Las empresas, ante la incertidumbre arancelaria y la volatilidad
La agresiva política de Trump ha provocado una enorme inestabilidad en los mercados financieros y en especial sobre el dólar
La política comercial de Estados Unidos siempre ha sido un factor clave en la configuración del comercio internacional y lo es más, si cabe, desde que el pasado mes de enero el presidente Trump accediera a la Casa Blanca. Sin embargo, no estamos ante una situación nueva. Las tensiones arancelarias marcaron ya su primera presidencia, desde 2017 a 2021, con la imposición de aranceles a productos chinos, europeos y latinoamericanos.
Entonces, como ahora, la aprobación de estas medidas proteccionistas se justificaron por la necesidad de reducir el déficit comercial y proteger la industria estadounidense, y las consecuencias más directas, como estamos viendo, han supuesto un punto de inflexión en las cadenas globales de suministro, los mercados financieros y la toma de decisiones empresariales a escala planetaria.
En el caso de España, la amenaza de imponer un posible gravamen del 40% a las exportaciones han reactivado la alarma entres sectores clave como el agroalimentario, la industria de bienes de equipo o el farmacéutico. Solo en 2024, España exportó a EE UU bienes por valor de 18.200 millones de euros, una cifra que podría verse gravemente mermada si se materializan los aranceles. La presión geopolítica y la imprevisibilidad regulatoria internacional se suman así a los factores de volatilidad que condicionan la planificación estratégica de nuestras empresas.
La agresiva y errática política comercial de la Administración Trump, además de generar incertidumbre en los flujos comerciales, ha provocado una enorme inestabilidad en los mercados financieros, y en especial sobre el dólar. La divisa refugio por antonomasia ha visto socavada la confianza de la que históricamente ha gozado entre los inversores, y lo mismo ha ocurrido con otros activos como la Bolsa o la deuda pública estadounidenses, que tradicionalmente atraían flujos de capital de todo el mundo.
Esta volatilidad se ha extendido a otras monedas con exposición comercial a Estados Unidos y China y ha propiciado escenarios de tensión comercial para los operadores involucrados. Un informe de JP Morgan señala que, durante el auge de la guerra comercial entre EE UU y China en 2018-2019, la volatilidad del yuan aumentó un 45%, y el índice de volatilidad del dólar se duplicó. Esta inestabilidad monetaria afecta directamente a las empresas que dependen de importaciones o exportaciones, y agrava el riesgo cambiario en sus cuentas de resultados.
Otra de las consecuencias que se derivan de esta ola proteccionista impuesta por EE UU se observa en las cadenas globales de suministro. Las empresas multinacionales, que dependen de componentes producidos en diferentes países, ven cómo los aranceles distorsionan sus costes y tiempos de entrega y terminan encareciendo toda la cadena, desde el proveedor hasta el consumidor final. El problema, además, es que un replanteamiento de las estrategias de aprovisionamiento suele requerir de tiempo y de fuertes inversiones, con lo que, a corto y medio plazo, la situación creada implicará, para muchas firmas, una pérdida de competitividad.
Este impacto negativo resultará especialmente lesivo para las pymes, en tanto que tienen menos capacidad para trasladar los mayores costes a los precios finales y para diversificar sus proveedores. En algunos casos, incluso, podría verse comprometida su propia sostenibilidad, sobre todo en sectores con márgenes estrechos o una elevada dependencia de insumos extranjeros. Por ejemplo, empresas del sector textil, tecnológico o de componentes industriales podrían ver comprometida su viabilidad si no pueden ajustar sus estructuras de costes a tiempo. Todo ello, además, en un entorno de fuerte incertidumbre que dificulta la toma de decisiones a largo plazo.
En otro plano, la política arancelaria impuesta por Estados Unidos ha traído la volatilidad a los mercados de divisas. Para las empresas que operan en múltiples monedas, esto se traduce en un mayor riesgo de tipo de cambio, fruto de las diferencias entre el valor previsto y el valor real de los flujos de caja futuros. Por ejemplo, y en vista de la extraordinaria revalorización del euro sobre el dólar, las empresas que exportan a EE UU desde Europa están viendo cómo una apreciación de la moneda común reduce significativamente sus ingresos netos en caso de no haberse cubierto adecuadamente de ese riesgo.
Hay que añadir también que la volatilidad complica mucho la planificación financiera de las empresas y obliga a revisar precios con mayor frecuencia. Ni que decir tiene que todo ello impacta negativamente en la cuenta de resultados y puede afectar al valor de las acciones en empresas cotizadas, como ya ocurrió en los sectores industrial y tecnológico durante la guerra comercial anterior.
Por tanto, ante el previsible escenario de que Trump persista en sus planteamientos, las empresas deberían adoptar estrategias que les permitiesen operar con ciertas garantías. Una de ellas sería cubrirse del riesgo de divisa mediante seguros de tipo de cambio, que aportan certidumbre respecto a las operaciones futuras y blindan el margen comercial. En relación con este aspecto, las entidades financieras especializadas pueden jugar un papel fundamental, ayudando a sus clientes a identificar los riesgos y a diseñar estrategias de cobertura y optimización financiera adaptadas a cada caso.
Otra fórmula debería pasar por una diversificación de los proveedores en países menos expuestos a las medidas proteccionistas, aunque ello puede suponer tener que afrontar, de partida, ciertas inversiones. Entre las posibles estrategias a adoptar por parte de las empresas también figura la de acercar parte o la totalidad de su producción a mercados clave para evitar los aranceles, además de recalibrar las estrategias comerciales para compensar posibles aumentos de costes.
Aunque los primeros damnificados de la guerra comercial son las empresas, también los Estados ven limitados sus ingresos fiscales como consecuencia de un menor crecimiento económico. Por ello, y aunque sus herramientas son limitadas, los Gobiernos, a nivel nacional, deberían estudiar la posibilidad de redoblar su apoyo a las empresas mediante algún tipo de incentivos de tipo fiscal a la inversión en diversificación de proveedores o la habilitación de líneas específicas de financiación encaminadas a este fin, amén de otros instrumentos de apoyo a la internacionalización. Asimismo, y a nivel comunitario, parece razonable que su acción se enfoque en estos momentos en la negociación de acuerdos comerciales más favorables con terceros países para reducir la dependencia de EE UU o China.
En conclusión, nos enfrentamos a un escenario en el que la política comercial vuelve a situarse en el centro de la incertidumbre económica global. Las empresas, especialmente aquellas con exposición internacional, deben prepararse para una nueva etapa de volatilidad.
Contar con herramientas de análisis de riesgo, apoyo financiero especializado y estrategias de cobertura adecuadas será clave para mantener la estabilidad operativa y financiera en un mundo en el que, como hemos visto, la política puede cambiar las reglas del juego de un día para otro.
Luis Merino es director general de Ebury en España