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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La factura del trato a los bonistas de Credit Suisse

El rescate de la entidad ha lanzado un mensaje inequívocamente peligroso: la idea de que los reguladores pueden cambiar en cualquier momento las reglas del juego

CINCO DÍAS
Logos de UBS y Credit Suisse en Zurich.
Logos de UBS y Credit Suisse en Zurich.DENIS BALIBOUSE (REUTERS)

Los efectos secundarios del shock que ha experimentado la banca europea con el rescate de Credit Suisse están lejos de haberse agotado. Una de las derivadas que se ha hecho sentir ya en los mercados es la pérdida de confianza de los inversores en la deuda perpetua con capacidad para absorber pérdidas (AT1), tras la decisión del Banco Nacional Suizo de alterar el orden habitual de prelación de los títulos en las quiebras financieras y colocar a los tenedores de bonos contingentes convertibles (cocos) como blanco preferente en primera línea de fuego. Estos han visto amortizados sus activos y volatilizada su inversión de la noche a la mañana, al contrario que los accionistas de la entidad, que recibirán 3.000 millones de euros.

Aunque los reguladores comunitarios, con el BCE a la cabeza, se han apresurado a asegurar que el orden de prelatura de los activos en el sistema bancario de la UE seguirá siendo el habitual, con los accionistas ordinarios como primeros afectados en caso de colapso, la excepcional arquitectura del rescate de Credit Suisse ha atestado un serio golpe al atractivo de los cocos para el inversor europeo. La consecuencia más inmediata será un aumento en los costes de emisión de este tipo de bonos, que han experimentado ya una corrección en las últimas jornadas. Un efecto que puede ser meramente coyuntural, fruto dela quiebra de confianza que ha causado la operación de rescate, pero que también podría consolidarse y propiciar un cambio en el diseño de los colchones anticrisis de la banca, de forma que las entidades opten por favorecer las ampliaciones de capital, algo que podría redundar incluso en una política más restrictiva de remuneración vía dividendo para los accionistas.

El rescate de Credit Suisse ha lanzado un mensaje inequívocamente peligroso: la idea de que los reguladores pueden cambiar en cualquier momento las reglas del juego, acuciados por intereses que aconsejen proteger la posición de accionistas altamente estratégicos, una hipótesis que no puede desdeñarse en el caso de la entidad helvética.

Aunque los reguladores comunitarios se desmarquen de Suiza, será difícil evitar que un inversor pueda preguntarse qué ocurrirá con sus bonos ante un hipotético escenario lo suficientemente crítico como para convertir en papel mojado los mensajes tranquilizadores de los bancos centrales. El tiempo y una buena gestión de la crisis por parte de los supervisores será lo que marque la diferencia.

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