¿Tiene sentido ser reelegido sin principios?
Ni los aranceles de Trump ni su ambicioso acuerdo comercial con China han tenido el efecto buscado. Pronto sabremos si se lo reprocharán a él o a la actual Administración demócrata
Nadie sabe si Donald Trump va a ser reelegido presidente de los EEUU. Ni siquiera nadie puede asegurar que su carrera a la presidencia no vaya a ser interrumpida por alguna de las causas judiciales que tiene abiertas, aunque eso no obsta para que flote en el ambiente la pregunta de si una reelección, llegado el caso, sería posible. La respuesta es trivial: posible sí, pero, y ¿probable?
No hay manera de contestar a esa...
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Nadie sabe si Donald Trump va a ser reelegido presidente de los EEUU. Ni siquiera nadie puede asegurar que su carrera a la presidencia no vaya a ser interrumpida por alguna de las causas judiciales que tiene abiertas, aunque eso no obsta para que flote en el ambiente la pregunta de si una reelección, llegado el caso, sería posible. La respuesta es trivial: posible sí, pero, y ¿probable?
No hay manera de contestar a esa última variante de la pregunta, pues el número de presidentes de los EE UU que han optado a la reelección tras haber fracasado en el intento de revalidar un primer mandato es entre escaso y nulo. Hay muy pocos precedentes. De entre todos los 45 presidentes norteamericanos, solo consiguió dos mandatos no consecutivos Stephen Grover Cleveland, elegido por primera vez en 1885 y, tras fracasar en 1889, reelegido en 1893.
Otro, Theodore Roosevelt, lo intentó con un partido distinto (el suyo se negó a presentarlo) y fracasó.
Grover Cleveland llegó a la presidencia apoyado por los demócratas y un sector disidente de los republicanos. En realidad, ganó las elecciones en voto popular en las tres ocasiones en que se presentó, pero en la segunda de ellas no ganó en votos del colegio electoral. Visto desde ahora, parece una mezcla del ultraliberal Milei y de Donald Trump, en parte por la dureza de sus posicionamientos (envió tropas federales a reprimir una huelga de ferroviarios que habían incumplido un mandato judicial, diciendo que, si hacía falta, enviaría incluso al ejército y a la marina de guerra) y en parte por lo liberal: a diferencia de Trump (muy protector de la industria nacional) instó al Congreso a reducir los aranceles a las importaciones. Cuando se lo reprocharon, replicó que lo había prometido en la campaña electoral, añadiendo: ¿qué sentido tiene ser elegido o reelegido si uno no tiene principios?
Quiso aspirar a un tercer mandato, pero su partido no se lo permitió, a la vista de lo impopular que se había vuelto por las medidas que adoptó en la recesión de 1895-1897. Sus tesis eran ultraliberales. Cuando los agricultores le pidieron subvencionar el grano para la siembra, replicó: “las ayudas públicas fomentan las expectativas de recibir siempre cuidados paternales de parte del Gobierno y debilitan la solidez de nuestro carácter nacional”. Por eso arremetió también en ocasiones contra los intereses de grupos empresariales: a las empresas de ferrocarriles les hizo devolver más de 32 millones de hectáreas de suelo público del que se habían apoderado. Se casó, siendo ya presidente, a los 49 años con una joven de 21, en lo que fue la única boda que ha habido en la Casa Blanca.
El paralelismo de Donald Trump con Grover Cleveland aparece sobre todo por el lado de la dureza de sus posicionamientos públicos, y su afición a soltar las verdades del barquero, algunas, de manera poco agradable a la UE y a la OTAN.
Aunque a Trump le gusta más que le comparen con otro presidente, Andrew Jackson, lo que no le debe hacer muy popular entre la población india que aún sobrevive en EEUU. Se comprende esa simpatía, pues Jackson recomendó que se eliminara el colegio electoral, al que Trump parece que también tiene cierta aversión… Jackson era tan autoritario que los caricaturistas de la época que no le eran muy adeptos lo motejaban como su “Majestad Andrés primero”.
Grover Cleveland dejó tras de sí una recesión de 18 meses, pero ¿cuál se puede decir ahora que fue el legado económico de Trump?
A Trump, como al resto de los Gobiernos del mundo, le pilló la pandemia, por lo que tiene en su haber la recesión provocada por decreto que tienen en su trayectoria todos los demás. Su reacción fue, igualmente, la que adoptaron todos: aumentar el gasto público, de forma que, para cuando Joe Biden accedió a la presidencia, ya estaba aprobado y ejecutado algo más de la mitad de los casi cinco billones (trillions) de dólares de gasto público extra que se utilizó para combatir el Covid-19.
Como corresponde a un promotor inmobiliario, clamó muchas veces por la bajada de los tipos de interés, estando, a partir de un cierto momento, más acertado que Jerome Powell.
Pero lo más relevante en el terreno económico de las medidas que adoptó fue sin duda el acuerdo comercial entre EE UU y China, acordado en enero de 2020 y del que todo el mundo parece haberse olvidado, con buenas o malas razones.
El mérito del tratado es que era una manera de suavizar las tensiones comerciales con su “amigo” Xi Jinping. En su primera fase, obligaba a China a importar, a lo largo de los dos primeros años, bienes producidos en EE UU por valor de 200.000 millones de dólares más que en 2017. En total, 502.400 millones. Con la llegada de la pandemia un año después, primero, y el retraso en recuperarse del comercio mundial, después, China no cumplió sus compromisos. Es más, en el terreno fundamental de los productos agrícolas, no ha llegado a comprar ni las cantidades de 2017.
Ni los aranceles de Trump ni su ambicioso acuerdo comercial con China han tenido el efecto buscado. Es más, parece que el país más perjudicado por los aranceles de Trump a los productos chinos ha sido la propia economía de los EE UU: otros países han rellenado el hueco dejado por EE UU. Pronto sabremos si ese balance se lo reprocharán a él o a la actual Administración demócrata.
Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero
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