Lo que más temíamos: el registro de personas fallecidas de la Administración Trump
Desde que el presidente de Estados Unidos ha tomado posesión del cargo, ha adoptado decisiones escandalosas y algunas muy preocupantes

Según el New York Times, la semana del 7 de abril ya se habrían incluido a más de 6.300 personas en una lista negra. Además, varios altos cargos de la administración tributaria han dimitido debido a la inminente colaboración que prestarán para localizar inmigrantes indocumentados. Por otro lado, la Seguridad Social hizo un trasvase de información al Departamento de Seguridad Nacional con datos de casi 100.000 personas. El riesgo que existe también para los errores en este sistema puede generar situaciones más injustas todavía.
La devoción que existe por lo desconocido forma parte de la naturaleza humana. Buscar más allá de los confines de nuestro entendimiento es una actividad que ha despertado siempre interés ferviente. Tanto es así que ya Hanna Arendt afirmó -con su particular voz oracular- que “la Tierra, esa quintaesencia de la condición humana, puede tener los días contados”, cortaremos ese vínculo que nos une todavía al resto de organismos vivos, creando un mundo artificial y, posiblemente, fuera del planeta que nos engendró, abocándonos a la incertidumbre estremecida de quién sabe qué cosas ampara el Universo.
La cuestión fundamental que cabe preguntarse es por qué los esfuerzos científicos se centran en conseguir escapar de nosotros mismos. La fe que está puesta en la inteligencia artificial (IA) forma parte de una nueva forma de religión científica que busca crear algo fuera del género humano que determine mejor que nosotros lo que nosotros mismos debemos hacer. Ya sea huir de la Tierra o crear un medio alternativo al ser, comienzan a ser afanes que conviene analizar para poder determinar qué cuestiones existen tras esas hazañas científicas. Puede que la responsabilidad empiece a ser una carga pesada, que las contradicciones a las que nos sometemos abrumen nuestra propia existencia y que queramos un útero digital en el que poder sentir la calidez de una normalidad sin estridencias.
Este tipo de conclusiones a las que llegan algunos pensadores son el precioso barbecho de lo que debería ser el pensamiento remansado en una sociedad que progresa, pero no hay manera de que tengamos décadas de paz y nos conformemos con un crecimiento razonable. Hablar ahora mismo del futuro de la humanidad se antoja un lujo de esos que dan vergüenza, como aquel vídeo antiguo de una dama dando comida a los pobres como si fueran palomas. Ahora hay problemas reales que no excluyen las sesudas reflexiones, pero necesitan del concurso de nuestros esfuerzos para afrontarlos.
La modesta evidencia matemática que siempre demuestra dónde nos enfocamos afirma que las empresas que se centran en la publicidad programática para enviar sus mensajes se afanan en conseguir cuantos más datos mejor. Y ya se decía hace tiempo: los datos son el nuevo petróleo y esto ya no solamente lo aprovechan las empresas privadas, lo está empezando a hacer el ente público.
Desde que el presidente Donald Trump ha tomado posesión del cargo, ha adoptado decisiones escandalosas -eso lo sabemos todos de sobra- y algunas muy preocupantes. De entre ellas, quizá en Europa no ha pasado desapercibida una medida que acompaña a aquellas que engloban a las deportaciones masivas: usar un antiguo repositorio de fallecidos que tiene la Seguridad Social para incluir a las personas que se pretende deportar y así “matar” en sentido figurado a aquellas que no deberían beneficiarse del sistema y que el Gobierno considera, por tanto, muertas.
Este tipo de decisiones son las que siempre ha pretendido evitar todo el corolario de normas que nos hemos dado en Europa y estamos a una distancia muy corta de que Occidente deje de ser el cortafuegos de la acechante y sigilosa barbarie. Siempre nos preguntamos cómo podía ser que se llegase a semejante guerra en la que una sociedad civil avanzada llegase a tal nivel de odio y de ceguera. Poco a poco, ese odio va permeando en la sociedad y no nos damos cuenta de que actualmente se cuenta con un sistema de propaganda que materialmente supera con creces el Ministerio dirigido por Goebbels.
La zozobra a la que nos lleva la plutocracia oligárquica que reina ahora mismo en el corazón del despacho oval está orquestada desde la tecnología, y el escándalo de Cambridge Analytica era el asomo de un mal mayor escondido tras las cortinas. Pero no podemos imaginarnos qué sucedería si se usa la IA no solamente para conseguir los datos de esas personas que merecen estar en una lista negra, sino, como decíamos, pensar por nosotros qué es lo que más nos conviene y desposeernos del sentido crítico y de la capacidad de ver que un pretendido Goebbels nos hace pensar que el enemigo es nuestro hermano.
En Europa, por suerte, la regulación es indicio de que nos falta todavía cierta estupidez para alcanzar semejantes cotas de temeridad, y si nos entretenemos en ensoñaciones sobre el futuro, quizá sea porque estamos en el mejor de los continentes posibles.