Transferencia tecnológica: investigación pública con impacto social
No es casualidad que los campos más pujantes entre los centros públicos de investigación europeos sean la biotecnología y los productos farmacéuticos

Europa está en una encrucijada. La competitividad global ya no depende solo de la capacidad de generar conocimiento, sino de convertir ese conocimiento en soluciones tangibles para la sociedad. En este contexto, la investigación pública, la que nace en el seno de organismos de investigación públicos, universidades y hospitales, se revela como uno de los grandes motores para el impulso de la innovación europea. Pero, ¿estamos aprovechando todo su potencial?
El último estudio de nuestro Observatorio de Patentes y Tecnología sobre el papel de los centros públicos de investigación en Europa nos invita a reflexionar. No solo porque mapea por primera vez la actividad de patentes de los organismos públicos de investigación (OPI) y hospitales en Europa, sino porque nos obliga a mirar más allá de los números. El informe arroja resultados muy positivos para España, que ha cuadruplicado sus solicitudes de patentes europeas en dos décadas, y se sitúa entre los países más dinámicos del continente en este ámbito. No obstante, cabe preguntarse qué estamos haciendo con ese caudal de invenciones.
La respuesta pasa por la transferencia tecnológica. No basta con patentar, con proteger las invenciones que se originan en nuestras instituciones públicas, sino que hay que llevar esas ideas al mercado, a la industria, a la vida cotidiana de las personas para el beneficio de la sociedad. La investigación pública española destaca en esta faceta, no solo por el volumen de invenciones que se generan en nuestros centros públicos de investigación, sino porque más de la mitad de las patentes académicas españolas surgen de la colaboración con otras instituciones o empresas, muchas veces de carácter internacional. Este espíritu de apertura y trabajo en equipo es, probablemente, uno de los mayores activos de nuestro sistema investigador público.
Pero la colaboración no es un fin en sí mismo. Es el primer paso para que la ciencia pública dialogue con otros organismos que impulsan el desarrollo técnico y científico. Es decir, se trata de asegurar que las invenciones no se queden en los laboratorios en los que se originan. El auge de las startups vinculadas a instituciones de investigación españolas, casi un centenar en la última década es una señal alentadora. Sin embargo, aún queda camino por recorrer para que la transferencia tecnológica sea la norma imperante y no la excepción.
En los comentarios recogidos durante la elaboración y presentación de nuestro estudio, muchos responsables de transferencia tecnológica coinciden: La clave está en la agilidad y en la confianza mutua entre investigadores y empresas. No se trata solo de proteger los desarrollos científicos, sino de crear puentes, de entender los tiempos y necesidades del mercado, de asumir que la innovación es, ante todo, un proceso colectivo.
No es casualidad que los campos más pujantes entre los centros públicos de investigación europeos sean la biotecnología y los productos farmacéuticos. La pandemia nos ha recordado, de forma dramática, que la ciencia salva vidas, pero solo si es capaz de llegar a la sociedad. Y en este sentido, los hospitales de investigación españoles empiezan a jugar un papel cada vez más relevante, como demuestra el estudio.
Sin embargo, aun destacando los datos positivos, el estudio insiste en la necesidad de avanzar en la integración europea, en la colaboración transfronteriza y en la transferencia efectiva de resultados. La ciencia pública europea tiene aún mucho potencial por desplegar, y España está bien posicionada para abanderar ese proceso junto a otros países como Francia o Alemania.
En definitiva, los datos que acabamos de cosechar con nuestro estudio nos permiten obtener una fotografía clara y bastante positiva del rol de los organismos públicos de investigación en la capacidad innovadora de Europa y de España, pero todavía resulta esencial propiciar un cambio de mentalidad. La transferencia tecnológica debe convertirse en el eje de la innovación pública. Solo así lograremos que la ciencia generada en nuestros laboratorios públicos se traduzca en bienestar, competitividad y futuro para toda la sociedad.