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Cómo China conquistó Hollywood

La debilidad de la taquilla en EE UU ha sometido a la industria del cine a la censura de Pekín

La actriz Gong Li, en un festival de cine celebrado en Pekín en 2021.
La actriz Gong Li, en un festival de cine celebrado en Pekín en 2021.reuters

Pocas sagas empresariales pueden superar el sórdido y finalmente fallido romance de Hollywood con China. Tinseltown, el barrio donde está situada la meca del cine, detecta una lucrativa oportunidad en la República Popular y comienza a cortejar durante décadas a la que se convierte en la mayor taquilla del mundo. Pero el asunto se torna amargo y Disney y otros estudios se enfrentan a un Pekín hostil y a un nacionalismo creciente. Red Carpet: Hollywood, China, and the Global Battle for Cultural Supremacy (Alfombra roja: Hollywood, China y la batalla global por la supremacía cultural), de Erich Schwartzel, es una clásica historia con moraleja que aún no se ha desarrollado del todo.

La oficina de Los Ángeles del WSJ es un punto de vista inu­sual para observar el ascenso de China. Pero Schwartzel, que se incorporó como corresponsal de cine del diario en 2013, “pronto empezó a ver China por todas partes”. Así comienza una extraordinaria narración que pasa de las oficinas de Burbank a Qingdao, el Hollywood oriental de China, y a una remota aldea de Kenia donde los lugareños ven obsesivamente espectáculos de kung fu. Schwartzel construye un relato fascinante y oportuno sobre cómo la relación de Hollywood con su mercado más importante, que en su día fue prometedora, ha ido terriblemente mal.

Su escena inicial se sitúa en tiempos más felices. En 2008, una China ascendente, que aún se beneficia del brillo de haber acogido los JJ OO de verano, envía a un grupo de ejecutivos a Los Ángeles para que reciban un curso intensivo sobre la industria del cine, con el mandato de recrear el éxito de Hollywood. Meses antes, Robert Iger, entonces CEO de Disney, se reunió con autoridades chinas para hablar de la construcción de un parque en Shanghái, un acuerdo que él mismo promocionó como “la mayor oportunidad que ha tenido la empresa desde que el propio Walt Disney compró terrenos en el centro de Florida”. Ese mismo año, la película de James Cameron Avatar batió récords al vender entradas por valor de 2.700 millones de dólares. De esta cifra, 202 millones procedieron de las salas chinas, cuatro veces más que el récord anterior, fijado por Titanic.

El dinero chino inundó Tinseltown. El primero fue el multimillonario Wang Jianlin, cuyo conglomerado inmobiliario Dalian Wanda [que patrocina el estadio del Atlético de Madrid] adquirió la cadena de cines AMC Entertainment por 2.600 millones y el estudio de EE UU Legendary Entertainment por 3.500 millones unos años después. Incluso se planteó pagar 4.000 millones por un 49% de Paramount Pictures, de Viacom. El extraño elenco de benefactores chinos alcanzó niveles absurdos cuando el especialista en cobre Anhui Xinke New Materials anunció sus planes para comprar el estudio Voltage Pictures, conocido por producir las ganadoras del Óscar En tierra hostil y Dallas Buyers Club.

Pero la luna de miel acabó. En 2016, la taquilla china era mayor que la de Reino Unido, Japón e India juntos, mientras que la de EE UU se estancaba porque los espectadores acudían a competidores como Netflix. Los estudios de Hollywood se volvieron cada vez más dependientes de los espectadores chinos, poniendo a los ejecutivos a merced de las políticas de Pekín. La República Popular no admite más de 34 películas importadas al año y limita la participación de los estudios extranjeros en la recaudación de taquilla al 25%. Una ofensiva de Pekín contra las inversiones “irracionales” en el extranjero en 2017 también hizo fracasar numerosos acuerdos de financiación, incluido el acuerdo de Paramount de mil millones con dos firmas chinas y la malograda diversificación de Anhui Xinke.

El cambio en el equilibrio de poder se hace evidente en el hecho de que Hollywood se doblegue ante el régimen de censura chino. Las anécdotas de Schwartzel, a veces ridículas, son muy valiosas. Las vagas prohibiciones de todo lo sobrenatural, vulgar e inmoral dejaron a los ejecutivos del cine a oscuras. El trasero desnudo del actor Chris Pratt fue eliminado de un filme, mientras que a Harry Potter y la piedra filosofal se le quitaron las referencias a la palabra mago. Warner trató de hacer pasar al payaso asesino de It por un alienígena, en un intento inútil de eludir la prohibición china de los fantasmas en pantalla.

Las implicaciones ideológicas del poderío económico de China son preo­cupantes. Hace años que ninguna superproducción de Hollywood ha elegido a un personaje chino como villano. El reboot de MGM de 2012 de Amanecer rojo, que representa una invasión de EE UU, debía mostrar a adolescentes del país defendiéndose de los invasores chinos. Sin embargo, el estudio dio un paso en falso en el último momento y pagó a una empresa de efectos especiales un millón una vez acabado el rodaje para sustituir las banderas chinas por norcoreanas. Schwartzel señala que, desde entonces, ningún estreno de los grandes estudios ha “retratado al Gobierno chino como el malo, o la vida allí como algo menos que la de megaciudades de categoría mundial”.

Ahora, un Pekín envalentonado y asertivo está proyectando activamente su poder blando en países en desarrollo como Kenia. Mientras, firmas como Disney, cuyos recientes estrenos de Marvel aún no han sido aprobados en China, luchan por competir con las superproducciones locales. En la pandemia, la taquilla china siguió siendo la mayor del mundo, con 7.400 millones de dólares en 2021, según cifras oficiales. Pero 8 de los 10 títulos más taquilleros se hicieron en el país, incluida la epopeya bélica La batalla del lago Changjin, que recaudó un récord nacional de 903 millones y se convirtió en el segundo filme más taquillero del mundo en 2021, según Box Office Mojo.

Con todo, las cosas podrían estar cambiando. Los últimos confinamientos en China han marcado récords negativos de taquilla en los últimos 10 años. Hollywood puede estar perdiendo la paciencia. Un tráiler de 2019 de Top Gun: Maverick, por ejemplo, quitó el parche de la bandera taiwanesa de la icónica chaqueta de piloto de Tom Cruise de la primera película. Pero en la versión final, Paramount Pictures volvió a ponerlo, lo que probablemente condenó cualquier posibilidad de garantizarse un estreno en China. Puede que a los ejecutivos no les importe. Después de todo, la secuela podría ser el primer vehículo de Tom Cruise en ganar más de mil millones de dólares, y alcanzará esa cifra sin la ayuda de China.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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