Cambian los parámetros de la economía y con ellos, los de la inversión
Todo el mundo se ha hecho ya a la idea de que la invasión de Ucrania por el ejército ruso ha provocado un cambio radical del paradigma geopolítico, y con él, de la economía mundial, que tendrá consecuencias que ahora escasamente se atisban en el horizonte, y que inevitablemente cambiarán también los parámetros de la inversión. Rusia es una potencia militar equipada con el material nuclear que ha servido de elemento de disuasión desde la II Guerra Mundial, con un PIB poco más elevado que el español y profundamente desequilibrado por su composición sectorial, pero sentada encima de una inmensa bolsa de materias primas minerales y energéticas. Esa triple condición convierte al gigante euroasiático en un árbitro fundamental de la economía mundial, por mucha merma de su posición que inflija Occidente con sus sanciones económicas y financieras.
La invasión de Ucrania marca un antes y un después en materia de globalización económica, tanto la de carácter financiero como la de carácter productivo e incluso demográfico. Las economías entran en una etapa de restricción comercial, de elevación de costes (inflación) y de incremento del gasto público para potenciar la defensa, especialmente en Europa, ese continente despreocupado de tales asuntos en las últimas décadas.
Poner coto a la globalización, que será limitada en todo caso salvo que China tome abiertamente partido económico por Rusia y cierre sus mercados, supondrá tasas de inflación elevadas varios años, con el consiguiente encarecimiento de la financiación que los bancos centrales inyectarán para tratar de frenarla. Esa simple transformación mutará los fundamentos de la inversión, que tendrá que conformarse con retornos más limitados que los del pasado, porque el crecimiento será menor y los deflactores, mayores.
Los gestores ya están revisando las composiciones de sus carteras para protegerse de esta especie de invierno económico cuya duración es una incógnita. Pero la simple persecución de la independencia energética en Europa refuerza las posiciones de la inversión en energía, preferentemente la de origen renovable, pero sin descartar la que se concentre en la nuclear y la del gas, pese a su carácter fósil. La necesidad de recomponer también la autonomía de seguridad de Europa convierte a las empresas de defensa en objetivo de la inversión con jugosos retornos, mientras que la tecnología seguirá manteniendo un poder de atracción importante como motor de la productividad de la actividad económica. Y más allá de la inversión en renta variable, siempre estarán las opciones de los viejos refugios del dinero, especialmente el oro y las emisiones de deuda de alta calidad, tanto soberana como corporativa.
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