La encrucijada de Meloni con la banca y el caso español
Las descarnadas formas esconden una justificación interesante para la puesta en marcha del impuesto
El Gobierno de Giorgia Meloni, que sorprendió a propios y a extraños en los primeros compases por su prudencia e inesperada ortodoxia en materia de política económica, parece entregado en los últimos días a no dejar un charco quieto. La semana pasada, el Ejecutivo italiano abría una crisis social no menor al anunciar la supresión de la Renta Ciudadana, una suerte de paga para personas con bajos ingresos. En concreto, 169.000 familias en riesgo de exclusión dejarán de percibir unos 550 euros mensuales a partir de septiembre. Tan cuestionable como la propia decisión en sí -una credencial poco edificante para un gabinete de ultraderecha mirado con lupa dentro y fuera del país- fue la forma de comunicarla, vía SMS a los hogares afectados. Un modus operandi que, si no refleja improvisación, sin duda abona las críticas por falta de transparencia, de debate público y de la sensibilidad debida.
Quién sabe si por compensar esa disposición, el pasado lunes, con nocturnidad, el gabinete conservador ponía el foco en la banca y anunciaba la puesta en marcha de un tributo para gravar sus ingresos extraordinarios, siguiendo la estela del español pero con un diseño diferente que sacudió al mercado. Como era de esperar, el sector sufría el martes un severo castigo en Bolsa, al punto de que apenas horas después el Gobierno transalpino se veía obligado a dar un paso atrás y suavizar el tributo. En este momento y hasta ver negro sobre blanco cómo se regula, existen muchas dudas sobre su impacto real, una incertidumbre que es el peor aliado de los negocios. No en vano, en una sola jornada las entidades financieras llegaron a dejarse 9.000 millones en el parqué. La estabilidad jurídica y la predictibilidad por parte de las administraciones son valores esenciales para retener y atraer al inversor, siempre temeroso de los excesos populistas.
Las descarnadas formas, en todo caso, esconden en Italia una justificación interesante para la puesta en marcha del impuesto. Meloni en primera persona ha criticado que los bancos hayan aplicado escrupulosamente la subida de tipos a las hipotecas, pero no a la remuneración del pasivo, abriendo la puerta a aliviar ese pago a aquellas firmas que sí lo hagan. La banca abona en Italia de media por los depósitos un 3,35%, mientras que España apenas un 2,22%. Esa vía para apretar a los bancos parece más razonable, en tanto la utilidad de un mero impuesto ya ha sido puesta en solfa por instituciones como el BCE, convencido de que tarde o temprano terminará siendo trasladado al cliente. Para ese viaje no se necesitan alforjas.
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