El precio que pagará la economía europea por la guerra en Ucrania
A corto plazo, las sanciones provocarán mayores tasas de inflación, menos crecimiento y efectos disruptivos en los mercados financieros
Los diversos sectores de los que están compuestas nuestras sociedades, con independencia del tipo de régimen político que las rija, no son compartimentos estancos, sino que están estrechamente entrelazados. Pensar que la geopolítica es el pasatiempo de los poderosos puede servir para calmar nuestra ansiedad y encubrir nuestra ignorancia, pero no podemos dar la espalda a las realidades del poder si queremos comprender, por ejemplo, la evolución de la economía mundial. La presente invasión de Ucrania por parte de Rusia lo ha demostrado de la forma más burda y cruel.
A diferencia de otros conflictos, ya fuera por su carácter limitado o por su encuadre geográfico, la agresión rusa sobre Ucrania ya está teniendo un impacto relevante, no solo en la economía mundial, sino también en numerosas economías nacionales. No solo se trata de que Rusia sea la decimoprimera economía mundial y que aislarla tendrá unos costes para el resto de países, sino que además Rusia es una de las principales productoras de bienes básicos de tipo energético (que suponen en torno al 70% de sus exportaciones, al ser la segunda productora mundial de gas y petróleo, solo por detrás de Estados Unidos) y de metales industriales (alrededor del 10% de sus exportaciones, es la quinta productora mundial de acero y la cuarta exportadora mundial de aluminio).
A corto plazo, las sanciones, junto a su expulsión de la economía mundial, tendrán un impacto directo en mayores niveles de inflación, menores tasas de crecimiento económico y efectos disruptivos en los mercados financieros. A medio y largo plazo, si la situación no se reconduce, será la propia globalización la que se resienta, con una debilitación estructural de la cadena global de suministros y de los mercados financieros integrados, los dos grandes logros que impulsaron la integración económica internacional tras el colapso de la Unión Soviética en 1991.
Es evidente que debemos asumir que hacer frente a la invasión rusa de Ucrania conlleva unos costes económicos para la zona euro y para España. En primer lugar, porque imponer sanciones no solo afecta al país sancionado, sino también a quienes las imponen, y en el presente caso la situación se agrava debido a la interdependencia económica y energética entre Rusia y Europa. Además, desde 2014 Rusia ha tomado medidas para reducir su integración en el sistema económico mundial y resistir mejor así nuevas sanciones, pero por su parte Europa no ha hecho lo suficiente para reducir significativamente su dependencia energética de Rusia y ante el actual panorama es de esperar un impacto negativo de la invasión rusa en la recuperación de la economía europea, y por extensión de la española, tan afectada por el efectos de la pandemia (aunque aquí nuestra menor dependencia de los suministros rusos juega a nuestro favor).
Por tanto, la imposición de sanciones y una posible reducción en la importación de energía rusa, o incluso un cese total ordenado desde el Kremlin, obligará a Europa a buscar nuevas fuentes de abastecimiento, especialmente de gas natural licuado, un proceso caro y no tan rápido como demanda la urgencia de la actual crisis, en la que por cierto España puede jugar un papel esencial como punto de abastecimiento para el resto de Europa debido al desarrollo actual de su infraestructura.
Mientras Europa consigue esas nuevas fuentes de abastecimiento, debemos contar con el mantenimiento de altas tasas de inflación. No solo debido a las sanciones, sino a que el conflicto en sí mismo tendrá un impacto negativo en las cadenas de suministros y elevará los precios de la energía y de productos básicos como la alimentación. Para Europa el riesgo de estanflación es evidente, pues un conflicto prolongado repercutiría en los niveles de inflación y dañaría las perspectivas de recuperación económica tras la pandemia.
En cuanto al sector financiero, las bolsas anticipan el daño que la actual crisis puede provocar en la economía europea y ya están dando señales, sobre todo en la propia Rusia, cuyos principales índices se desplomaron un 35% tras el comienzo de los bombardeos sobre Ucrania, pero también en el resto de bolsas europeas, donde la volatilidad puede ser la antesala de una debilitación de los mercados. Para estos últimos, la principal preocupación no se deriva tanto de la guerra en sí como del impacto de la misma sobre los precios energéticos y su efecto en la inflación, lo que puede retrasar una rápida recuperación bursátil a corto plazo, tal y como suele suceder tras el comienzo de conflictos bélicos.
De todos modos, no todo son consecuencias negativas. El impacto inmediato del conflicto ha alterado la política monetaria del Banco Central Europeo, alejando la perspectiva de una subida de tipos de interés como respuesta al aumento de la inflación. De ese modo la deuda española podrá financiarse por el momento de forma menos onerosa para nuestras arcas públicas, cuando nuestra deuda pública superaba en el tercer trimestre de 2021 el 122% (una década atrás no alcanzaba el 70%).
Como se aprecia, tan solo hablamos de probabilidades pues cuanto se señala dependerá de la escala y duración del conflicto. Si rusos y ucranianos llegaran pronto a un acuerdo que pusiera fin a la invasión, los efectos económicos serán, a pesar de su magnitud, menores. Si Putin decide llegar hasta el final y no concluir el conflicto hasta haber acabado con el régimen democrático de Ucrania, las perspectivas de la estabilidad geopolítica se alejarían irremediablemente y con ellas un rápido regreso a la normalidad.
Pedro Francisco Ramos Josa es Profesor del Máster en Política Exterior de la Universidad Internacional de Valencia