El día de la marmota en China

Lo normal es que los cuatro meses que quedan del año sean agitados en el país asiático

Complejo de viviendas Royal Scenery, de Evergrande, en Pekín.WU HAO (EFE)

Lo normal sería pensar que los cuatro meses que faltan para que termine el año vayan a ser agitados.

Han transcurrido dos años justos desde que el sector inmobiliario chino empezó a dar síntomas de estar quebrado. Algunas de las grandes empresas inmobiliarias, como Evergrande, empezaron a no cumplir sus obligaciones financieras en las fechas que les tocaba hacerlo y mucha gente comenzó a temerse un momento Lehman, es decir, una repetición de una catástrofe financiera como la desencadenada en septiembre de 2008 con la caída de Lehman Brothers.

Yo siempre miré con escepticis...

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Lo normal sería pensar que los cuatro meses que faltan para que termine el año vayan a ser agitados.

Han transcurrido dos años justos desde que el sector inmobiliario chino empezó a dar síntomas de estar quebrado. Algunas de las grandes empresas inmobiliarias, como Evergrande, empezaron a no cumplir sus obligaciones financieras en las fechas que les tocaba hacerlo y mucha gente comenzó a temerse un momento Lehman, es decir, una repetición de una catástrofe financiera como la desencadenada en septiembre de 2008 con la caída de Lehman Brothers.

Yo siempre miré con escepticismo ese temor (aunque podía parecer razonable), ya que pensaba que en un régimen como el chino, con todos los resortes políticos, mediáticos y financieros en manos del Gobierno (y en el que los que no lo están de estos dos últimos pueden pasar a estarlo en un abrir y cerrar de ojos) una crisis del tipo de la que está esbozándose allí siempre se puede controlar. Solo es cuestión de que el Gobierno decida en el momento oportuno quién va a pagar los platos rotos: si la administración central, por vía del rescate de las inmobiliarias, de los bancos convencionales y la banca en la sombra, cuyo futuro está comprometido por las primeras; si los gobiernos locales; si los ahorros familiares o si la banca pública. O si un reparto más o menos equitativo entre todos ellos.

Las crisis de este tipo vienen saliendo regularmente a la superficie en China desde hace al menos 24 años. Ya en 1999, el sistema bancario chino pasaba por graves dificultades, con los cuatro grandes bancos presentando problemas de solvencia. El asunto se solucionó aparentemente con la creación de cuatro fondos malos hacia los que se derivaron los activos tóxicos de la banca a cambio de la emisión de bonos a diez años que quedaron en el activo del balance de los bancos.

Cuando esos bonos a diez años vencieron, en el otoño de 2009 (¡menudo momento para vencer!), su valoración estaba en el 20% del nominal, por lo que se los renovó por otros 10 años más. Otros diez años más tarde se renovó la operación, en algún caso.

Posteriormente, en el segundo semestre de 2015, China pasó de nuevo por una situación muy delicada, en la que la Bolsa se hundió, tras haber alcanzado los índices su máximo histórico, y en la que el banco central chino se vio obligado a devaluar el yuan renminbi dos veces, pero, a lo largo de 2016, y tras unos meses en que pareció que la política económica era caótica allí, las aguas volvieron a calmarse.

Lo demás está muy cercano y es más fácil de recordar: la Covid-19 obligó a poner en cuarentena grandes sectores de la economía china con las consecuencias conocidas para el resto del mundo, desde los contagios hasta la dislocación de la cadena de oferta mundial, que llevó al primer impulso inflacionario en Occidente. Y, cuando ya todo eso parecía superado, ascienden a la superficie los graves problemas de las empresas inmobiliarias chinas, así como el hecho sorprendente de que su economía, tras eliminar los últimos confinamientos, no está creciendo lo que se esperaba.

Con la resolución de los problemas inmobiliarios y financieros en China pendiente, ni qué decir tiene que la inestabilidad en los mercados debería de estar más o menos garantizada durante el otoño, aunque vaya por saltos y sobresaltos combinados con períodos de calma chicha, y aunque el Gobierno chino consiga controlar la situación.

De fondo, además de la desaceleración de la economía china, está la pérdida de impulso de las economías de los otros bloques. Así, la eurozona es un caso desastroso, con una recesión económica rampante desde principios de año, tanto en Alemania como en la propia zona euro en su conjunto. Y con una inflación subyacente que se resiste a bajar y que pone a los respectivos bancos centrales en una de esas situaciones en las que no se sabe cuál es el menor de los males, si seguir subiendo los tipos de interés y entrar en recesión (o en una recesión más profunda en el caso de la eurozona) o si iniciar su bajada y dejar a medio hacer el trabajo de controlar la inflación.

Mientras que la mayoría de las otras causas que provocan la subida de la inflación ya han desaparecido, ahora se está cayendo en la vieja espiral inflacionista desconocida desde hace 40 años: la del incremento de precios-incremento de salarios-incremento de precios. Hasta en Alemania, donde las dificultades son grandes, tanto salarios como déficit público están subiendo a buen ritmo. Otro tanto sucede en los demás países, España incluida.

Caminamos, pues, paso a paso hacia la tan temida estanflación. Entre las causas que han dejado de tener un impacto alcista en el IPC está el crédito bancario al sector privado que, tanto en la eurozona como en los EE UU, está creciendo en una tasa anual (frente a como estaba hace doce meses) del 1,7% (en noviembre del año pasado crecía a ritmos anuales respectivos del 8%, en la eurozona, y del 15%, en EE UU).

Las Bolsas, ante este panorama, siguen mostrando la misma sangre fría, por no decir la audacia, que se apoderó de ellas en octubre pasado, mientras los mercados de renta fija oscilan entre llevar las rentabilidades a las nubes o hacer un repliegue propio de los tiempos de contracción económica.

Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero

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