K.Os: la política como un ring

Tenemos un sistema que no se ocupa, ni preocupa, abducido como está por el “váyase” a cualquier precio y por el ‘manual de resistencia’ a toda costa

Pedro Sánchez entra en el hemiciclo durante la comparecencia de Feijóo en su sesión de investidura.Claudio Álvarez

Cuando la emergencia habitacional sigue sin abordarse, la prestación universal por crianza sin aprobarse, y el Gobierno incumple el artículo 134 de la Constitución al no presentar Presupuestos “tres meses antes de la expiración de los anteriores”, somos la economía avanzada que más crece y la prima de riesgo se sitúa en los niveles más bajos desde hace años mostrando una confianza de los mercados de capitales en nuestro país, y no solo en nuestra economía.

He hablado ya aquí de cómo parece que estamos entrando en una fase de divergencia entre una percepción colectiva crecientemente negativa de la situación política y la que tenemos sobre el aceptable desempeño económico, a pesar de las sombras que mencionaré más adelante. Veremos hoy otro ejemplo de esto al comentar el Plan Fiscal y estructural de medio plazo 2025-28 presentado por el Gobierno en nombre del Reino de España a la Comisión Europea y que, como ya viene siendo costumbre en una democracia debilitada, no ha sido debatido en el Congreso, ni consensuado con el resto de Administraciones del Estado.

El Plan es lo más parecido que he visto en mucho tiempo a un programa electoral del Gobierno, en un doble sentido: se prevé todo bondades y se ocultan los esfuerzos necesarios para implantar algunas de las reformas y medidas enumeradas. Un documento hecho para cumplir con las exigencias comunitarias, dando por hecho que la buena coyuntura por la que atravesamos se proyecta al futuro sin dudas, ni sobresaltos, y que los recortes y sacrificios ocurrirán sin saber muy bien cómo. Un programa que, desde luego, se ha hecho sin tener en cuenta la nueva hoja de ruta política que marcan para la Unión Europea tanto el Informe Draghi, como el anterior de Letta. Es decir, como si todo fuera a continuar igual en los próximos años, cuando eso es, exactamente, lo único que sabemos que no va a ocurrir.

Por citar solo dos ejemplos: se proyecta una recuperación espectacular en nuestros mercados de exportación, sin que la evidencia avale este optimismo en ninguno de los principales países receptores. O se apunta un crecimiento sorprendente y rápido de unas inversiones hoy deprimidas, sin que haya una causa suficiente que lo justifique: ni la caída en tipos, ni el necesario ajuste presupuestario, ni el inexistente plan de construcción de nuevas viviendas, ni el bloqueo en las redes eléctricas a los nuevos centros de datos y de energías renovables, ni una mejora en las expectativas cuando el FMI alerta, precisamente, del aumento de los riesgos geopolíticos y del proteccionismo.

En esa construcción de economía ficción, el empleo sigue creciendo a ritmos tan elevados que se crearan un millón y medio más de puestos de trabajo sin que la productividad se resienta (¿cómo?) y la tasa de paro descenderá, por primera vez en muchos años, de los dos dígitos, o alcanzamos superávit público primario sin especificar las medidas que en ingresos (¿se acuerdan de aquella reforma fiscal prevista desde hace años?) o en recortes y mejora en el uso de los gastos públicos lo harán posible cuando, por ejemplo, todo apunta a la urgente necesidad de recuperar una tasa sostenida de inversión pública en infraestructuras, en sanidad y en pensiones, por no hablar de los efectos presupuestarios de un nuevo modelo de financiación autonómica con, o sin, concierto catalán. El Plan se ha dibujado de una manera aspiracional, mientras que la política, con sus cuitas, retos y cambios, va por otro camino y ambos aparentan no interferirse. El Plan se escribe dentro de una burbuja idílica que no tiene en cuenta ni la realidad previsible, ni la actividad política nacional o europea con sus interferencias y decisiones: los autores del Plan económico, no se meten, pues, en política.

En paralelo, hemos conocido otros informes sobre aspectos importantes de nuestra economía que insisten en la necesidad de adoptar determinadas políticas que no se están aplicando. La Fundación Alternativas ha hecho público su Informe sobre la Desigualdad en España 2024 donde se recogen dos ideas fundamentales: la situación de desigualdad y pobreza es seria en España, superior a la media europea y se ha cronificado, a la vez que las transiciones demográficas, climática y digital tienden a empeorarlas si no se abordan políticas integrales de las que carecemos hoy. Aunque las pensiones y las políticas públicas ayudan a mitigar el problema, la eficacia de las políticas redistributivas es menor en España que en Europa, sin que haya mejorado en estos años de Gobierno. Profundizando en uno de los asuntos esenciales para cualquier persona progresista, Oxfam Intermón advierte de que casi tres millones de personas trabajadoras se encuentran en situación de pobreza en nuestro país, en buena medida por la baja intensidad laboral (periodos de contratos temporales, a tiempo parcial y paro).

Además, en términos reales, la renta de los hogares todavía está por debajo del nivel de hace veinte años. Dado que las pensiones han mantenido su poder adquisitivo, las rentas del trabajo han perdido mayor capacidad de compra, lo que es coherente con todos los estudios que señalan cómo la inflación ha tenido un efecto redistributivo negativo: los beneficios se han defendido mejor que los salarios, al poder trasladar al precio las subidas de coste experimentadas. De hecho, a pesar del ruido, estamos viviendo unos años extraordinarios para los resultados de las empresas.

Tenemos un grave problema estructural de pobreza y de desigualdades (sociales, territoriales, generacionales…) que se agudiza cuando el crecimiento económico no se reparte de forma adecuada por las importantes carencias en las políticas públicas existentes. Y tenemos un sistema político que no se ocupa, ni preocupa, de estos asuntos, abducido como está por el “váyase” a cualquier precio y por el manual de resistencia a toda costa. Cuando la política se convierte en un ring donde solo vale el K.O del adversario, el resultado es el caos para los ciudadanos más débiles. ¡Más política, y menos lucha libre, por favor!

Jordi Sevilla es economista.

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