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El faro del inversor
Tribuna
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El oro y el retrato de Dorian Gray

Cuanta más incertidumbre y peligros observamos en los mercados, más aumenta la belleza del metal precioso

Lo reconozco: como gestor de activos, me encantan las explicaciones simples. Cada vez que ocurren cosas en los mercados que resultan difíciles de contar —y es algo que pasa con relativa frecuencia— tiendo a ponerme en alerta. Da igual si hablamos de noticias positivas o negativas: la explicación debe ser sencilla y coherente. Lo cual, naturalmente, nos lleva hoy al oro.

Porque estamos viviendo una clara distorsión en lo que los distintos tipos de activos están interpretando de la coyuntura macroeconómica y geopolítica. Si miramos por separado, parece que cada uno dirige su mirada hacia solo un sector de la realidad. Y es difícil encajar el cuadro en su conjunto. Pero vayamos por partes.

En primer lugar, tenemos a la renta fija, tal vez —con matices— el activo más ponderado de los tres que vamos a comentar. La renta fija está normalizando. Eso significa que las pendientes de las curvas de deuda están aumentando, es decir, que los bonos pagan más cuanto mayor es el plazo de vencimiento. Esto, que parece lógico, no era la situación hace dos o tres años, con los tipos de interés altos y la inflación disparada. El proceso de bajada de tipos, debido a la contención de los precios, unido a las expectativas de que los tipos suban a futuro, bien por mayor crecimiento, o bien por niveles claramente superiores del endeudamiento en Europa (mayor gasto público en armamento e infraestructuras) y por déficit elevado más expectativas de expansión fiscal, en EE UU, han llevado a las curvas de deuda a su aspecto actual. Por ahora, bien.

Es verdad que podemos ver aspectos en la renta fija que mueven un poco la fotografía. Nos referimos a las primas de riesgo europeas, en niveles de mínimos, con la excepción de Francia, y a los diferenciales de crédito (la rentabilidad de más que deben pagar los bonos privados frente a los públicos). En el primero de los casos los inversores descuentan que no va a haber problemas de impago de deuda. Se confía en el BCE y en el famoso whatever it takes. De hecho, lo que ocurre con la deuda francesa apoya esta confianza en el euro, en la medida que podemos estar viviendo una repetición del caso de Italia en 2018. En cuanto a los diferenciales de crédito, no están haciendo sino recoger el extraordinario momento de las empresas, cosa que podemos constatar en las bolsas.

Porque las Bolsas y aquí estamos en el segundo bloque, sí están ofreciendo una mirada distinta. No es que las cotizaciones sean irreales, es que la renta variable está contemplando la parte más agradable de todas las opciones posibles. Un escenario que se resumiría en una inflación contenida a ambos lados del Atlántico, con tipos a la baja en EE UU, aterrizaje suave de la economía en este país y progresiva aceleración del crecimiento en Europa. Y ningún shock geopolítico, por cierto. Una situación casi idílica, dentro de la actual coyuntura. En otras palabras, un contexto que es difícil que vaya a mejor y relativamente sencillo que empeore en alguna de las variables.

Supongamos por un momento que las Bolsas tienen razón en su análisis (y quién puede decir que no sea así). En este caso, tenemos un problema para explicar el oro, tercer y último bloque y título del artículo de hoy. Los metales preciosos en general y el oro en particular no paran de subir, de forma incluso más llamativa que las Bolsas. Pero, si la situación macro y política es la que sugiere la renta variable, ¿por qué el principal activo refugio sigue firme en su escalada?

Más allá de que aumenten las compras de oro físico para bienes suntuarios (lo que sí apoyaría el escenario económico positivo de las Bolsas), la realidad es que quienes están comprando oro son los bancos centrales y los inversores institucionales y privados, en la calidad que el dorado metal tiene como activo refugio. En ese sentido, la sensación es que el oro es… el retrato de Dorian Grey de los mercados financieros. De alguna manera, como en el famoso libro de Oscar Wilde, el precio del oro está recogiendo todo lo malo de la economía y política actuales: posibles problemas en la deuda, sobrevaloración de acciones, inflación que al final no baje desde los niveles actuales —lo que origine cambios en la tendencia a la baja de los tipos de interés— miedo a una exacerbación de los conflictos bélicos reales (Ucrania, Oriente Medio) o latentes (China-Taiwán) y, por supuesto, efectos negativos de la guerra comercial, que puede recrudecerse en cualquier momento, como estamos viendo estos días en las conversaciones chino-estadounidenses.

Todo esto está yendo al precio del oro. Irónicamente, cuanta más incertidumbre y peligros observamos, más aumenta su belleza, al contrario que ocurría con el cuadro de Gray. Porque esta válvula de escape, invertir en metales preciosos como protección, está posibilitando en parte que la renta fija normalice y las Bolsas se encuentren en zonas de máximos. Solo si miramos la cotización del oro vemos reflejados los problemas e incertidumbres de la coyuntura.

Esto nos lleva a preguntarnos quién tiene razón en su escenario base. La realidad es que los mercados pueden estar más tiempo irracionales que tú solvente, según dijo Keynes, lo que en suma significa que ambos pueden tener razón o, más bien, inferir juntos irracionalidad durante largo tiempo. En todo caso, dadas las subidas de la Bolsa en el año, tal vez un poco de prudencia no está de más. Porque, si al final los mercados terminan como la novela de Wilde, el retrato puede terminar por imponerse a su dueño, lo cuál sería un buen susto para los inversores. Susto que, seguramente, convendría aprovechar.

Pedro del Pozo es director de inversiones financieras en Mutualidad

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