Igualdad en tiempos de trincheras: avanzar o quedarse atrás
La igualdad no debería ser un campo de batalla ideológico, sino un pilar de competitividad, un liderazgo diversificado no solo es un imperativo ético, sino una ventaja en términos de resistencia, innovación y crecimiento

Vivimos en un momento de nuestra historia en el que la polarización y la falta de diálogo no solo marcan la agenda política y social, sino que también impactan en las organizaciones. La radicalización de posturas ha generado un efecto perverso: convertir lo distinto en una cuestión de trincheras ideológicas. Nos fijamos más en lo que nos separa que en lo que nos une.
El debate se ha contaminado con la lógica del “conmigo o contra mí” y está desdibujando los contornos de los sólidos consensos alcanzados hasta ahora en los que nadie se planteaba si había que volver a hablar de igualdad, porque ya se había conquistado. Un amigo muy querido al hilo de este día señalado me dijo: “Hoy ya no cabe la discriminación en ninguna cabeza. Otra cosa es que afloren tontos y anormales pues de eso hay en todas partes”.
Como nadie se quiere reconocer ni como tonto ni como anormal, porque la moral y la lógica te dice que todos somos iguales, estos debates son vistos con escepticismo, asociados a agendas políticas más que a una necesidad estructural de la sociedad y de las organizaciones.
Esta distorsión ha dado lugar a un desgaste emocional y a un cansancio generalizado. La sensación de que ya se ha hecho suficiente, de que la igualdad llegará de manera natural (o que es una situación real) o de que existen prioridades más urgentes está minando el compromiso con el cambio. Pero la realidad sigue mostrando datos que invitan, al menos, a reflexionar.
Según el informe más reciente de la Asociación Española de Ejecutivas y Consejeras (EJE&CON), el 18% de las compañías no cuenta con representación femenina en los órganos de gobierno. El debate no es si debería existir un número determinado de mujeres en estos foros, sino despertarse y darse cuenta de que la falta de diversidad limita la capacidad de adaptación, innovación y crecimiento de las empresas. El sesgo de confirmación no te ayuda a pensar fuera de la caja, sino que te enfrenta a lo distinto, para que te confrontes, no para que evoluciones.
No hemos logrado, en términos generales, consolidar una cultura donde la pluralidad de voces sea vista como algo lógico y necesario y parece que se ha convertido en un ejercicio de lavado de cara, los famosos pinkwashing, pero que tienen una amplia gama cromática y que se vocean según la jurisdicción que sea. Falta mucha coherencia todavía.
La igualdad no debería ser un campo de batalla ideológico, sino un pilar de competitividad. Un liderazgo diversificado no solo es un imperativo ético, sino una ventaja en términos de resistencia, innovación y crecimiento.
En un mercado global, una pluralidad de voces se convierte en un factor que atrae y fideliza a profesionales cualificados. Sin embargo, si la conversación se enmarca en una lucha partidista y polarizada y el debate deja de ser serio, perdiendo así oportunidades de transformación y crecimiento de las empresas y de la sociedad en su conjunto.
Sinceramente pienso que cuando nos quedamos atrapados en una narrativa de extremos, las leyes que obligan sin que la sociedad asuma su necesidad, no son la mejor respuesta o, al menos, hace falta un paso más; pararse a pensar qué queremos ser de mayores.
Es urgente redefinir el enfoque y volver a situar a las personas como el eje sobre el que pivote la vida social y empresarial. Para ello, es imprescindible que dejemos de ver a los trabajadores como un recurso humano, sino como el motor de nuestra cuenta de resultados. Es mucho más que hablar de diversidad o de feminismo. Reencauzarnos como un colectivo que se apoya, que aprende de otros y no como una suma de individuos y de individualismos.
Por lo tanto, cuando abordamos el tema de la igualdad, debemos ir más allá: fijarnos en el talento sin género y sin edad, de no encasillar a los profesionales sénior en la obsolescencia, de no dar por sentado que la juventud es sinónimo absoluto de inexperiencia. Que la vida es mucho más que estar en la oficina con horarios extenuantes y fustigarse con un látigo si no te has sentido lo suficientemente productivo y coger otro más grande cuando te has dado cuenta de que no has hecho gala de la gran palabra humana: vivir.
Será posible avanzar en este camino de igualdad si ponemos a las personas en el centro, haciendo compatible la vida con el trabajo y viceversa. Las empresas que comprendan esto sobrevivirán en tiempos de incertidumbre y se posicionarán como referentes.
Aun con cansancio, no hay debate cuando los datos hablan solos. No hay avance cuando la igualdad sigue siendo un tema de opinión y no de hechos. Y no hay excusas cuando sabemos que el crecimiento está en la diversidad. Así que la pregunta no es si debemos seguir hablando de igualdad. La pregunta es cuánto más estamos dispuestos a perder mientras seguimos discutiéndolo.