer estas limitaciones y aplicar estrategias para compensarlas es esencial para alcanzar la estabilidad económica y el bienestar a largo plazo.

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