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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las claves: Bruselas existe, y Zamora también

Ahora que a los dirigentes les encanta el término “productividad”, podrían poner la maquinaría a trabajar para simplificar procesos

CINCO DÍAS

Bruselas puede no ser la ciudad más bonita de Europa –en todo caso, no es ni por asomo la de mejor clima– pero es indudable que es una urbe avanzada, lo que los pedantes llaman del siglo XXI. En eso contrasta con San Vitero, en Zamora, que tiene sin duda encanto pero no grandes rascacielos de oficinas (ni los necesita). Otra cosa que tiene este pequeño pueblo zamorano es problemas para acceder a las famosas ayudas europeas, esas que se deciden en Bruselas, pero sin tener en cuenta su infiltración en zonas vaciadas del Viejo Continente.

Con consistorios de personal reducido –que, a veces, combina su trabajo personal con el servicio público– es difícil asaltar al leviatán de la burocracia comunitaria (y la nacional). Sería de agradecer que, ahora que a los dirigentes políticos les encanta el término “productividad”, pusiesen la maquinaría a trabajar para simplificar estos procesos. La tarea es grande, pero no necesariamente compleja. Quizás haya aquí una posibilidad enorme para la famosa inteligencia artificial.

España comienza a sentirse sola en el nuevo panorama energético

Durante la crisis energética derivada de la invasión de Ucrania, España llevó la voz cantante en el Viejo Continente, liderada por la que por entonces era su ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera. De aquellas, Ribera era más bien contraria a la prolongación de la vida de las centrales nucleares, una posición que cambió cuando dio el salto a la Comisión Europea. Cosas del cargo. Ahora, mientras España sigue en sus trece –con ciertos matices– las grandes potencias europeas miran hacia la nuclear: Reino Unido, Francia –nunca dejó de hacerlo– y Alemania coquetean con la fisión.

“Arancel” ya no es solo la palabra más bonita del mundo

Decía durante su campaña el ahora presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que la palabra “arancel” (tariff, en inglés) era “la más bonita del diccionario”. Aunque se le ha acusado de ser un poco gallina, no se puede negar que ha pasado de las palabras a la acción. Y, como toda acción tiene su reacción, pues la fiebre arancelaria ya comienza a tener efectos reales sobre la economía –y no solo sobre los mercados, que muchas veces piensan más en el futuro que en el presente–. Así las cosas, firmas de sectores tan señalados como el automóvil (“Europa no nos compra coches”, lamentaba Trump) notan las consecuencias de los aranceles en sus cuentas. Seat, por ejemplo, ha visto como su beneficio cae un 90%. Y aún quedan curvas por recorrer.

La frase

[En un audio que la UCO no incluyó en su informe] Quieren vincular la operación de Air Europa con Begoña, nada es verdad
Victor de Aldama, empresario y comisionista

Las tiendas de juguetes sexuales quitan la cortina

Hasta hace poco, las tiendas de juguetes sexuales eran lugares sórdidos, cuya entrada estaba oculta en callejones poco frecuentados. Por no hablar de todas las ideas asociadas a estos. Ahora, no es raro encontrarse una en alguna arteria comercial de una gran ciudad, revestida de una estética colorida, luminosa y, sobre todo, sin complejos. El sector crece con fuerza –al ritmo de su demanda– y empieza a quitarse las telarañas de encima. “Al entrar en nuestra tienda erótica, la gente hace un acto de valor”, dice Cristóbal Icaza, de la firma Amantis. La idea es que hacerlo sea cada ves menos valiente. Este fenómeno no puede entenderse sin la liberación sexual –no sin lucha– de las mujeres y del colectivo LGTBI.

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