Tom Hagen, el ‘consigliere’ de ‘El Padrino’
Esta película nos recuerda que toda organización, por muy poderosa que sea, necesita a alguien que no mande, pero que sepa influir

Hay películas que trascienden el cine. El Padrino (1972), dirigida por Francis Ford Coppola, no es solo una obra maestra, es un tratado sobre poder, lealtad y estrategia. Mucho se ha escrito sobre Vito Corleone, sobre la sucesión de Michael o sobre la mítica frase de “le haré una oferta que no podrá rechazar”. Pero hoy toca fijarse en quien siempre estaba en la sala, aunque pocas veces en el centro: Tom Hagen, el consigliere.
Interpretado magistralmente por Robert Duvall, Hagen es una figura singular dentro del clan Corleone. Hijo adoptivo, de ascendencia irlandesa y alemana —un detalle nada menor en una familia donde la sangre italiana marcaba jerarquías—, Tom no es “un hombre de honor” en el sentido mafioso del término. Es abogado, formado en Derecho, pero su valor no reside solo en su conocimiento legal, sino en su capacidad para aconsejar, templar ánimos y ver más allá de las emociones del momento.
En el ecosistema empresarial actual, Tom Hagen sería algo más que el abogado de la familia. Su perfil encajaría con tres figuras clave en la gobernanza de las sociedades: el secretario del consejo, el consejero independiente y el letrado asesor de empresa, olvidado en nuestro derecho, y en nuestra práctica, pero que tiene una regulación vigente desde 1956. Las dos primeras figuras tienen un gran predicamento actual debido a que se encuentran recogidas en nuestras normas de buen gobierno corporativo, pero en ocasiones no son entendidas en toda su dimensión en el funcionamiento diario de las compañías.
El secretario del consejo—figura que la Ley de Sociedades de Capital y los sucesivos códigos de buen gobierno recomiendan para garantizar la legalidad de las decisiones del consejo— no está para decir lo que el órgano quiere oír, sino lo que necesita saber. Del mismo modo que Hagen advertía a Sonny cuando dejaba que la ira guiara sus decisiones, o actuaba como puente entre el temperamento siciliano y la frialdad que exigía la negociación.
Por otro lado, el consejero independiente aporta una visión ajena a los vínculos familiares o accionariales. ¿No es acaso Tom Hagen ese outsider de confianza, que precisamente por no llevar la sangre Corleone podía permitirse una perspectiva más fría y estratégica?
Cuando analizamos los errores que pueden cometer los consejos de administración —decisiones precipitadas, conflictos de interés mal gestionados o crisis de reputación—, suele haber un denominador común: la ausencia de una voz prudente, capaz de decir “no es el momento”, “esto tiene un riesgo” o “hay otra forma de hacerlo”. Esa era, en esencia, la función de Hagen en el seno de la familia Corleone.
El Padrino nos recuerda que toda organización, por muy poderosa que sea, necesita un consigliere. Alguien que no mande, pero que sepa influir. Que no busque el protagonismo, pero que garantice que las decisiones no se tomen a ciegas. En tiempos donde el cumplimiento normativo, la ética empresarial y la buena gobernanza están en el foco, quizá convendría revisar la saga de Coppola con ojos de jurista, además de disfrutarla como buenos cinéfilos.