Andalucía condiciona al Gobierno y al PP en la yincana electoral hasta las generales
El PSOE buscará nuevos impulsos políticos hasta finales de 2023 y el PP concentrará su oposición en la delicada situación de la economía
La victoria contundente del Partido Popular en las elecciones de Andalucía de ayer, o la derrota no menos contundente del PSOE, tendrá un efecto intenso y prolongado en la política nacional hasta las elecciones generales de finales de 2023, hasta cuando en teoría pretende aguantar el presidente Sánchez la legislatura. Se avecina, como ya ocurriera con las elecciones a la asamblea de la Comunidad de Madrid hace poco más de un año, un terremoto político que alcanzará sin duda al Ejecutivo y que condicionará el comportamiento del primer partido de la oposición.
La victoria de Isabel Díaz Ayuso en mayo de 2021 provocó un severo ajuste de Gobierno, del que sacó Sánchez a quienes hasta entonces se consideraban pesos pesados del Ejecutivo, como José Luis Ábalos, Carmen Calvo o Iván Redondo, amén de una miríada de ministros de segundo nivel, en la búsqueda de una recomposición de la imagen del Gobierno y mejora de su gestión. Pero el empoderamiento de Isabel Díaz Ayuso terminó trayendo cuenta también de la caída del tándem Pablo Casado-Teodoro García Egea.
La posición política y demoscópica de Sánchez no es ahora mejor que entonces, más bien es peor en términos relativos, ya que compara con un liderazgo en el Partido Popular más sólido, más moderado y más experimentado, que parece contar con creciente respaldo de los electores.
Si Casado forzó a Fernández Mañueco a obtener un resultado más bien pobre y a depender de Vox en Castilla y León, Feijóo ha dejado hacer a Juanma Moreno en Andalucía, que ha logrado secar el crecimiento de la ultraderecha pese a contar con uno de sus liderazgos más sólidos a nivel nacional (Macarena Olona) y obtener unos números que le permiten prácticamente gobernar en solitario.
Todo apunta a que el presidente del Gobierno, por tanto, necesita un impulso político para afrontar la yincana electoral para afrontar las elecciones municipales y autonómicas en la primavera que viene (quién sabe si antes unas elecciones puntuales en la Comunidad Valenciana), y cerrar el año con los comicios generales a fin de año y hacerlo con opciones de éxito.
Sánchez cuenta con el supuesto manto embellecedor de la presidencia española de la Unión Europea, pero la situación económica no es la mejor del mundo, aunque hay que admitir que puede cambiar mucho durante los próximos 18 meses. Para bien o para mal.
Independientemente de la calidad de su gestión económica hasta ahora, y de que estadísticamente la economía crezca algo cercano al 4%, los indicadores más próximos a la ciudadanía hablan más bien de una crisis económica subterránea que erosiona cada semana las expectativas de voto del Gobierno.
La inflación descontrolada es disolvente para los gobernantes, porque el poder adquisitivo es cada vez más limitado, con referencias públicas críticas, como el precio de la gasolina o la luz, y da la sensación de que políticamente se pueden hacer pocas cosas para combatirlo.
Por tanto, el presidente Sánchez buscará un revulsivo político con una nueva crisis de Gobierno seguramente en septiembre, para tratar de aprovechar aún la corriente positiva de la inversión de los fondos europeos, aunque es un mensaje tan gastado que genera pocos réditos electorales, además de tratarse de fondos que se concentran en las empresas industriales y no en la ciudadanía de manera directa.
Cambio de ciclo
El adelanto de una hipotética crisis de deuda en Europa, que meterá especial presión a España como se ha visto la semana pasada, puede jugar una mala pasada al Gobierno y forzarle a incumplir algunas de sus promesas estrella, como subir las pensiones con el IPC cuando llegue enero. No parece lógico hacerlo si el BCE está protegiendo la deuda española del ataque de los mercados, y los socios europeos no lo permitirían.
Dirigentes influyentes del Ejecutivo admiten ya hace meses que el ciclo electoral ha cambiado y que la estrella de Sánchez languidece, mientras dispone de pocos argumentos para revitalizarla. El espantajo político del miedo a la ultraderecha ha perdido fuelle, y el ejercicio semanal de hacer oposición a la oposición parece solo un fuego artificial.
El resultado de las elecciones andaluzas puede interpretarse como el triunfo de la gestión de Juanma Moreno, pero seguramente contiene también una dosis elevada de ese giro en el ánimo electoral de la ciudadanía por el desgaste que el Ejecutivo acumula por la gestión de la pandemia y los conflictos desatados dentro del seno de la coalición, que Podemos multiplica y el PSOE minimiza.
Así las cosas, en el PP mantendrán una oposición centrada en la erosión de la situación económica de los votantes, y que podría trascender a una actitud beligerante de los mercados financieros en caso de que el escudo anticrisis de la deuda de Europa no funcionase o lo hiciese de forma defectuosa.
Alberto Núñez Feijóo cuenta desde ahora con un activo adicional: se sacude la presión de Vox –que pierde fuelle en favor del Partido Popular–, que no gobernará en Andalucía y ve quebrada la estrategia de Abascal hasta las elecciones generales.
Ciudadanos se apaga donde gobernaba
Adiós a la bisagra centrista.
El fenómeno político de Ciudadanos toca a su fin. Seguramente errores de bulto a nivel nacional en los últimos años marcaron el principio del fin, mientras que las elecciones van dando carpetazo al partido que surgió como cuña entre Partido Popular y Partido Socialista, y que solo aprovechó tal condición de bisagra en contadas ocasiones. Hace unos meses conservó un solo escaño en Castilla y León, y ahora desaparece en Andalucía, donde había compartido gestión con el PP con elevado grado de entendimiento.
La estrategia de Vox se quiebra.
El tímido avance en escaños de la formación Vox, pese a colocar al frente del cartel a Macarena Olona, quiebra la estrategia que Santiago Abascal había diseñado para todos los comicios a los que tenga que enfrentarse hasta las generales: ser imprescindible para que el PP pudiese gobernar, exigiendo, como en Castilla y León, la vicepresidencia del Gobierno regional. La lectura de que los extremos empiezan a debilitarse y el voto vuelve a los grandes partidos se hace fuerte otra vez tras estos comicios.
Cada vez menos a la izquierda del PSOE.
Adelante Andalucía obtuvo 17 escaños en 2018, y la ruptura de las candidaturas a la izquierda del PSOE les ha pasado factura. Solo llegan ahora a la mitad entre Por Andalucía (5) y AA (2).