Buen futuro, mal presente para las renovables

Los nubarrones en EE UU conviven con los avances en baterías

Un parque de energía fotovoltaica, en Estados Unidos.American Public Power Associati

Corren buenos tiempos para las renovables. El fortísimo crecimiento en el número (y el porte) de las instalaciones solares y eólicas no se ha trasladado a la cotización de las grandes empresas del sector. Ni en Europa ni, sobre todo, en España. Tras tocar techo en 2021, cuando los principales nombres de la industria atraían el interés de la flor y nada de la inversión, sus valoraciones no han dejado de caer. Una sangría agravada en los últimos meses: solo en el Ibex 35, Solaria se deja ya la mitad de su valor en lo que va de 2024; Acciona Energía, la cuarta parte; y Grenergy retrocede un –en comparación– magro 10%. Todo, pese a la bajada de los tipos de interés, que debería estar siendo un potente aldabonazo para un sector que ha sufrido como ningún otro la política restrictiva del BCE.

Tanto su presente como su futuro inmediato están plagados de nubarrones. Sobre todo, para aquellas compañías que tienen una parte sustancial de su negocio en Estados Unidos. La reciente victoria del republicano Donald Trump, ferviente defensor de lo fósil y descreído de las renovables –sobre todo de la eólica; su nuevo mejor amigo, Elon Musk, parece haberle convencido de las bondades de la fotovoltaica–, ha sido un potente jarro de agua fría. Aunque buena parte de la regulación y los incentivos a las renovables está en manos de los Estados, en lo federal el presidente electo ya ha anunciado una enmienda a la totalidad sobre la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés) de Joe Biden, que tantas alegrías ha dado a los desarrolladores. Más aún, ha anunciado que acabará con la nueva eólica marina, donde muchas compañías europeas (Orsted, Vestas y RWE, entre otras) habían depositado ingentes esperanzas de negocio.

Un poco más lejos, en cambio, el futuro todavía luce brillante. Gracias, sobre todo, a dos factores. El primero, endógeno: la promesa de la electrificación, el santo grial de la transición energética, por fin parece echar a andar. Y, con ella, un trasvase evidente de demanda fósil a renovable.El segundo es, al menos en apariencia, exógeno a su negocio tradicional: las baterías. El coste de almacenar energía se ha desplomado en los últimos años y seguirá cayendo con fuerza en los próximos. Un abaratamiento que aumentará –ya está aumentando, de hecho– la rentabilidad de los generadores, que podrán vender electricidad limpia también cuando no hace sol ni viento. Y que evitará la temida canibalización de precios en las horas solares, que tantos quebraderos de cabeza está provocando en los últimos tiempos. Para que llegue ese futuro, con todo, hay que superar un presente lúgubre.

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