Sospechosos habituales
La banca no es hoy una fuente de riesgo sistémico, pero para que se genere un pánico entre los depositantes que termine con un banco basta con un rumor mal gestionado
En Sapiens, el historiador Yuval Harari describe cómo durante millones de años la humanidad vagó por el mundo sin progreso aparente, apenas subsistiendo, como el resto de los primates. Sin embargo, algo extraño ocurrió hace unos 70.000 años en el cerebro humano. Una mutación genética generó una nueva habilidad que impulsó al hombre a la cúspide de la cadena alimentaria: la capacidad de transmitir información sobre cosas que no existen, ideas que nunca ha visto, oído o tocado. Aparecen las religiones, leyendas y mitos que serán el instrumento con el que nos convertimos en el primer animal capaz de cooperar en tareas complejas con individuos que están fuera de su tribu. Esta cooperación –la caza de grandes manadas de caballos salvajes, una tarea imposible para una tribu aislada– genera confianza y permite que se construyan conceptos complejos e intangibles como la patria, el dinero, el comercio… o la banca. El sistema de banca fraccional es un ejemplo claro de intangible útil: todos somos dueños de nuestro dinero en el banco, pero no podríamos retirarlo a la vez porque la mayor parte está invertido o prestado. Ese sistema multiplica el dinero disponible para hogares y empresas generando riqueza.
Desafortunadamente, la banca es un intangible de segunda división. Ninguna crisis hace dudar a los creyentes de su religión, pero la fe en los bancos se desmorona con pasmosa facilidad. En marzo cayeron algunos bancos que habían invertido su dinero en criptoactivos. Les siguió Silicon Valley Bank por una combinación de exceso de bonos que resultó en pérdidas, pobre gestión del riesgo (que no limitó las pérdidas), y una base de clientes pequeña e interconectada (que hizo que los rumores sobre la inviabilidad del banco se propagaran con rapidez). Pronto el miedo se extendió a otras entidades que compartían alguna de esas características y a otras que no, como Credit Suisse, que sin embargo arrastraba problemas propios desde hace años. Una semana de ruido bastó para que los bancos europeos perdieran un 15% de su valor.
Lo paradójico es que este desplome llega en un momento en que el sector destaca en positivo. Primero, los bancos son hoy un negocio mucho más sano que en 2007. Desde entonces, los 62 bancos y cajas que operaban en España se han convertido en nueve; el capital para enfrentarse a las pérdidas ha aumentado del 8% al 15% de sus activos ajustados por riesgo (a pesar de que las definiciones se han hecho más restrictivas); y la concesión de hipotecas se ha reducido un 60% debido a una regulación y política de riesgos más estricta.
Segundo, la banca es uno de los pocos sectores capaces de generar beneficios en un momento como el actual. Con el viento a favor y tipos de interés bajos, los ingresos vinieron de aumentar los volúmenes de préstamos a hogares y empresas. Con los tipos más altos y la liquidez escasa, el préstamo a otros bancos los depósitos de sus clientes se convierten también en fuente de ganancia. Morgan Stanley estima que el crecimiento de beneficios en la banca europea, antes de provisiones, puede estar cerca del 10%, contra el 1% del conjunto de las empresas.
Y tercero, los bancos son hoy uno de los activos más económicos en el mercado. En Europa, la ratio precio-beneficio de la banca es la mitad que el general. En siete años, un inversor en banca recuperaría el precio que pagó por la acción gracias a los beneficios acumulados. El que invierta en el conjunto de la Bolsa europea tendrá que esperar 13,6 años. Un inversor en banca recibirá en 2023 un dividendo del 7%, mientras que un inversor generalista obtendrá el 3,4%.
Sin embargo, estos argumentos no sirven de nada cuando el miedo toma las riendas, exacerbado por recuerdos de 2008. Sin más perfiles similares a SVB o Credit Suisse, continua el escrutinio de los balances bancarios a la búsqueda de la grieta por la que se pueda romper el sistema. Descartado el culpable de la última crisis –el crédito hipotecario ha estado contenido– ahora la atención se centra en la exposición al sector inmobiliario comercial, que se ha visto golpeado en varios frentes: el Covid redujo el tráfico en los centros comerciales y el miedo al desabastecimiento provocó una sobreinversión en almacenes. En las oficinas el problema es peor: suponen un 25% del sector y sus dificultades no son cíclicas. Muchos trabajadores nunca volverán a la oficina. Las ocupaciones cayeron con fuerza (del 92% al 70% en San Francisco) y con ellas el valor de los activos. Si dura, esa corrección se convertirá en una pérdida para los bancos, como ocurrió en 2008 con las hipotecas. Pero ni los volúmenes ni la extensión son comparables. La banca tiene unos dos billones de dólares de deuda en el sector. Incluso si hubiera que descontar la mitad del crédito concedido para oficinas, las pequeñas entidades financieras americanas –las más expuestas, con un 30% de su balance es este activo– perderían menos del 10% del capital del que disponen.
Esto no significa que no pueda haber problemas. El impacto no sería distribuido de manera equitativa, con lo que algún banco podría romperse. Además, tras el inmobiliario, vendrán otras causas de preocupación que ahora ni imaginamos (¿derivados, private equity?) y además sabemos que para que se genere un pánico entre los depositantes que termine con un banco ni siquiera se necesita un problema real. Como sabe todo el que haya visto Mary Poppins, basta con un rumor mal gestionado. Podrían darse nuevos casos específicos de bancarrota –miles de bancos operan en Europa y Estados Unidos, y los reguladores no pueden cubrir todas las casuísticas– pero tendemos a olvidar que, a pesar de la elevada desconfianza, la banca hoy no parece una fuente de riesgo sistémico.
Francisco Quintana es director de estrategia de inversión de ING.
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