La Ilíada: una guía para inversores de lo que no hay que hacer
Los aqueos atacaron Troya con todo lo que tenían y sin plan B, y se dejaron guiar por sus emociones. Justo las dos peores decisiones que se pueden tomar a la hora de gestionar una cartera
Imagino que no he sido el primero en preguntarse si La Ilíada—el primer libro de literatura occidental—contiene lecciones que puedan ser valiosas para los inversores. Por ponernos en contexto: La Ilíada es la historia de la guerra de Troya, allá por el 1.200 antes de cristo, escrito por el poeta griego Homero unos 400 años después. Cuenta la lucha de los aqueos, una coalición de reyes griegos, contra los troyanos para recuperar a la bella Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta. Helena ha sido capturada o seducida—mucha ambigüedad en este punto—por el tarambana príncipe troyano Paris. Por cabezonería, los troyanos se niegan devolverla y claro, se lía. El libro narra unas semanas del noveno año de guerra y se centra en la figura del superhéroe Aquiles. Si quieren ponerle cara, usen la de Brad Pitt, que se la prestó al personaje en la película más reciente.
¿Por qué habría de contener lecciones de interés? Intuitivamente uno piensa que sus casi 3.000 años de antigüedad, y con la relevancia que sigue teniendo hoy, se podría encontrar en él una especie de sabiduría antigua y arcana, al estilo de El arte de la guerra de Lao Tse, o las Meditaciones de Marco Aurelio, lecciones que quizás podríamos haber perdido arrastrados por los vaivenes de la sociedad moderna. No es así. Tras darle muchas vueltas, mi conclusión es que resulta mucho más natural usar La Ilíada para listar todo lo que NO debería hacer un inversor. Como inversores, planificadores o managers, muchos de aquellos hombres dejaban mucho que desear. ¿Qué cosas hacen mal los héroes de La Ilíada desde la óptica de un inversor? Por limitaciones de espacio nos centraremos en un par de ellas.
No hay diversificación ni gestión de riesgos. En Troya no había un plan alternativo. De haber sido derrotados, las pérdidas de los aqueos habrían sido enormes. Sus reyes dejaron sus reinos durante una década, se llevaron a sus mejores soldados exponiendo sus países a invasiones y revueltas y dejaron a sus familias en situación de vulnerabilidad y quebranto económico. La victoria en Troya les permitió regresar con honor y un abundante botín de guerra, pero nunca hubo sobre la mesa un plan B. No es una táctica inteligente.
Conocemos desde hace siglos las bondades de la diversificación, y sin embargo muchos inversores no la practican. La literatura académica nos dice que los inversores con grandes carteras, con patrimonio alto, y, sobre todo, de mayor edad, son mejores diversificando. ¿Por qué los menos pudientes y los más jóvenes gestionan peor el riesgo, concentrando sus inversiones? Primero, porque requiere un cierto nivel de esfuerzo y conocimiento, sobre todo antes de que emergieran los fondos indexados. Se invierte en lo que más a mano se tiene, lo que te hace sentir cómodo. Por eso la mayoría de los inversores del mundo están sobreexpuestos a su propio país. El inversor japonés medio tiene un 70% de su cartera invertida en Japón, y sufrió las caídas de inicio de agosto mucho más que un inversor diversificado. El segundo motivo es que los inversores más inexpertos son más vulnerables a toda una batería de sesgos mentales que se van puliendo (un poco) con la edad: exceso de confianza o seguimiento de modas (¿recuerdan Gamestop?). A la inexperiencia se une algún rasgo biológico que hace que los jóvenes se sientan más atraídos por el riesgo, algo que se ve analizando la edad media de tribus como las de los criptobros. No es excusa para Aquiles y sus compañeros que ya llegaron a Troya entrados en años para los estándares de la época.
Toman (muchas) decisiones emocionales. Dos decisiones impulsivas e irracionales ponen a los aqueos al borde del desastre. La primera, por parte de Agamenón, líder de los aqueos. Los sacerdotes deciden que las fiebres que azotan el campamento son un castigo de los dioses contra Agamenón por haber esclavizado a una sacerdotisa, Criseida. Es obligado por sus hombres a devolverla. Enrabietado por la humillación, decide compensar su pérdida quitándole a Aquiles—el mejor guerrero de sus tropas—su esclava. Éste, herido en su orgullo, decide dejar de luchar, un “pues ya no juego” de manual, que da subtítulo al libro, “La cólera de Aquiles”. La rabia y el honor de estos líderes deja la misión al borde del fracaso, en su noveno año de lucha. Sin embargo, el ranquin de decisiones de racionalidad discutible que conducen a grandes desastres lo lidera el príncipe troyano Paris, al que envían en una misión diplomática a Esparta y decide llevarse a casa a la esposa del rey, en una decisión que le costaría la vida (a él y a gran parte de los troyanos) además de la destrucción total de su ciudad.
El símil con el mundo de la inversión es obvio: la emoción ocupa el lugar de la razón a menudo y el coste el altísimo. Hay mil maneras de medirlo. Una persona que invirtiera 1 dólar en el S&P 500 hace 35 años, tendría hoy 18. Si esa persona se hubiera perdido los 10 mejores días habría ganado ocho dólares. Muchos inversores se pierden esos 10 días porque que intentan entrar y salir del mercado para protegerse, y los días buenos suelen ocurrir en periodos de turbulencia. El último ejemplo lo vimos hace unos días. Los inversores minoristas de todo el mundo vendieron decenas de miles de millones de euros de acciones japonesas tras caer el Nikkei un 12% en un día. Todos se perdieron el 10% de subida del día posterior. Esas subidas de resaca a menudo son mayores que las caídas.
Hay más. Por ejemplo, los costes hundidos—que el dinero ya perdido te motive a continuar en una mala inversión con la esperanza de recuperarlo—juegan un papel central. El rey Agamenón tuvo que sacrificar a su hija (literalmente, la tuvo que matar) para que los dioses permitieran a su ejército navegar hasta Troya. Habiendo pagado ese precio la decisión de dejar un mal proyecto, una guerra que no va a ningún lado y que te supone un coste enorme, se hace casi imposible.
En palabras de Warren Buffet, “Invertir es sencillo, pero no es fácil”. Las reglas son simples: diversificación, persistencia, buenos productos, y poco más. Pero, como cuando te pones a dieta, la parte compleja no es entender qué debes hacer sino tener la voluntad y la disciplina de hacerlo. Invertir es tan difícil porque requiere resistirse a poderosos instintos humanos. Somos seres irracionales, nuestros actos se rigen por impulsos—miedo, deseo u honor, da igual—y están llenos de incongruencias y contradicciones. La Ilíada es un libro bellísimo, pero no esperen encontrar instrucciones para invertir. La lección de La Ilíada es que no hemos cambiado un ápice en los últimos 3.000 años.
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