El euro digital: la oportunidad que Europa no debe dejar pasar
Lo que realmente está en juego es si la UE será capaz de dotarse de un instrumento que refuerce su soberanía y, al mismo tiempo, mejore la vida cotidiana


El Banco Central Europeo ha presentado el balance de su plataforma de innovación del euro digital. El lenguaje oficial habla de “visionarios” y “pioneros”, de pruebas técnicas y de ideas para el futuro. Puede sonar técnico y distante, pero lo que realmente está en juego es sencillo: si Europa será capaz de dotarse de un instrumento que refuerce su soberanía y, al mismo tiempo, mejore la vida cotidiana de los ciudadanos.
Lo que se ha puesto a prueba en este laboratorio es si el euro digital puede ir más allá de la teoría y convertirse en un medio de pago real, útil y seguro. Los visionarios imaginaban futuros posibles: recibos electrónicos integrados, movilidad sin fricciones, billeteras accesibles para jóvenes y mayores. Los pioneros —entre ellos MONEI— trabajábamos con escenarios concretos, como los pagos condicionales, que solo se ejecutaban cuando se cumplía una condición específica: la entrega de un producto, la finalización de un servicio, la superación de un hito. La idea no era solo demostrar que técnicamente era posible, sino comprobar sus beneficios y limitaciones.
En esos meses de trabajo, hemos visto cómo las pruebas funcionaban, cómo los sistemas son capaces de reservar fondos y liberarlos automáticamente al cumplirse una condición. Lo vivíamos como una demostración práctica de que el euro digital puede aportar un valor añadido evidente: seguridad para el comprador, certeza para el vendedor y transparencia para todos. Al mismo tiempo, también hemos visto las limitaciones de un entorno de pruebas simplificado y hemos entendido que la clave no era solo técnica, sino de confianza.
Confianza era y sigue siendo la palabra decisiva. Los ciudadanos necesitan creer que el euro digital no será una herramienta de control, sino un instrumento neutro, diseñado para facilitar su vida sin poner en riesgo su privacidad. El BCE insiste en que así será, y nuestra experiencia en los talleres refuerza esa idea: la arquitectura estaba pensada para separar la capa de liquidación básica de los servicios de valor añadido. Eso es positivo. Pero aún queda mucho camino para traducirlo en un mensaje claro y convincente hacia el público general.
Durante las pruebas también hemos percibido algo alentador: fintechs como la nuestra compartíamos mesa con grandes bancos y consultoras. En igualdad de condiciones, hemos aportado agilidad, creatividad y casos de uso que nacían de escuchar al usuario final. Esa diversidad demuestra que el euro digital no es un proyecto reservado a las grandes corporaciones, sino un terreno fértil para la innovación. Europa tiene que apostar por mantener abierto ese espacio. Porque si el futuro se limita a los grandes actores, perderemos la frescura que solo los más pequeños saben aportar.
Es cierto que el riesgo de la burocracia está ahí, y lo hemos vivido en la lentitud de algunos procesos y en las múltiples cautelas. Pero también hemos percibido un BCE más abierto al diálogo, dispuesto a escuchar y a dejar que el mercado experimentara. No es poca cosa. Europa suele moverse despacio, pero esta vez hay señales de que entiende lo que se juega.
Lo positivo es que el euro digital no solo busca competir con soluciones privadas, sino construir algo que las complemente y las supere en lo esencial: ser un medio público, universal y paneuropeo. Eso significa que cualquier ciudadano, en cualquier rincón de la zona euro, tendría la seguridad de pagar y cobrar en la misma moneda digital, sin fricciones ni dependencias de infraestructuras extranjeras. Significa también que las pymes podrían acceder a un mercado integrado, reduciendo costes y abriendo nuevas oportunidades. Y significa que los usuarios tendrían más opciones.
Queda mucho por hacer, pero la experiencia como pioneros nos enseña que, cuando se prueba de verdad, la innovación fluye y las ideas se convierten en prototipos tangibles. El euro digital puede ser el catalizador de una nueva etapa en los pagos europeos. Puede reforzar la competitividad de nuestras empresas, la inclusión de nuestros ciudadanos y la confianza en nuestro sistema financiero. Europa no puede desaprovechar esta oportunidad.
Si convierte al euro digital en un proyecto útil, transparente y cercano, habrá dado un paso decisivo hacia el futuro. Si lo deja diluirse en la burocracia, habrá perdido una ocasión histórica. Yo prefiero ver el vaso medio lleno: lo que hemos vivido ha demostrado que el potencial está ahí, esperando a ser desplegado. Y que, si somos capaces de mantener la colaboración entre instituciones, bancos y fintechs, el euro digital no será un espejismo, sino una realidad transformadora.
Alex Saiz Verdaguer es CEO y fundador de MONEI

