El BCE tiene que acelerar el ritmo de su relajación monetaria

Las dilaciones, los errores y los desajustes de la política de tipos de interés entre 2008 y 2011 se pagaron caros

Christine Lagarde, en Washington DC, el 22 de octubre, en un encuentro del FMI y el Banco Mundial.ANNABELLE GORDON (EFE)

“¿Hemos estrangulado la inflación? Todavía no. ¿Vamos por buen camino? Sí”. Utilizando una de esas metáforas que maneja con soltura, Christine Lagarde subrayó la mayor confianza del Banco Central Europeo en el rápido descenso de la inflación en la zona del euro. Hay que reconocer que los últimos datos sobre los precios al consumo son más que tranquilizadores.

En septiembre, apenas subieron un 1,7% interanual, la cifra más baja desde abril de 2021 y, simbólicamente, la primera vez que se supera el umbral del 2% a la baja en más de tres años. Es cierto que, con un 2,7% interanual, la inflación subyacente sigue siendo ligeramente elevada bajo el influjo de los precios de los servicios, que siguen subiendo un 3,9 % interanual. Sin embargo, las tendencias recientes son claramente a la baja y, además, la composición de esta inflación es tranquilizadora.

De hecho, la inflación de los bienes y servicios cuyos precios son administrados –según la definición de Eurostat, cuando los precios son fijados o influidos por los Gobiernos– sigue siendo alta, del 4,5%, pero la inflación de los bienes y servicios impulsada principalmente por el equilibrio entre la oferta y la demanda cayó bruscamente al 1,5%. Sin embargo, es esta inflación resultante de las variaciones de los precios en los mercados libres la que el BCE tiene como principal tarea controlar. Por tanto, es lógico que Christine Lagarde muestre cierta confianza y que incluso haya mencionado que los riesgos para la inflación ahora muestran una tendencia a la baja.

Al mismo tiempo, la presidenta del BCE puso de relieve los numerosos datos recientes que apuntan a un deterioro de la dinámica del crecimiento, señalando que este contexto estaba afectando a las perspectivas de inflación, una vez más a la baja. Todos estos factores llevaron al Consejo de Gobierno a decidir un nuevo recorte de los tipos del 0,25% al término de su reunión del día 17, un escenario que parecía muy improbable hace apenas un mes.

Por todo ello, y aunque podemos esperar razonablemente recortes graduales de los tipos en las próximas reuniones, el BCE apenas ha cambiado su discurso sobre la futura senda de su política monetaria. Sigue aferrándose a su discurso de “dependencia de los datos”, y no ha dado ninguna indicación sobre el ritmo de la futura relajación monetaria, y menos aún sobre una posible aceleración.

Sin embargo, Christine Lagarde subrayó que la política monetaria seguía siendo restrictiva por el momento y se mantendría así tras la bajada de tipos de octubre. Todo ello en un momento en el que la inflación se ralentiza más deprisa de lo previsto por el propio BCE, y las perspectivas de crecimiento, ya de por sí pobres, siguen deteriorándose.

Así pues, podemos preguntarnos legítimamente por qué el BCE no es más proactivo. No cabe duda de que el crecimiento de la zona del euro necesita apoyo, ya que Alemania corre un alto riesgo de volver a entrar en recesión técnica en el tercer trimestre, y las perspectivas de crecimiento de Francia se verán seriamente mermadas por las medidas anunciadas por el Gobierno de Michel Barnier en el proyecto de Presupuestos 2025.

Además, la relajación monetaria es ahora un fenómeno mundial, lo que limita considerablemente el riesgo de devaluación de la moneda europea. También llama la atención que, si la Reserva Federal recorta los tipos un 0,25% en su reunión de principios de noviembre, habrá bajado los tipos tanto como el BCE –un 0,75% en total–. El crecimiento estadounidense debería de superar el 2,5% en 2024 y mantenerse cerca del 2% en 2025 –si el empleo no se ralentiza más–, mientras que el crecimiento en la zona del euro no debería de superar el 0,7% este año y apenas el 1% el próximo.

Ciertamente, se podría argumentar que, a diferencia de la Reserva Federal u otros bancos centrales, el BCE no tiene el mandato explícito de apoyar el crecimiento o el empleo. No obstante, su principio rector es apoyar los objetivos de la unión monetaria, incluido el crecimiento, sin socavar la estabilidad de los precios. Además, la propia Christine Lagarde ha señalado hábilmente que el deterioro de las perspectivas de crecimiento podría repercutir a la baja en la inflación: en otras palabras, que se podría correr el riesgo de que la inflación baje demasiado, lo que justificaría la intervención del BCE.

Básicamente, el BCE tiene todas las cartas en la mano para acelerar desde ya el ritmo de su relajación monetaria. Lo único que podría frenar al banco es una excesiva cautela respecto a la inflación y, más probablemente, la dificultad de conseguir que los miembros más ortodoxos de su consejo de gobierno acepten tal eventualidad.

Las lecciones de la historia deberían servir de recordatorio a los más reticentes. Las dilaciones, los errores y los desajustes de la política monetaria entre 2008 y 2011 se pagaron caros durante el ciclo anterior, dando lugar a una “década perdida” para la zona del euro: su PIB creció solo un 13% entre 2010 y 2019, mientras que el de Estados Unidos aumentó un 26%.

El BCE haría bien en recordar esta secuencia, porque según la famosa máxima, atribuida a veces a Séneca, errare humanum est, perseverare diabolicum: errar es humano, perseverar [en el error] es diabólico.

Enguerrand Artaz es gestor de fondos de La Financière de l’Échiquier (LFDE)



Más información

Archivado En