La automatización en el mercado laboral: del ascensorista al ‘prompter engineering’
El 60% de los puestos de trabajo tiene posibilidades de automatización parcial, pero solo el 7% es automatizable en más de la mitad de las tareas
La automatización de los procesos se ha convertido en un paradigma para hacer crecer los negocios y aplicar herramientas claves que facilitan el desarrollo de organizaciones, administraciones o, incluso, modelos de relación. Tras unos años marcados por la incertidumbre y los cambios en el ámbito global, hoy en día es imposible concebir el futuro sin propuestas como la robotización, y su unión con la analítica avanzada, la inteligencia artificial, el crecimiento en la nube o la interconectividad. Forman parte de una siguiente fase de la transformación digital cuyo avance ya es imparable.
Las ventajas están claras. La aplicación de automatización a los procesos se ha convertido en una oportunidad para generar valor añadido en el negocio. Aporta una mayor eficiencia operativa, un incremento en la generación de valor y una diferenciación competitiva respecto a otras empresas e instituciones. Asimismo, no solo optimiza el uso de los sistemas ya existentes y apoya la labor de los trabajadores, sino que contribuye a mejorar la experiencia de los usuarios, incidiendo de forma positiva en la productividad y eficiencia.
Y no menos importante, es una de las digitalizaciones más rentables. La aplicación de robótica y automatización logra impactos en costes de operación de un 30% de media, se lleva a cabo en pocas semanas y tiene un retorno de la inversión (ROI) en apenas dos o tres meses, lo que permite obtener resultados tangibles en el corto plazo.
Por contra, existe la falsa creencia de que la digitalización y la adopción de nuevas tecnologías pueden influir en la pérdida de puestos de trabajo. Aparecen los miedos al cambio, pese a ser este un proceso, el de la evolución industrial, constante en nuestra historia. En la década de 1950, existía en EEUU un catálogo de puestos de trabajo susceptibles de extinguirse a causa del incremento de la automatización que se utilizaba por aquel entonces. El listado incluía 270 empleos. Al final, tan solo desapareció la profesión de ascensorista. Con la llegada de los ascensores automáticos, ya no era necesaria una persona que abriera a mano y cerrara estos espacios, pulsara él mismo el botón y accionara una palanca para que el aparato se moviera (a veces con más o menos traqueteo y fortuna). La tecnología dejó esa figura atrás, pero dudo mucho de que influyera en las tasas de desempleo de la época. Al fin y al cabo, las nuevas instalaciones abrían un mundo de posibilidades a nuevas tareas y desempeños.
No es nada nuevo. La historia de la humanidad está llena de casos así. Porque el avance implica cambio y este proceso ha ocurrido con otras muchas profesiones. Desde el recolector de sanguijuelas en el Imperio Romano, hasta los herreros y tejedoras de la Edad Media, o más recientemente los faroleros, telefonistas, afiladores, tostadores de café, médicos ambulantes, serenos… muchas de las competencias que eran ineludibles para el hombre hace siglos, se sirvieron de la industrialización y el desarrollo para dar paso a otras funciones y alumbrar nuevos entornos de crecimiento.
Cambios que se llevaron a cabo para aumentar la excelencia en las operaciones y alcanzar una mayor cualificación. No para para sustituir al factor humano que, sin duda, es imprescindible y el valor más preciado de la cadena productiva. La clave es la calidad del análisis de la información que puede hacer un profesional con mecanismos de IA, la conversión de los profesionales para realizar tareas distintas y de más valor o la creación de espacios en los que sentirse más realizados profesionalmente.
Es decir, trasladar las necesidades de antes a los desafíos de ahora. Aparecen por ello nuevos perfiles, como el de prompt engineer, entrenadores éticos de algoritmos, analistas cuánticos, gamers… Ninguno de ellos existía hace unos años, pero cubren necesidades actuales, reales, y permiten un desarrollo más cualificado hacia tareas más evolucionadas, distintas.
El futuro no se concibe sin lo humano. Uno de los principales frenos a los que se está enfrentando la siguiente ola de la transformación digital es la carencia de profesionales, usuarios y trabajadores de estos ámbitos. El talento especializado, junto a la gestión del dato o la ciberseguridad serán las bases sobre las que transitarán los modelos de negocio más inmediatos.
¿Dónde está el límite? Donde siempre ha estado: en las personas. La transformación nunca es absoluta y en el caso de la automatización, se prevé parcial en la mayoría de los puestos de trabajo. A día de hoy, el 60% de estos tiene posibilidades de automatización en parte de sus tareas, pero solo el 7% de ellos es realmente automatizable en más de un 50% de sus procesos. Estoy convencido de que en los próximos años veremos automatizar procesos y operaciones en la práctica totalidad de ámbitos de actividad. Pero dudo mucho que eso suponga la exclusión del factor humano. Es el principal valor sobre el que transita cualquier tipo de evolución posible.
Manuel Espiñeira Couce es director de Soluciones Digital Business Technologies en Minsait
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