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Opa hostil
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sanchismo vs. trumpismo ante el 23J: ¿acaso la economía ya no importa?

Fin a los anuncios de inversiones y a sacar pecho por el crecimiento o el empleo. El PSOE baja a la arena ideológica contra reloj para revertir la dialéctica del PP

Pedro Sanchez
Pedro Sánchez, durante el anuncio de elecciones en La Moncloa.

Esta semana no solo convocó elecciones Pedro Sánchez. Como el destino es caprichoso, también se cumplían cinco años de la moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy de la Avenida Puerta de Hierro en favor del líder socialista. Sucedió el 1 de junio de 2018. La herida tardó en curar, si es que alguna vez lo hizo, al punto de que en los meses posteriores al colapso popular era frecuente encontrar a los afectados en los restaurantes de la calle Puigcerdá, ora llorando por las esquinas ora jurando en hebreo. Unos, los más autocríticos, lamentaban la falta de capacidad del gabinete para trasladar a la ciudadanía su impagable gestión económica –decían– en lo más duro de la crisis. Otros, los más complacientes, simplemente denunciaban la ingratitud de la política y los votantes, incapaces de poner en valor unas medidas que habían salvado a España del default. Cristóbal Montoro, en sus últimos meses al frente de la Hacienda pública, mostraba con orgullo los beneficios del Fondo de Liquidez Autonómica, el llamado FLA, un artefacto tan original como brillante que sirvió para embridar las cuentas autonómicas y desbloquear el pago a proveedores. Siempre sintió el ministro, no obstante, que su ingeniería financiera no fue suficientemente apreciada, ni en su momento ni en tanto parte de su legado como el ministro del ramo más longevo de la historia. Los casos de corrupción que asolaban al partido no entendían de números.

Un lustro después y como si se tratara de una broma macabra, Sánchez tampoco parece haber tenido suerte a la hora de vender sus hitos económicos. El presidente del Gobierno iniciaba la última campaña electoral con el anuncio de generosas inversiones en vivienda y sanidad. En realidad, razones tenía para jactarse y doblar la apuesta por la economía. No en vano, las mejores previsiones de crecimiento para el presente ejercicio, en un entorno de buena evolución del empleo, habían terminado por recluir a los agoreros, con las orejas gachas, en sus cuarteles de invierno. Lejos quedaban los meses en los que se daba por segura la entrada en recesión a finales de 2022 y principios de 2023. Sin embargo, de la nada, frente a ese prometedor escenario, apareció para dinamitar la campaña la presencia en las listas de Bildu de etarras con delitos de sangre y, por si fuera poco, la compra de votos en Melilla, un fraude democrático masivo o fuegos de artificio, según las versiones interesadas. Mucho que pensar, en todo caso, para los spin doctors de Moncloa, incapaces siquiera de controlar la agenda de los comicios.

La cuestión, obviamente, es más alambicada y tiene muchas aristas. De hecho, se vislumbra en ambos casos una sutil diferencia entre la realidad y la percepción de la realidad. Aquel PP que dejó el Ejecutivo por la puerta de atrás arrastró durante todo su mandato el pecado original de subir los impuestos apenas horas después de poner un pie en el Gobierno. Todo lo contrario de lo que prometió hacer. Por muy llenos de trampas que encontrara los cajones, los suyos nunca perdonaron la derrama. En el caso del PSOE, las bondades de las cifras macroeconómicas no pueden ocultar el empobrecimiento sufrido por la sociedad en los últimos tiempos, fruto de una inflación desbocada y unos tipos de interés crecientes, con su impacto en hipotecas y créditos. La aproximación de la cada vez más difuminada clase media a los denominados “colectivos vulnerables” y la mayor brecha entre ricos y pobres invitaba a no tirar en exceso de mensajes triunfalistas, bajo la espada de Damocles de parecer un político insensible que pisa poca calle. Ambos ejemplos, empero, demuestran cómo los dos partidos mayoritarios han comprobado en sus carnes el extendido axioma en teoría política según el cual la economía solo castiga en las urnas en caso de crisis, pero no premia buenas gestiones. Ni siquiera el famoso debate entre Pedro Solbes y Manuel Pizarro en 2008, con la recesión a las puertas, impactó los resultados electorales.

A partir de aquí, quienes esperen en esta suerte de segunda vuelta electoral un debate económico, mejor que acudan a Dante Alighieri y a la inscripción en la puerta del infierno que, en su Divina Comedia, avisa de la conveniencia de abandonar toda esperanza. “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”, impone. El Partido Popular, que hace tiempo ha hecho los deberes en cuanto a estrategia e ideas fuerza, ha identificado y promovido el concepto de sanchismo como un monstruo de siete cabezas responsable de todos los males del universo, unos reales y otros atribuidos. Mientras que la chapucera gestión de la ley del solo sí es sí por parte del Ejecutivo sumió a los candidatos socialistas que se enfrentaron a las urnas en las autonómicas y municipales en un pánico razonable -dificultándoles además vender su gestión-, otros acontecimientos achacados al Ejecutivo, como los efectos colaterales de la guerra de Ucrania, difícilmente encuentran acomodo en la crítica a Sánchez sin acudir a un jeribeque intelectual. El hallazgo popular ha hecho fortuna, ocultando al tiempo su falta de relato económico y perfiles, más allá del inveterado anhelo de Pablo Isla.

Por su parte, Sánchez ha tomado nota y parece dispuesto a dejar de lado los nebulosos anuncios de inversiones y de entradas gratis para el cine, con el fin bajar al fango de la disputa ideológica. La propia convocatoria de elecciones ya llevaba implícita la voluntad de cambiar una dialéctica cuyo destino era el precipicio. Apenas horas después del anuncio ya comparaba los métodos del PP y Vox con los de Trump. “Va a ser una campaña feroz en insultos, se van a inventar barbaridades. Y no es nuevo, van a copiar los métodos de sus maestros norteamericanos”, exponía, al tiempo que recordaba los desprecios de Ortega Smith a una mujer en silla de ruedas que había sido víctima de violencia de género o las exigencias de Abascal para acabar con el derecho de las mujeres a abortar.

Cambiado el tercio, eso sí, la pregunta que se hacen quienes pasean a diario por los jardines de Moncloa es si queda tiempo para revertir la narrativa a semanas vistas del 23J. Justo cuando la inflación parece dar un respiro y el mercado laboral alcanzaba este viernes un récord de 20,8 millones de ocupados. ¿Una baza electoral? Hagan caso al bardo. Abandonen toda esperanza.

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