Las señales de tensión en el mercado de deuda
Ni los políticos ni los inversores pueden caer en la complacencia


Sobre el papel, la inversión en deuda no es una mala opción, para los tiempos que corren. La rápida subida de los mercados de renta variable implica una reducción del potencial alcista, al menos en teoría. Y los rendimientos que dan los bonos soberanos en los plazos largos se antojan razonables para rascar algo de rentabilidad con el dinero a buen recaudo. Sobre todo en plazos largos: en Reino Unido la deuda a 30 años cotiza en máximos desde 1998, y en Estados Unidos, desde 2007.
Sin embargo, la inestabilidad que domina el planeta (y a la que los inversores en Bolsa parecen, contra todo pronóstico, inmunes) sí está condicionando el mercado de deuda, por los dos vectores a los que el precio de estos activos es más sensible: la inflación y la sostenibilidad de la deuda, ambos jugando en paralelo para aumentar los rendimientos y recortar los precios.
Así, las a priori atractivas rentabilidades de este mercado y el denominador “renta fija” puede esconder riesgos para el inversor. Quien estuviera expuesto a un fondo de bonos a largo plazo (o a uno mixto) entre 2022 y 2023 probablemente no necesite advertencias. La subida en vertical de la inflación y los tipos de interés provocó los peores ejercicios en décadas para este tipo de inversiones, con descensos de entre el 5% y el 8% para productos teóricamente conservadores.
Francia está en el foco del mercado hoy y de donde puede venir el contagio para España. La preocupación más aguda la despierta, no obstante, Estados Unidos, de nuevo con las políticas heterodoxas de Donald Trump, combinando expansión fiscal y seguramente también monetaria (uno de los objetivos de su asalto a la Fed) también han asomado la cabeza en los rendimientos. El mercado está más por la cautela que por el pánico, pero la capacidad de desestabilización de los inversores en bonos es más repentina, y más dañina, que en el mercado de Bolsas. Los llamados bond vigilants ya han actuado en un par de ocasiones en lo que va de año, y particularmente en abril fueron los artífices de la marcha atrás de la primera oleada arancelaria.
Un recordatorio de que, en un contexto en el que las cuentas públicas de la mayor parte de las grandes economías presenta desequilibrios, ni los políticos ni los inversores pueden caer en la complacencia. En la renta fija no suelen pasar muchas cosas, pero cuando ocurren, las reverberaciones son atronadoras. En España lo sabemos demasiado bien.