No es un Gobierno progresista
La inmensa mayoría de las medidas para hacer frente a esta policrisis no se diferencian de las adoptadas por otros Ejecutivos conservadores
Presume de ser un “Gobierno progresista” en lo económico, pero la evidencia sobre su gestión permite ponerlo en duda. Ya, ya sé que dato no mata relato para los convencidos. Incluso sé el riesgo que asumo, en esta sociedad hiperpolarizada, por decir que las políticas económicas desarrolladas por el actual Ejecutivo, no pueden inscribirse en el frondoso árbol de la sociademocracia, ni de lo progresista, sea esto lo que sea en el siglo XXI. Creo, sin embargo, que es resultado del contagio populista al que están expuestas las grandes fuerzas políticas europeas: socialistas y populares, ante el auge de los extremos.
Necesitamos bisturí para separar, en unas economías tan globalizadas, lo que responde al margen de decisión de los gobiernos nacionales para, luego detectar, dentro del mismo, lo distintivo de un Gobierno progresista, de otro conservador. La pandemia, la subida del precio del gas o de los tipos de interés, que tanto han determinado el devenir económico en los últimos tiempos, han sido shocks externos para los gobiernos nacionales. Y la inmensa mayoría de países europeos han reaccionado ante ellos con medidas compensatorias muy similares, con independencia de su color político.
Los datos muestran una evolución económica marcada en un elevado porcentaje (¿80%?) por factores externos, insensibles al carácter progresista o no de los gobiernos. La inmensa mayoría de las medidas adoptadas en España para hacer frente a esta policrisis, no se diferencian de las adoptadas por otros gobiernos conservadores. Por tanto, serán decisiones correctas, o no, pero no identitariamente progresistas: todos los gobiernos protegieron a sus trabajadores en inactividad por la pandemia, y a los consumidores ante la subida de la inflación, con medidas muy similares.
Es evidente que nuestro desempeño cíclico está siendo mejor que la media europea, habiendo superado algunos cuellos de botella tradicionales, razón por la que el Gobierno puede sentirse orgulloso y la oposición no menciona la economía en sus críticas de derribo. Pero: ¿hay algo en esta positiva realidad que sea consecuencia de decisiones “progresistas” del Gobierno? Algunas, como la reducción de la deuda privada y el superávit exterior por el auge de las exportaciones ya venían del Gobierno anterior y fueron fruto de las políticas austericidas, incluyendo una competitividad exterior basada en salarios reales bajos que continúa ahora. Otras, como el mejor desempeño respecto a otros países europeos, se debe a que nuestra estructura económica resiste mejor el tipo de shocks recibidos que Alemania, por ejemplo, más dependiente del gas ruso.
Pero la razón principal es, sin duda, el papel expansivo que está teniendo el sector servicios, en concreto el turismo, en nuestra economía, muy superior al de otros países. Y su dinamismo es la principal explicación para nuestro crecimiento (alcanza ya el 13% del PIB) y empleo (gana un millón de trabajadores), por razones vinculadas a los efectos de la pandemia sobre la actitud de los consumidores europeos y a méritos del sector más que a medidas de un Gobierno que llegó con intención de reducir nuestra dependencia del sector turístico (cambiar el modelo productivo, ¿se acuerdan?). Al no hacerlo, nuestro diferencial de productividad con Europa sigue preocupantemente atascado.
Recientemente hemos conocido dos datos que nos deben hacer pensar sobre el objeto de este artículo: mientras la renta real de los hogares y el PIB per cápita, recién recuperan los niveles del año 2007, según la OCDE, las empresas españolas vuelven a aumentar sus márgenes de beneficios, superando el 13% sobre ventas y encadenan récord tras récord (Observatorio de Márgenes Empresariales). A los empresarios les va mejor con este Gobierno que a los trabajadores, cuyas remuneraciones reales llevan tiempo estancadas. Otros datos a tener en cuenta serían, el encapsulamiento de una elevada tasa de pobreza infantil, la escasa financiación de las universidades públicas o las listas de espera de la sanidad que, pese a ser competencias autonómicas, merecerían una reacción del Gobierno Central progresista. La gran brecha fiscal entre españoles, según sus ingresos sean solo del trabajo, o no (la verdadera riqueza no queda reflejada en el IRPF) y la ausencia de la prometida reforma fiscal apoyarían que, a los ricos, también les ha ido mejor con este Gobierno: se han hecho más ricos. Añadamos que hoy, sin ascensor social, la probabilidad de que el hijo de un pobre sea pobre, es mucho mayor que hace unos años y se cierra el círculo que cuestiona el carácter progresista de las políticas autónomas de este Ejecutivo.
Ingreso Mínimo Vital, subida del SMI, reforma laboral y, aumento de pensiones por IPC son las grandes banderas que se repiten, en sentido contrario. Y todas admiten matices. El IMV ha sido un fiasco, la subida del SMI es política europea y la de las pensiones lo pagan las cotizaciones de los jóvenes y la deuda pública. Y la reforma laboral, en contra de la “derogación completa” de la anterior que se predicaba, fue apoyada por la CEOE porque cambia la forma de precarización laboral que requieren nuestras pymes, pero no su fondo.
No ser Gobierno para jóvenes, debería ser suficiente sentencia negativa: mayor tasa de paro europea, país donde los graduados tardan más en encontrar trabajo, mayor tasa de abandono escolar, país donde más se retrasa la edad de emancipación. El muro del acceso a la vivienda, que golpea más a quienes no pueden recibir ayuda familiar, sigue inamovible, después de estos años transcurridos. De igual manera, 2,5 millones de horas extra no pagadas a la semana me parece más preocupante que reducir, por ley, la jornada laboral. Tampoco creo progresista ceder un concierto fiscal ante la rebelión de los ricos catalanes.
Este Ejecutivo ha hecho bien muchas cosas. Ha sabido aprovechar la coyuntura de manera inteligente (Next Generation), ha controlado el ciclo de déficit público, aunque sin reducir el estructural, ha hecho reformas oportunas y otras, como la de pensiones, equivocadas. Pero si aplico el esquema tradicional, me cuesta verlo como progresista, aunque en su discurso lo parezca.
Jordi Sevilla es economista.