_
_
_
_
En colaboración conLa Ley
Cumbre Iberoamericana
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Andorra, una oportunidad para España

Una jurisdicción vecina, afín, y que, además de tener un afán inversor en España, actúa como un factor clave en la dinamización de la región

El rey Felipe VI ofrece un discurso en presencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, durante el XIII Encuentro Empresarial Iberoamericano, que tiene lugar en Andorra este martes, en el marco de la XXVII Cumbre Iberoamericana.
El rey Felipe VI ofrece un discurso en presencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, durante el XIII Encuentro Empresarial Iberoamericano, que tiene lugar en Andorra este martes, en el marco de la XXVII Cumbre Iberoamericana. EFE

Mucho ha llovido desde que en el año 1278 se firmase en Lérida el primer pariaje entre el Obispo de Urgel, Pedro de Urtx, y Roger Bernardo III, Conde de Foix. Esta suerte de laudo arbitral, completado en 1288, atribuía a los copríncipes materias económicas, militares y jurídicas y constituyó el régimen de funcionamiento ordinario del Principado hasta que en 1993 se promulgó la actual Constitución ratificada mediante referéndum.

En estos 750 años de existencia y vecindad con España y Francia y más allá del extraordinario crecimiento económico que experimentó el Principado en los últimos 50 años del S. XX, son los últimos diez los especialmente reveladores. En este período, el Principado de Andorra ha emprendido de manera voluntaria y consciente, un camino de una extraordinaria complejidad para una nación que apenas suma ochenta mil almas y que goza de un elevado nivel de desarrollo humano, apertura económica a la inversión extranjera, marco fiscal equiparable a países con estándares OCDE, adopción de los estándares internacionales más exigentes en materia de lucha y prevención del blanqueo de capitales, firma de un acuerdo monetario en virtud del cual se ha adoptado en tiempo récord una parte sustancial del acervo normativo de la UE en materia de supervisión y ejercicio de la actividad financiera, etc.

A todo ello, se suman un sinfín de iniciativas, incluyendo un avanzado proyecto de acuerdo de asociación con la UE, la alineación con la agenda 2030 o donde destaca la reciente creación del Tribunal Arbitral de Andorra, una institución arbitral moderna y puntera orientada a solucionar conflictos y convertir el país en una plaza de referencia en el mundo del arbitraje internacional siguiendo con esa neutralidad inveterada, siempre presente en esta tierra de contrastes.

Pero lo cierto es que, a pesar de la apertura al exterior, Andorra sigue siendo un país relativamente poco comprendido por nuestros vecinos del norte y del sur. Incomprensión desde un punto de vista histórico y cultural pero también económica y geopolíticamente. Algunas voces, pocas, pero siempre demasiadas y con una impostada superioridad moral, desconocedoras de la historia, consideran al Principado bien un enclave poco natural en la configuración territorial de la península ibérica, bien un país plagado de clichés (paraíso fiscal, privilegios y clanes, desigualdades sociales, etc.) la mayoría falsos, superados o distorsionados, pero siempre enfocados en enjuiciar el pasado con valores del presente, algo sin duda equivocado. En la mayoría de los casos, en las críticas a Andorra subyace algo de envidia o frustración y habitualmente se utilizan para tratar de justificar determinados postulados sociopolíticos –muchas veces unidos a debates sobre la libertad individual y sobre el grado de presión fiscal– que no deberían ser extensibles a territorios con la singularidad y tamaño de Andorra.

Esta ocasional falta de comprensión contrasta con la enorme simpatía e interés por parte de los operadores económicos y jurídicos de los países latinoamericanos. Andorra es percibida como una jurisdicción europea, muy segura, tanto en lo personal como en lo jurídico, con instituciones estables y arraigadas en la historia, cumplidora de sus palabras, respetuosa – al extremo– con la propiedad privada, magníficamente situada entre Francia y España y con un idioma, el español, de uso común por la inmensa mayoría de su población junto con su lengua oficial y, ante todo –créanme que esto es muy valorado– alejada de postulados populistas por parte de sus gobernantes o aspirantes a serlo.

Andorra tiene la mayor parte de los ingredientes para triunfar y prevalecer –con su justo y adecuado tamaño– en el convulso mundo actual donde las tentaciones populistas de diverso signo acorralan la capacidad de emprendimiento del individuo y la justicia y diálogo social.

Con una creciente red de convenios para evitar la doble imposición, un sistema financiero estable y un plan de negocio de diversificación económica muy completo, Andorra se presenta como una jurisdicción con potencial suficiente para ser un hub de establecimiento de empresas, proyectos e inversiones en el panorama internacional y, en particular, de las que provienen de Latinoamérica. Ahí reside el verdadero potencial de Andorra, y no en la atracción de perfiles de influencers que, aunque legítimos, abren estériles debates jurídicos y morales.

He aquí donde aparecería otro potencial pero inexistente conflicto: España también aspira a atraer gran parte de esa inversión latinoamericana y también a efectuarla ahí, pero, a nadie se le escapa que compite con muchas otras jurisdicciones (sin ir más lejos con el restos de sus socios europeos que han ido ganando posiciones en los últimos años como socios comerciales con la región) y que, en muchas ocasiones, el punto de conexión con España no existe o no es el preferido por diversos motivos. Ahí es donde la coopetición (y no la competición) con Andorra se presentaría como la estrategia competitiva más adecuada y con sinergias para ambas jurisdicciones.

En esta estrategia de coopetición, que deberían desplegar no solo los gobiernos sino también el sector privado, el factor clave de éxito es entender el factor cultural preeminente pero también la geopolítica y las relaciones internacionales. En un mundo como el actual, los países soberanos y las empresas establecen sus lazos estrechos, preferencias y acuerdos y Andorra no es una excepción. Por muchos lazos estrechos que existan entre Andorra y España los últimos años han puesto de manifiesto la necesidad de Andorra de disponer de mecanismos de reducción de dependencia con sus vecinos. Este proceso llevará, en un mundo global como el actual, al replanteamiento de alianzas, la aparición de inversores clave internacionales y, a nadie se le escapa que, Andorra – especialmente si se desenclava- es una gema de la geopolítica y un factor de dinamización económica que a sus vecinos les conviene cuidar.

Por último, háganse la pregunta de si es más preferible para España y sus intereses que jurisdicciones como Irlanda, Suiza, Holanda, Luxemburgo o Malta atraigan capitales, empresas y proyectos para su reparto e inversión al conjunto de la economía productiva mundial o por el contrario lo haga Andorra. Una jurisdicción vecina, afín y que además de tener un afán inversor en España actúa como un factor clave en la dinamización de la región de los Pirineos dando trabajo directo e indirecto a miles de personas.

Andorra, por mucho que ciertos medios y personas se empeñen en lo contrario, no es una amenaza para España, sino una gran oportunidad.

Miguel Cases, socio co-director de Cases&Lacambra.

Archivado En

_
_