Los mercados europeos están probándose a sí mismos
El BCE no tardará en intervenir si ve que la situación de la deuda de la Eurozona, en particular la francesa, se pone fea
Si a los mercados internacionales en general los ha dejado frustrados por enésima vez la Reserva Federal, al no garantizarles que vaya a haber más de una bajada de tipos de interés en lo que queda de año, a los europeos en particular, las elecciones al Parlamento del pasado día 9 los han dejado fuera de combate.
La mejoría de la inflación de EE UU en mayo desató una euforia el día 12, que quedaría cortada de raíz cuando, pocas horas después, Jerome Powell, presidente de la autoridad monetaria de USA, se arrancó con una de esas frases de Pero Grullo que, asombrosamente, no le hacen perde...
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Si a los mercados internacionales en general los ha dejado frustrados por enésima vez la Reserva Federal, al no garantizarles que vaya a haber más de una bajada de tipos de interés en lo que queda de año, a los europeos en particular, las elecciones al Parlamento del pasado día 9 los han dejado fuera de combate.
La mejoría de la inflación de EE UU en mayo desató una euforia el día 12, que quedaría cortada de raíz cuando, pocas horas después, Jerome Powell, presidente de la autoridad monetaria de USA, se arrancó con una de esas frases de Pero Grullo que, asombrosamente, no le hacen perder el prestigio a tan elevada institución: “Bajaremos los tipos de interés si la inflación baja deprisa”.
Para ese viaje no se necesitaban alforjas. Se ve que el prestigio lo da el poder. Pero el caso es que, hasta después del verano, ya no habrá bajadas de los tipos de interés, lo cual no ha sido obstáculo para que los índices de Bolsa de las empresas tecnológicas sigan subiendo, ni para que, gracias a ellas, también siga subiendo un índice generalista como es el S&P 500.
En Europa, en cambio, las cosas han dado un giro radical. Y todo, porque los partidos tradicionales van perdiendo apoyo electoral (alguno de ellos, como el Partido Socialista Francés, estaba ya extinguido). En el caso de Francia, con la convocatoria súbita de elecciones legislativas por el presidente Emmanuel Macron, todo aparenta que se encaminan a nuevos episodios de cohabitación, del tipo de los que tres que ya hubo en el pasado, iniciados cuando François Mitterrand se vio obligado a convivir en su puesto de la presidencia con un conservador Jacques Chirac como primer ministro entre 1986 y 1988.
En este caso, si se produce lo que las encuestas vaticinan, la cohabitación será sui generis, ya que se producirá entre un presidente que tiene detrás un partido que ni siquiera existía cuando las anteriores cohabitaciones, y un primer ministro surgido de una de las dos formaciones extremistas.
La reacción de los mercados ante un resultado que en Francia puede terminar enfrentando en la segunda ronda electoral a la extrema derecha de Marine Le Pen con la extrema izquierda de Jean-Luc Mélenchon ha provocado que la prima de riesgo de la deuda pública francesa haya subido estos días, empujando hacia arriba la de España (de 72 a 97 puntos básicos en algún momento) y la de Italia (de 132 a 156 puntos básicos).
Por ahora, no es que la sangre haya llegado al río, sino más bien que en el ambiente de calma chicha imperante hasta hace dos semanas, este agitarse de las aguas tiene un poco sorprendido a todo el mundo, desde los que dicen que el Banco Central Europeo tiene que empezar a plantearse intervenir en el mercado para detener la subida de la prima de riesgo de Italia (cosa que no ha tenido que hacer desde mediados de 2022), hasta quienes piensan que esa intervención en favor de alguna de las deudas públicas de la Eurozona tendrá que ser para la francesa, o quienes ya ven venir una crisis del euro que a todos atemoriza, tras la experiencia de los años 2010-2012, en que hubo quien puso en duda –yo no– la continuidad del euro, o la más suave de la crisis de la deuda griega en 2015, en que algunos –yo tampoco– daban por hecha la expulsión de Grecia de la Eurozona.
Las cosas, por ahora, no dan para tanto. Es verdad que la deuda pública de los países que se llamaban periféricos del euro se está viendo afectada por los eventuales resultados electorales de Francia, y también es cierto que la subida de las Bolsas europeas se ha visto cortada de raíz: para hacerse una idea, el índice de Bolsa Euro Stoxx 50, que hasta antes de las elecciones europeas acumulaba una rentabilidad del 13%, ha visto reducida esa revalorización a solo el 7%.
Lo bueno de la experiencia de las crisis del euro de 2010-2012 y de 2015 es que, para empezar, el BCE tiene en vigor una herramienta contra la fragmentación llamada TPI (Transmission Protection Instrument, Mecanismo de Protección de la Transmisión) que está destinada justamente a reducir los spreads o diferenciales entre las rentabilidades de las distintas deudas públicas de los países pertenecientes al euro.
También tiene su presidenta Christine Lagarde la mala experiencia de haber metido la pata en marzo de 2020, apenas iniciada la pandemia (y apenas llegada ella, inexperta en política monetaria, a la presidencia del BCE), al decir: “No estamos aquí para comprimir spreads”. Eso provocó una estampida en los mercados de deuda pública, y ella se vio obligada a rectificar al día siguiente.
Con esos antecedentes, y dado que el BCE rompió todos los tabúes previos en las mencionadas ocasiones, no tardará en intervenir si ve que la cosa se pone fea. Ya no tendrá que debatir en mitad de la batalla. Ya solo hay que actuar, y las herramientas están dispuestas.
En realidad, el mayor peligro para la estabilidad de la zona euro no proviene tanto de la parte económica (gane la extrema derecha o la extrema izquierda en Francia), sino de la geoestratégica: una crisis de dirección en la zona euro y el resto de la UE no es lo ideal para enfrentarse a la situación creada por Rusia en Ucrania. Y un liderazgo de Macron disminuido solo contribuirá a debilitar la posición europea.
Juan Ignacio Crespo es economista y estadístico del Estado
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