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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La mirada hotelera que transforma el ‘living’

El futuro ya no es tener una casa fija sin poder vivir con libertad, ahí es donde entra en juego la figura del hotelero

Proyecto Skyline en el paseo de la dirección de Madrid.

Vivimos un momento de transformación radical; la forma de relacionarnos a través de las pantallas y la manera en la que trabajamos, así como también la manera de movernos, está cambiando a gran velocidad. Las nuevas generaciones demandan flexibilidad, independencia y experiencias más personalizadas, lo hemos podido ver por ejemplo en medios de transporte, cuando antes era imposible alquilar un coche para un único trayecto y aparcarlo en tu destino por minutos y ahora se ha convertido en algo habitualmente utilizado. Así también ocurre con el modelo tradicional de vivienda, que está pensado para estructuras familiares estables, largas estancias y contratos rígidos están dejando de encajar. El futuro ya no es tener una casa fija, sin poder vivir con libertad, con comodidad y propósito, ahí es donde entra en juego una figura inesperada, pero desde mi punto de vista esencial: el hotelero.

Hasta hace no tanto, los mundos del alojamiento y la vivienda eran esferas separadas. El primero ofrecía soluciones temporales, orientadas al ocio o a los negocios. El segundo, estabilidad y permanencia. Pero hoy en día esas fronteras se diluyen. La movilidad laboral, los estilos de vida nómadas, el auge del teletrabajo y el cambio generacional han abierto paso a nuevas formas de habitar el mundo: coliving, student housing, senior living, flex living. Espacios pensados no solo para dormir, sino para vivir. Y para vivir bien.

En este nuevo contexto, los operadores tradicionales de vivienda se enfrentan a retos inéditos; una clientela más exigente, que no busca solo un lugar donde quedarse, sino una experiencia más integral; una operación más compleja, con alta rotación y múltiples perfiles; y un mercado en el que la competencia ya no se mide solo en precio o ubicación, sino en servicio, comunidad y marca. Y aquí es donde la experiencia del hotelero puede marcar la diferencia.

El hotelero lleva décadas afinando una maquinaria compleja que debe funcionar con precisión quirúrgica. Está acostumbrado a detectar necesidades de clientes muy distintos, adaptarse a sus tiempos, ofrecer servicios personalizados y hacerlo con márgenes ajustados. Su lógica es la de ofrecer un servicio integral donde cada huésped, independientemente de cuánto tiempo se quede merece una experiencia coherente y fluida.

Esa capacidad de leer al cliente y operar con eficiencia es oro puro en el nuevo mundo del living. Porque gestionar un edificio donde conviven residentes de semanas, meses o incluso años requiere mucho control operativo, visión de cliente y capacidad de adaptación. Si alguien sabe cómo hacerlo es quien ha trabajado durante años en el mundo hospitality.

Las herramientas que tradicionalmente han pertenecido al universo hotelero están hoy demostrando su valía en el contexto del flexliving. El revenue management, por ejemplo, permite optimizar precios en función de la demanda, el perfil del usuario y la temporalidad. La gestión de canales, tan sofisticada en el alojamiento turístico, está empezando a aplicarse también al mid y long stay. Y los criterios de diseño pensados para el confort, la funcionalidad y la estética en estancias breves encuentran ahora un nuevo campo de juego en residencias que aspiran a ser más que meros espacios funcionales.

Lo más interesante es que esta convergencia no es solo operativa. También se está dando a nivel comercial. Plataformas originalmente creadas para el sector hotelero están desembarcando en el living, ofreciendo reservas de media y larga estancia. Y lo contrario también sucede: canales especializados en alquileres residenciales están explorando estancias más cortas. La razón es simple: el usuario ya no distingue entre vivir y alojarse. Lo que quiere es comodidad, servicios incluidos, diseño cuidado y, sobre todo, cero complicaciones.

El modelo más representativo de esta fusión es el llamado flexliving: un solo edificio con distintos tipos de estancia y diferentes perfiles de usuario, gestionado con criterios hoteleros. ¿Qué significa esto? Amenities como limpieza periódica, mantenimiento activo, atención al cliente 24/7, digitalización de procesos, diseño pensado para el confort y la comunidad y una experiencia que empieza en el clic de reserva y no termina hasta el checkout, aunque ese checkout llegue seis meses después.

Los grandes players internacionales ya están tomando nota. Incorporan líneas de negocio dedicadas al living dentro de sus estrategias de expansión. Algunos lo hacen a través de nuevas marcas, otros mediante la transformación de activos existentes. En todos los casos, la lógica es la misma; aplicar el know-how hotelero a un mercado residencial que, hasta ahora, había operado con menor grado de profesionalización.

Pero más allá de las grandes cifras o las decisiones corporativas, lo que verdaderamente impulsa este cambio es el usuario. Las nuevas generaciones no se conforman con cuatro paredes y un techo. Quieren comunidad, interacción, vida compartida. Quieren sentirse parte de algo más grande, aunque estén de paso. Y eso es precisamente lo que la mirada hotelera sabe ofrecer: una experiencia emocional, una sensación de pertenencia, un entorno cuidado al detalle.

El futuro de la vivienda no se define solo por la cantidad de metros cuadrados. Se define por cómo se gestionan. Y la gestión es, al final, lo que diferencia una experiencia mediocre de una inolvidable. Una vivienda flexible bien operada puede ofrecer tanto o más confort que un hogar tradicional. Puede, incluso, mejorar la calidad de vida de quienes la habitan. Y para lograrlo, se necesita una mentalidad diferente. Más orientada al usuario, más ágil, más profesional.

Esta transformación no es una moda pasajera. Es un cambio estructural en cómo concebimos el acto de vivir. Y en ese cambio, la figura del hotelero ya no es solo útil: es fundamental. Porque es quien mejor sabe unir servicio, operación y experiencia. Porque está entrenado para resolver, anticipar y cuidar. Porque, en definitiva, entiende que lo importante no es solo dónde estás, sino cómo te sientes mientras estás allí.

Habitar ya no significa solo tener un lugar donde dormir. Significa tener un espacio donde ser, donde conectar, donde disfrutar. Y en esa nueva definición, la hospitalidad juega un papel central. No importa si estás una noche o seis meses, lo que esperas es lo mismo. Sentirte bien. Sentirte en casa. Sentirte cuidado. Y eso, justamente eso, es lo que el hotelero ha hecho siempre.

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