Tenemos que hablar de dinero (europeo)
El momento es ahora, ya que no nos van a esperar: porque como se suele decir, o haces Europa, o te la hacen otros

Es comprensible, a nadie le gusta tener que hablar de dinero. Con la familia, con los amigos, con los compañeros de trabajo. Cuánto tienes que poner tú, cuánto pongo yo, cómo pagamos esto, qué parte te llevas. Pero de vez en cuando hay que hacerlo, en todos los ámbitos de la vida.
Al igual que pasa en nuestro día a día, en los próximos meses tendremos que hablar de dinero en la Unión Europea. Mucho. Y no será una conversación fácil. Después de semanas de rumores y tensiones internas, la Comisión Europea presentó en julio su propuesta para el próximo Marco Financiero Plurianual (el llamado MFP), es decir, el presupuesto europeo de 2028 a 2034. Y dio así el pistoletazo de salida a la madre de todas las negociaciones en Bruselas. Porque ponerse de acuerdo sobre dinero en la UE es tan difícil que las grandes líneas del presupuesto se pactan solo cada siete años. Y se tarda en negociarlas más de dos. Algo lógico, teniendo en cuenta que se trata de mucho dinero (baste recordar que la suma del actual MFP y el instrumento Next Generation EU rondaba en total los 1,82 billones de euros).
Con el MFP, en resumen, los países pactan cuánto dinero manejará la UE, de dónde vendrá (contribuciones directas de los países o “recursos propios” de la Unión, como los ingresos por aduanas), y cómo se gastará. Y se pacta mediante un procedimiento especial, diferente a la habitual colegislación europea basada en mayorías: la Comisión debe hacer una propuesta, y los 27 países miembros deben lograr un acuerdo por unanimidad (no por mayoría cualificada), que debe contar con la aprobación del Parlamento Europeo.
Para los politólogos un presupuesto es, en realidad, una traducción en números de un proyecto político: de sus prioridades, ideas y acciones principales. Y la UE tendrá que reflejar, con cifras, en el próximo MFP cuál es su proyecto frente a este mundo complejo, cambiante y, en gran medida, hostil.
En los últimos meses la Comisión ya había dado señales respecto a cuál es su visión para el futuro MFP. Por ejemplo, respecto al reparto, se quiere reducir las partidas para la agricultura y la cohesión, y aumentar las vinculadas con la seguridad, la competitividad, y la ampliación de la UE. Con un papel destacado para la ayuda a Ucrania, dado que es un desafío existencial para la Unión, aunque en ocasiones desde España no se perciba. Y respecto al modo de gastar el dinero, se quiere tender hacia un sistema más simplificado y centralizado, en el que los países (y no las regiones) reciban unos fondos vinculados a la realización de reformas políticas y económicas, de forma similar a lo que ocurre en el actual instrumento Next Generation.
Tras la presentación de la propuesta de la Comisión ha comenzado una larga negociación, con múltiples debates cruzados, sobre por ejemplo cuánto dinero gastaremos (con países partidarios y detractores de aumentar el presupuesto), o cómo lo gastaremos: ¿entregaremos el dinero directamente a los gobiernos regionales, mediante el uso de programas, o de forma centralizada a los gobiernos nacionales en un único cash pot para cada país, con planes nacionales asociados a reformas? ¿Mantendremos fondos temáticos (para clima o salud por ejemplo), o tendremos macrofondos vinculados con grandes prioridades políticas, como por ejemplo la competitividad?
Pero sin duda los mayores debates serán sobre la cuestión de en qué nos gastamos el dinero: ¿en agricultura y cohesión ante todo? (hasta ahora ambas partidas representaban el 60% del presupuesto) ¿o cada vez más en otras cosas, como ampliación, seguridad o innovación? Las decisiones que tomemos tendrán grandes consecuencias para países, regiones y sectores económicos. Y es que, en resumen, a nivel europeo tendremos que responder a la clásica disyuntiva usada por los economistas para ilustrar la necesidad de decidir sobre la asignación de recursos: ¿cañones o mantequilla?
En los debates que vienen ahora, los países, los grupos políticos, las empresas y la sociedad civil intentarán influir. Habrá divisiones, tensiones, debates acalorados. Partidarios y detractores de las distintas visiones. Preocupación por el impacto para regiones, temas y sectores determinados. Países preocupados por su saldo neto, es decir, por la diferencia entre cuánto ponen y cuánto se llevan. Sur contra norte, este contra oeste, frugales contra todos. Papeles de posición y declaraciones volando en todas direcciones. Y al final habrá un acuerdo.
Un acuerdo que plasmará en números los planes de esta Europa mutante, que va a redefinir en qué se gasta el dinero porque está redefiniendo sus prioridades para enfrentarse a un mundo nuevo.
Así que, lo siento, pero tendremos que hablar de dinero. Todos. Estudiar las cifras, escribir papeles, exponer nuestras posiciones. Buscar aliados y compañeros de viaje. Pensar qué es aceptable y qué no, qué recibimos a cambio de admitir cosas que no nos gustan tanto. De no ser así, nos podemos encontrar con unos presupuestos que no nos interesen y marquen los próximos siete años de una Europa de la que nos vayamos desenganchando.
El momento es ahora, ya que no nos van a esperar. Porque como se suele decir, o haces Europa, o te la hacen otros. Otros que pueden tener intereses diferentes, y a los que no les da ninguna vergüenza hablar de dinero. De cuánto ponen ellos y de cuánto se llevan. Y sobre todo de cuánto te toca pagar a ti.